Cuando se habla de revolución, ¿se tienen en cuenta los cambios que deberían incorporarse en los programas educativos para que ciertos hechos y errores no vuelvan a repetirse?
Como consecuencia de la cuarentena obligatoria y el cierre de fábricas e industrias a nivel global, flora y fauna sorprenden al mundo con su reaparición y su libertad. Videos e imágenes recorren las pantallas e invitan a reflexionar sobre el impacto humano en la Tierra.
Debido a la curiosidad que nuevas y no tan nuevas especies despiertan en niños, jóvenes y adultos, organizaciones ambientalistas aprovecharon el boom para fomentar e incentivar el cuidado del planeta y los cambios que pueden hacerse (incluso en cuarentena) para que, al volver a las calles, haya más noción sobre ciertos comportamientos y, de esta forma, se pueda gestar el cambio buscado desde hace tiempo.
La Organización de Naciones Unidas y TED, dos instituciones de gran impacto, no podían quedarse atrás frente a esta nueva oportunidad y es por eso que lanzaron el pasado 22 de abril (el Día de la Tierra) un programa educativo de 30 días para que personas de todas las edades y nacionalidades puedan acceder a un curso gratuito, titulado Earth School (Escuela de la Tierra), para tomar clases ambientales.
«Según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), más de 1.500 millones de estudiantes están afectados por el cierre de escuelas a causa de la COVID-19. La pandemia ha causado una crisis de salud, económica y educativa y ha conllevado a una serie de limitaciones físicas y sociales en medio de las cuales surge una gran necesidad de alfabetización científica».
Las clases se publicarán día a día durante 6 semanas. Cada una inspecciona y profundiza un tópico en particular. Además, pueden elegirse de entre 10 idiomas para tomar el curso, desde cualquier dispositivo móvil y al tiempo de cada uno. La Escuela de la Tierra compartirá su último video el 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente.
Educación ambiental y tecnología: ¿aliados?
En su libro ¡Sálvese quien pueda!, Andrés Oppenheimer dedica un capítulo entero a analizar cómo los métodos de educación cambiarán debido al constante avance tecnológico. Pero al hacer su investigación y publicarla en el año 2018, el periodista no contaba con la pandemia del COVID-19 que hoy mantiene al mundo alerta y dentro de sus casas.
La teoría de Oppenheimer, entonces, se puso en práctica (en algunos campos, al menos) antes de lo previsto. Instituciones educativas, empresas, Pymes y trabajadores independientes se vieron forzados a trasladar su presencia, trabajo y educación al mundo virtual.
En palabras del periodista:
«Con las «clases del revés», en lugar de estudiar en la escuela y hacer las tareas escolares en sus casas, como lo hicimos la mayoría de nosotros, los jóvenes estudiarán en sus casas –con sus visores de realidad virtual o sus robots– y harán sus tareas en la escuela, con la ayuda de su profesor y en colaboración con sus compañeros. Es un sistema que está probando ser mucho más efectivo y socialmente justo que el tradicional».

Si bien hay ciertas propuestas y aparatos tecnológicos que no llegaron a comercializarse de modo masivo, dado el tiempo que se necesita para probar, aprobar y producir un producto, a su vez, económicamente accesible y aceptable para la sociedad, el comienzo de una escuela en casa con aparatos electrónicos e Internet como aliados ya está en marcha.
De esta forma, en materia ambiental como en muchos otros casos, sería posible que los usuarios accedan a todo tipo de información, visualicen e, incluso, tengan la posibilidad de empatizar con el impacto que la humanidad causa en el mundo y sus consecuencias. Pero, ¿es suficiente? ¿Es un sistema justo para la juventud que recurre a los colegios para poder comer además de aprender?
En el capítulo «¡Edúquese quien pueda! El futuro de los docentes», el autor hace referencia al sistema tradicional y los beneficios de su cambio: «El sistema tradicional de ir a la escuela de día y hacer las tareas en casa por las tardes es una receta para la inequidad social: aquellos que tienen la fortuna de tener padres que han terminado la escuela o la universidad pueden pedirles ayuda para hacer los deberes o pueden recibir clases privadas de un tutor».
Y agrega: «Los niños de hogares humildes no pueden darse ese lujo. Regresan a hogares donde a menudo no hay ningún padre que pueda ayudarlos con las tareas escolares, ni mucho menos pagar un tutor privado. El modelo tradicional deja totalmente desprotegidos a los niños de hogares pobres». Esta afirmación puede ser aplicable a alguna de las realidades que viven los niños y jóvenes hoy en Argentina, pero no abarca todos los contextos sociales.
