Me duele.
Me duele, mamá,
me duele.
Siento en el pecho,
en las piernas,
en el útero,
en la existencia,
el insoportable dolor de ser
-y de ser mujer–
en este mundo.
Me matan, mamá,
me matan.
Me asesinan,
me insultan,
me ultrajan,
cada vez que salgo a la calle,
cada vez que entro a la casa,
cuando voy al laburo,
a la universidad,
a la nada.
Ser mujer se convirtió
en un factor de riesgo
y mientras yo me desangro
hay quienes lloran por miedo
a perder sus privilegios.
Mamá, no quiero ser una cifra.
Quiero contar esta vida
aunque no la haya pedido.
Porque yo no lo elegí,
simplemente vine a este mundo.
Tampoco sé si vos lo elegiste,
o si hoy no te llamo por tu nombre
solo porque el aborto es clandestino.
Tal vez lo que querías era no morirte,
como yo, mamá,
y como tantas otras,
compañeras,
amigas,
hermanas,
sororas
que no conocimos
ni conoceremos nunca,
porque el miedo a la mujer sin miedo
se las tragó todas, completitas.
No quedó ninguna, mami.
Cada día hay una menos que respira,
una menos que dibuja,
una menos que canta,
que baila, que brilla.
Y cuando yo me entero
también se entera el universo,
porque nos enteramos todas
y el dolor no pasa desapercibido.
Porque se hace grito
que se siente, que se escucha,
suena fuerte, se hace acción,
se hace lucha.
Ilustración: Gabriela Di Pilla