Es mucho más fácil cuando siento que estás muerto.
Nunca te lo dije, es cierto.
Pero es que acá estaba toda nuestra familia, mirándonos. Ya no teníamos intimidad. Que suerte, pienso, es mucho más fácil estando lejos. El colectivo, el frío, la ciudad, todo se volvió infinitamente más bello.
Incluso mi hijo se ha vuelto más brillante desde que no estás. Sin tu filtro, todo va recuperando lentamente su color, los almuerzos se han infiltrado de aromas deliciosos, la diversión ya no está inmersa en culpa. Ya no me sofoca el calor.
Los días se van acelerando cada vez un poco más, mi mente se está organizando y estoy completando mis tareas. La vida ha vuelto.
Pero todavía falta algo.
Todavía no estás muerto. Puedo ver a través de la bata tu pecho elevarse, altivo como siempre, con el orgullo de respirar; incluso con tus ojos cerrados y el tubo del respirador artificial, tu rostro no ha perdido esa petulancia que te acompañó en mejores días. Imagino que en estos días, con tanto tiempo libre para soñar, los debes estar rememorando todos: las tardes soleadas en el parque, tu risa estridente inundando la casa, los partidos de futbol agitados.
Yo también estoy rememorando.
Tu inconstancia constante, tus sermones impetuosos, tus llegadas tarde, tu aliento a cerveza directo en mi rostro, tu mano abierta impresa en mi rostro. ¡Qué poderoso te sentías, como reías, subyugándome en la oscuridad de la noche!
Y cuando no era yo era nuestro hijo que, como yo, tampoco sabía llorar. Nos quedábamos en silencio, entre el espanto y la resignación, mientras te descargabas sobre nosotros.
¿Te sorprende que hable así ahora que todos se fueron?
Lo que pasa es que volví a la facultad. Sé que insistías con que me quedara en casa cuidando a nuestro hijo, pero ahora que no estás vos, todo es más fácil. Hasta conseguí un trabajo. Y al pichi le gusta verme tan activa, tanto que si no tengo con quien dejarlo, el me acompaña y hace la tarea mientras yo estudio.
Yo pensé que era imposible hacer todo esto sin vos. Pero después de tantos meses de coma he llegado a la conclusión de que, finalmente, Dios se puso de mi lado. Al principio no lo veía y me la pasaba llorando al lado tuyo, pidiéndote que despertaras, que volvieras conmigo; jurándome que esto era mi culpa, alguna especie de castigo por no haberte valorado lo suficiente. Entonces un día llegó a casa una amiga de mis épocas de la facultad, se enteró de la noticia y quiso visitarme. Me contó que ahora estaba dando clases y que me iba a hacer bien, para no seguir revolcándome en esta realidad ineludible, volver. Qué bueno que siempre fuiste un borracho y que nunca se te ocurrió usar el cinturón de seguridad, sino está vuelta del destino jamás se hubiese concretado. Gracias a eso volví y toda la oscuridad desapareció.
Resulta que la oscuridad eras vos. No tu accidente. No era tu ausencia, era tu presencia lo que me constreñía.
Por eso te vine a visitar esta noche.
Quería decirte esto, contarte que, finalmente, lograste lo que durante tantos años me prometiste: hacerme feliz. Pero bueno, el doctor ayer me llamó y me dijo que estás mejorando y que podrías despertarte.
Y que para mí es más fácil cuando siento que estás muerto.
Así que, si vos no podés hacer esta única cosa por mí…
La voy a hacer yo.
Porque todo es más fácil si estás muerto.
