#Reseña Dancing with the devil

Aviso de contenido: mención de drogas, sobredosis, trastornos alimenticios, abuso sexual y experiencia cercana a la muerte.


«Me extralimité como nunca. Perdí el control», comienza Demi Lovato en su documental Dancing with the devil, en donde comparte uno de los momentos más difíciles de su vida: una sobredosis por drogas adulteradas que la dejaron al borde de la muerte. El filme, a cargo del cineasta Michael D. Ratner, consta de cuatro capítulos y está disponible en YouTube.

Bailando con el diablo

El documental se extiende por cuatro capítulos de alrededor de 20 minutos cada uno, en donde Demi Lovato se propone ser totalmente genuina, como lo manifiesta al principio del primer episodio. De esta manera, la cantante pop nos relata en primera persona lo sucedido en torno al 24 de julio de 2018, cuando sufrió una sobredosis que casi le cuesta la vida y de la que aun hoy carga con las secuelas.

A través de relatos de su círculo más cercano, como sus padres, sus hermanas y sus amigues, vamos reconstruyendo una historia de drogas y violencia que se esconde detrás de los lujos y la adrenalina de la industria musical.

Archivos de un documental anterior que estaba en proceso cuando ella sufrió la sobredosis dejan ver por un lado la felicidad, los gritos y la emoción de cantar y de hacer algo que ama, mientras que la voz en off de la Demi actual nos cuenta lo difícil que era seguir las dietas y los regímenes que le imponían al tiempo que repite una y otra vez cuán angustiada se sentía.

El documental

Desde el minuto cero nos queda claro qué es lo que Demi quiere expresar: honestidad y verdad. La norteamericana resalta y reafirma que su objetivo es poder contar su historia real, como una suerte de catarsis que le ayude a superar todo el trauma que atravesó y con el que se encuentra día a día. Los títulos de cada capítulo nos interiorizan en el relato: Perdiendo el control, A cinco minutos de la muerte, Retomando el control y Renacimiento.

«Tuve tres derrames cerebrales. Tuve un infarto. El doctor me dijo que me quedaban entre cinco y diez minutos [de vida]».

Demi Lovato.

En los primeros dos capítulos experimentamos lo más duro de la serie, con un relato crudo y genuino que nos cuenta los meses previos a la sobredosis -giras demandantes y restrictivas, el consumo de drogas y la historia de adicción en la familia- así como la noche del suceso: la llegada al hospital, el trauma de un abuso sexual a manos de su dealer y las varias secuelas (físicas y psicológicas) consecuencia de estupefacientes adulterados.

En los dos apartados restantes, nos sumimos en su regreso a la música (de la mano del polémico Scooter Braun, productor y manager cómplice de los ataques sistemáticos de Kanye West a Taylor Swift) y el proceso de rehabilitación, el cual es reafirmado por Demi como algo complicado y sumamente personal, en donde cada une debe crear sus experiencias para hacer su propio camino.

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El último capitulo, además, cuenta con la aparición de estrellas de renombre y amigues de la cantante como Christina Aguilera, Will Ferrell y hasta el mismísimo Elton John, quien en su juventud sufrió una sobredosis similar y lleva más de 40 años sobrio, para dedicar palabras de apoyo y opiniones respecto a lo que sucedió.

Los inicios de Demi

Demi Lovato es una cantante de música pop quien dio sus primeros pasos en la industria con una participación en el programa infantil Barney y sus amigos, de donde surgieron otras estrellas como Selena Gómez y Debby Ryan.

Su salto al reconocimiento internacional llegó de la mano de Disney, cuando protagonizó Camp Rock, una película musical en donde compartió pantalla con los Jonas Brothers. Así todo se fue para arriba: Demi se convirtió en una de las caras del canal del ratón, tuvo su propia serie, Sunny entre estrellas, y comenzó una carrera musical con varios discos.

Demi Lovato y Jonas Brothers en Camp Rock (2008).

Sin embargo, el documental nos cuenta que desde allí las cosas ya empezaban a desmoronarse: Demi no escatima palabras en hablar de su desorden alimenticio -que todavía la acecha- y en la confesión de haber sufrido violencia y abuso sexual por parte de un compañero de rodaje a los 15 años. En consecuencia, Demi llegó a los 26 años -edad que tenía en 2018- con una carrera en ascenso pero con grandes conflictos para cumplir con estándares de belleza y de bienestar, lo que la hizo recaer en adicciones cada vez más duras.