¿Qué sucede, entonces, con aquellos que no tienen acceso al agua potable, mucho menos a una computadora e Internet? Hace falta cambiar no solo los programas educativos sino, también, la forma en que son impartidos para que en esta nueva normalidad que parece avecinarse a pasos agigantados haya acceso y educación equitativa para niños y jóvenes de toda clase social y edad.
Pensar globalmente, actuar localmente
La Escuela de la Tierra concretada por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y TED-Ed con la ayuda de varias organizaciones ambientales, científicas y tecnológicas es una innovación en muchos aspectos y busca despertar la acción del cuestionar y repensar en los usuarios; además de invitarlos a aprender sobre la cadena de consumo, la naturaleza, la sociedad, el impacto del cambio de hábitos, las acciones individuales y colectivas, entre otras cosas.
¿Puede este modelo inspirar un programa ambiental que sea trasladado al sistema educativo nacional? Según Lucía Torres Bustos, profesora de educación secundaria de Geografía en el partido de Esteban Echeverría, especializada en educación ambiental y educación sexual integral (dos tópicos que vincula dentro de su materia), es posible que un programa de escala internacional como el propuesto por la ONU y TED sea trasladable a la educación nacional.
«Siempre y cuando se pueda relacionar lo que pasa en el mundo con nuestro país va a ser más significativo. En las clases se tiene que enseñar por qué lo que sucede en Medio Oriente con el petróleo impacta en nuestro país, qué es lo que los relaciona. Cuando trabajé cambio climático, a cada grupo le di una noticia internacional: la salida de los Estados Unidos del Acuerdo de París, las sequía intensas que en ese momento sufría Australia (hecho que llevó a los incendios durante diciembre y enero) y los incendios del Amazonas; analizamos qué medidas tomaron los distintos gobiernos con respecto a estos efectos sobre el ambiente, qué hizo Trump, qué hizo el gobierno australiano y qué hizo el gobierno de Brasil.
En cuanto a la Argentina, compartí una noticia sobre movilizaciones a favor del medio ambiente y qué estaba haciendo el Estado argentino por preservar nuestros recursos en comparación con las medidas que se tomaban en el mundo. Sacamos, en equipo, la conclusión y en la clase siguiente trabajamos la ley nacional de bosques, el ordenamiento territorial, las categorías de conservación y qué es lo que pasa en nuestro país a raíz de esto. Entonces sí, funcionaría traer un programa educativo como ese, siempre y cuando se pueda relacionar lo que hacemos nosotros y ver, también, lo que hace el mundo».
Lucía Torres Bustos, profesora de educación secundaria.

¿Son suficientes los espacios educativos, como los que lleva acabo Lucía, para sanar un planeta cuyos recursos cada vez se agotan con más rapidez? En palabras de Inger Andersen, directora ejecutiva de PNUMA: «Miles de millones de niños están actualmente fuera de la escuela debido al COVID-19. Pero el aprendizaje no puede parar. Este virus nos ha revelado cuán profundamente interconectada está toda la vida en el planeta».
Plataformas, instituciones y dispositivos tecnológicos unen fuerzas para hacerle frente al aislamiento y, a su vez, mostrar que una nueva oportunidad educativa (como plantea Andrés Oppenheimer) es el futuro inmediato del cual nadie puede escapar y que les da la oportunidad a espacios como la Escuela de la Tierra a educar sobre el planeta en el que vivimos para que futuras generaciones puedan sanar lo que fue explotado.
La Escuela de la Tierra parecería ser, por lo tanto, una nueva oportunidad a la educación al mismo tiempo que una distracción y aprendizaje sobre los hechos actuales.
En palabras de Logan Smalley, director fundador de TED-Ed:
«Este proyecto muestra que, a pesar de estar confinados en sus hogares, los estudiantes, padres y maestros de todo el mundo aún pueden participar juntos en el aprendizaje y las aventuras basadas en la ciencia. La Escuela de la Tierra es una colaboración entre educadores talentosos y socios increíbles en todo el mundo. Por eso estamos orgullosos y emocionados de ver cómo la iniciativa alimenta la curiosidad de los jóvenes que deben permanecer en su hogar, todos los cuales son los futuros guardianes ambientales de nuestro planeta».
Si escuelas como las que proponen Anderson y Smalley son posibles en tiempos de crisis, ¿hay alguna probabilidad de que, pasada la pandemia, se aplique lo aprendido y ciertos comportamientos que impactan e impactaron de forma negativa en el ambiente, como el tráfico de animales (que, según organizaciones e investigadores de la Organización Mundial de la Salud, es uno de los espacios de donde podría haber surgido el contagio del virus), puedan evitarse y fomentar así acciones en consecuencia con el cuidado ambiental?
Fuentes:
- Unenvironment.org
- Ted-ed
- Oppenheimer, Andrés (2018) «Sálvese quien pueda». Colección Debate, Penguin Random House.