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#Reseña Feminismo y arte latinoamericano

Con una escritura de tipo ensayo académico pero totalmente llevadero, Andrea Giunta abre el dilema de la posición de las mujeres en el arte a través de una perspectiva feminista que reflexiona sobre nuevas (y, también, algo viejas) preguntas: ¿la falta de representación de mujeres en el arte es un tema del pasado?

El libro

A través de siete capítulos y dos extras, el objetivo de Feminismo y arte latinoamericano está en desentramar los problemas en torno a la comprensión del cuerpo femenino como un espacio de disidencia frente a lo normalizado. De esta manera, se nos presenta un abordaje que hace confluir historia, testimonios, estadísticas y —por supuesto— piezas artísticas para dejar a la luz las desigualdades y los argumentos que sostienen al machismo en el campo del arte. 

Giunta hace hincapié en los años 60-80, cuando ocurre la segunda ola del feminismo, para preguntarse por las obras de arte y la presencia del feminismo artístico en escena. Para la autora, el mundo del arte funciona como una pantalla de la sociedad, en donde las violencias se replican bajo el formato de la exclusión, la desautorización y la invisibilización. En síntesis, bajo la violencia simbólica que elimina las voces disidentes. 

La clave del libro se desarrolla en el análisis crítico para desnaturalizar la idea de que la falta de representación de las mujeres en el arte es un problema del pasado. Aún hoy, el mundo del arte continua siendo predominantemente blanco, europeo/norteamericano, heterosexual y de género masculino, a pesar del activismo feminista, queer y antirracista.

A través de estadísticas, vemos que las mujeres siguen ganando menos y que los puestos jerárquicos siguen siendo mayoritariamente ocupados por hombres. La teoría del techo de cristal continúa teniendo vigencia de la misma manera que las mujeres artistas tienen que mostrar un valor excepcional frente a sus pares hombres que, aún siendo mediocres, destacan con facilidad. 

Giunta es muy clara para explicar su análisis y sus consecuentes conclusiones, por lo que si bien el libro se acerca más a un ensayo académico, la escritura es llevadera y los temas son atractivos hasta para aquelles que no estamos insertes en el mundo del arte. Se toma su tiempo para aclarar conceptos y establecer contextos a cada tópico que aborda y, algo muy destacable, incluye un glosario al final con toda la terminología feminista actual: desde la definición de brecha de genero hasta las especificaciones sobre feminismo artístico, pasando por términos de jerga anglosajona como mansplaining y purplewashing

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Las estadísticas presentadas dan una un respaldo muy interesante a los argumentos de la autora. Nos muestran todos estos reclamos teóricos y las desigualdades del mundo del arte, con distribuciones de premios y espacios en galerías o colecciones desiguales y hasta a veces ausentes. La comprensión de datos se logra fácilmente y quien lee no se ve perdide en una cataratas de números.

«Si no podemos ayudar a otros a ver los problemas estructurales, no podemos empezar a arreglarlos» afirma, en relación a la existente patriarcalización del arte, como un sistema donde los gustos y la estética están normalizados por aquellos identificados como varones blancos dominantes. 

Las preguntas, asimismo, están a la orden del día. Giunta reflexiona sobre las implicaciones de ser una artista mujer y la necesidad de que se constituyan como sujetos hablantes, que expresen con fuerza y calidad el estado de las cosas. El feminismo, el activismo y la política son pilares fundamentales para insertar la equidad de genero en las agendas del arte.

Giunta logra desarrollar un texto académico pero al mismo tiempo pedagógico y entretenido de leer, con datos curiosos y una basta exposición de artistas mujeres latinoamericanas, que abarcan pintura, escultura y cine (como Clemencia Lucena o Narcisa Hirsh) así como una introducción a la historia del arte femenino a lo largo del continente.

La autora

Andrea Giunta es doctora en Filosofía y Letras, investigadora principal del Conicet y profesora titular de Arte Latinoamericano y Arte Internacional en la carrera de Artes, en la facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Sus trabajos incluyen obras como Vanguardia, internacionalismo y política (Siglo XXI, 2008), Escribir las imágenes (Siglo XXI, 2011) y El Guernica de Picasso (Biblos, 2009), donde también es editora. Tiene en su haber tres Premios Konex y becas a universidades de renombre internacional.

La editorial

Siglo XXI es un proyecto editorial que busca difundir el pensamiento critico y la circulación de ideas del campo de las Ciencias Sociales, Humanidades y la divulgación científica. Sus obras abordan autores clásicos, como Foucault, Barthes, Rosa Luxemburgo y Marx, autoras y autores con trayectorias consolidadas y también «a quienes están dando forma a su primer libro y expresan tonos, estilos y temas de una nueva generación».


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30 de diciembre

Aquella noche era la tercera vez que Maricel se despertaba agitada, interrumpida por un sueño pesado pero que no se lograba conciliar. Desde la altura de la cucheta, visualizó el reloj despertador en la mesita de luz. 

Las manecillas recién tocaban la medianoche. 

Quizás era por el calor o por el agotamiento adolescente que ese jueves la habían llevado a la cama tan temprano. Giró hacia su derecha y quedó de cara al techo, con sus ojos totalmente abiertos. 

Del cielo raso colgaban las últimas estrellitas de plástico que había cambiado en el kiosco por seis tapitas cada una con la promoción de Navidad. Brillaban en la oscuridad de la habitación. Las había ubicado justo arriba de su cabeza para encontrarse con ellas antes de dormir y después de despertar. Tenía cinco, una ya se le había caído y las otras dos se las había regalado a Román. Su querido Román. 

Su hermano roncó con suficiente volumen para irrumpir sus pensamientos y Maricel pudo escuchar la patada sonámbula con la que se quitaba de un tirón las sabanas del hombre araña. Al menor de la casa le tocaba la peor parte de la cucheta. Maricel lo había tenido que bajar de su cama a tironeadas para que la deje dormir en paz, para que la deje echar lágrimas sin control en su almohada.

Estaba decepcionada y encabronada. Ella no debía estar allí, con las patas casi colgando del colchón y la mirada empañada absorta en lo fluorecente de las estrellas. Había aprobado todas las materias y hacía prácticamente un mes que no había pisado más la escuela. Hasta matemática había dado, una constante de la mesa de febrero. Se había armado su camino al polimodal libre de materias previas. El trato con su mamá siempre se basaba en eso: «Vos estudiá y cuidá a tu hermano que del resto me encargo yo»

Con cuidado de no despertar a su hermano, estiró medio cuerpo y se dejó caer para llegar al cajón de la mesa de luz. Con la tenue luz de la luminaria que entraba por la ventana, tanteó el interior del cajón y sacó una carta. Se volvió a acostar en su cama y la observó en la oscuridad. No necesitaba ver con claridad para leerla, lo recordaba de memoria.

En el pliegue del frente, se leía «Román» con letra imprenta-cursiva mezcladas. Desplegó la hoja rayada N°3 hasta encontrarse con su propio trazo azul, que escribía unas diez líneas. Maricel lo había planeado todo. La rudimentaria carta sería su plan B en caso de que el sonido de su primera cita fuese tan alto que no pudiesen hablar. Bajo ningún concepto iba a dejar que su declaración de amor se le escape otro año más. Si tan solo no hubiese sido tan cobarde…

En el margen inferior derecho, justo debajo de su firma, se encontraba pegado un recorte de revista que publicitaba el canje de tapitas por estrellitas. Sin razón aparente, Maricel sintió sus mejillas tomar temperatura y dejó escapar una risa de manera risueña. 

-Pero yo no te compré nada- se había lamentado la tarde del 25, cuando Román pasó por su casa para dar el saludo de Navidad y le entregó un sobrecito de diario. 

-Regalame un par de esas estrellitas de la propaganda y estamos- había respondido él, en forma de broma. 

Dentro del sobre, había un billete de cinco pesos algo percudido y con ranuras pegadas con cinta scotch

-Me dijiste que te faltaban cinco pesos para la entrada- había agregado con una sonrisa vergonzosa.

Ahora, en su cama, Maricel seguía conmovida por ese gesto aunque también le angustiaba todavía tener el billete, sin haberlo gastado. Era el empujón que necesitaba, era la confirmación después de años de juegos y juntadas en el barrio. Era el pie para poder decir en voz alta que estaba enamorada de Román, lisa y llanamente. Román, con sus 17 recién cumplidos y con la actitud de pibe que solo caminar le bastaba para levantar suspiros en el barrio. Román, que había repetido segundo de polimodal y que podía estar hablando un día entero sobre rock nacional. Román, que llevaba su remera de Callejeros a todas partes. 

Era todo lo que Maricel quería en ese momento. 

Se lo había explicado a gritos a su mamá. Le había suplicado que la dejara ir al recital, que había ahorrado por sus propios medios para la entrada. Que iba a ir con Román, que la iba a cuidar porque era más grande, que lo conocían de toda la vida y sabían que no era mal pibe. 

Sin siquiera levantar la cabeza y sin titubear ni una palabra, su madre le había refutado con las mismas palabras sus argumentos. Que ella todavía era chica, que eran muy distintas las edades, que Once quedaba muy lejos y que con la cantidad de gente Román no la iba a poder cuidar todo el tiempo. Que Maricel no tenía idea de cómo iba la cosa en esos lugares y que así como conocían al vecino de toda la vida, sabía en qué estado iba a terminar. 

Maricel había desbordado en ira y lágrimas y se había encerrado en su habitación al grito de «ya entiendo por qué Florencia se fue a la mierda de esta casa». Desde ese día, con su madre no habían vuelto a hablar. 

En los días posteriores, Román le había sugerido que se escapara, que aprovechara que su mamá esa noche estaba de guardia en el Ramos Mejía y que nunca se iba a enterar. Que él la pasaría a buscar y estaría siempre con ella. Hasta le había dibujado un croquis del recorrido del colectivo que debían tomar. Que llevara el DNI pero que si su madre se lo escondía que no pasaba nada, que entraba igual… 

A Maricel le resbaló una lágrima por la cara. Se arrepentía de haberse negado. De ser tan nena de mamá. Giró hacia la mesita de luz y ajustó la vista para ver el reloj una vez más. 

Una de la madrugada. 

Consideró levantarse y prender la televisión del comedor, pero lo mejor que podía hacer en ese momento era esperar que pase la noche para volver a ver a Román. Con el calor latiéndole en la frente y la garganta sofocada en palabras sin decir, dejó la hoja de papel debajo de su almohada y cerró los ojos, decidida a dormir.

Al otro día, con algo de suerte y magia, quizás su declaración de amor estaría ambientada por brindis con sidra barata y miradas nostálgicas a los fuegos artificiales en el cielo.


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#Reseña Yo, adolescente

Con los conflictos de la adolescencia local como tópico principal, la película protagonizada por figuras jóvenes como Tato Quattordio y Malena Narvay, basada en la autobiografía homónima de Zabo Zaborano, se mantiene como uno de los estrenos más vistos de noviembre de la plataforma Netflix.

«Alguien en alguna parte tiene que estar pasando por lo mismo».

Yo, adolescente.

La historia sigue a Nicolás Zaborano, apodado por sus amigos y familiares como «Zabo», a través de un año complicado donde debe enfrentar todos los pro y los contra de ser un adolescente. 

La película empieza con Zabo a la salida de un recital de Árbol, con una horda de padres llamando a todos los concurrentes, ya que esa misma noche en Once se produjo la tragedia de Cromañón. Una semana después, el protagonista se entera que uno de sus mejores amigos se suicida e inmediatamente abre un blog llamado «Yo, adolescente» para lidiar con el duelo de la pérdida y de, justamente, ser adolescente

Atormentado por su vida cotidiana, Zabo atraviesa un nuevo año en la secundaria en donde, entre fiestas clandestinas y alcohol, comienza a experimentar con otras drogas y, sobre todo, atraviesa el conflicto del despertar sexual, con todo lo que eso implica: saber si le gustan las mujeres, los hombres, descubrir su propia sexualidad. 

La película es, en palabras del director, «un viaje emocional». Frente a la cultura del sexo, drogas y rock n’ roll (o rock nacional, diríamos acá), lo más real del film son los conflictos internos de Zabo, que se reflejan en los momentos en donde se siente solo, confundido y poco entendido.

A través de una muy buena actuación de Renato Quattordio, tenemos acceso a las partes más oscuras de ser adolescente, muchas veces mal llamadas «exageradas» y olvidadas una vez que crecemos: la soledad, la tristeza y la depresión, el conflicto con el mundo exterior, el despertar confuso de la sexualidad.

Fuente: Instagram @yoadolescente

Cromañón y adolescencia local

Estamos acostumbrados a ver películas y series del «primer mundo» sobre los tormentos y los placeres de la pubertad. 13 Reasons Why, Euphoria y hasta Skins son simplemente algunas de ellas. La diferencia de Yo, adolescente es que nos trae a un circuito de referencias locales, con lugares y sucesos identificables: es la historia de un adolescente argentino, de clase media baja que vive en un barrio porteño. 

La tragedia de Cromañón -el 30 de diciembre de 2004- es el punto de partida. Si bien la película no trata sobre el incendio del local bailable, como ya ha aclarado su director Lucas Santa Ana (@LucasSantaAnaOk), nos ubica en contexto para una trama fuerte y dolorosa.

Foto: Violeta Capasso

La música -con referencias a Árbol, Boom Boom Kid y demás artistas argentinos- y los distintos escenarios -que van desde la escuela privada, a un galpón clandestino lleno de drogas y hasta las paradas de colectivos- constituyen un film con un gran componente localista que no deja otra opción más que encontrar identificación en aquellos objetos.

A lo largo de Yo, Adolescente vemos tópicos comunes como el suicidio, el duelo de la pérdida, el desarrollo de la sexualidad y el amor adolescente pero desde una perspectiva mucho más cercana que si no nos atraviesa de lleno, nos ayuda a reconocer problemáticas reales en un lugar y tiempo concretos.

Quizás el punto más flojo de esta película se da en el desenlace, cuya reflexión final nos deja fuera de registro y con una sensación agridulce ante un cierre algo estereotipado que choca con la fuerte identificación local establecida a lo largo de la hora y media.  

Fuente: Instagram @yoadolescente

Yo, Adolescente, el libro

Como se adelantó, la película está basada en el libro homónimo escrito por Nicolás Zaborano (@zabodice) periodista, escritor, conductor televisivo y músico que volcó a modo de novela autobiográfica su propia experiencia adolescente que, a su vez, es adaptación de su Fotolog. El film, ahora disponible en Netflix, tuvo su estreno a nivel local en la plataforma CineAr.


#Reseña Emily en París

La nueva comedia romántica de Netflix parece ser un diamante en bruto que tiene todo lo que nos hace feliz: Lily Collins, París, moda de alta costura y galanes franceses, pero muy poco de representación real.

Emily en París, la nueva joyita de Netflix, se estrenó el pasado 2 de octubre y de inmediato fue furor. Creada y producida por Darren Star (Sex and the City), la historia sigue las andanzas de Emily Cooper (Lily Collins), una estadounidense de veintitantos años que se muda a París para trabajar en una empresa de marketing francesa.

En la capital, la jovencita (con una visión algo inocente de todo lo que la rodea) experimenta la novedad de una cultura nueva, mientras conoce a nueves colegas y se relaciona con nuevos amores.

Emily en París, de cierta manera, se resume en gente bonita haciendo cosas bonitas. Y por eso es tan capturable y se vuelve tan entretenida. No hay nada más lindo que el lugar seguro que nos propone el statu quo más estático de la plataforma. A través de los capítulos, no hay abordaje a lugares que puedan poner al espectador incómodo ni manifestación de zonas grises; apenas (si es que) hay identificación del público con la serie. 

Fuente: Tumblr.

Modo norteamericano

«¿Por qué no te gustó la serie?», me preguntó una amiga un tanto consternada.

Quizás porque es otra historia más a la biblioteca del imperialismo estadounidense, cuya jerarquía mundial hace creer —de nuevo— que al resto del mundo les falta un poco más de «moral norteamericana», cuando quizás la causa de muchos de los problemas actuales es que nos sobra mucha moral norteamericana.

En los primeros capítulos, rápidamente podemos leer esto: Emily no solo no sabe francés sino que ni siquiera se esfuerza en aprenderlo. Como resultado tenemos a toda una oficina en el medio de París hablando inglés solo para que ella pueda entenderles.

Además, la protagonista no duda en criticar ciertas formas laborales de les franceses, implícitamente dando a entender que la forma americana es mejor. Y hasta argumenta que a la sociedad estadounidense no le caerá en gracia una publicidad sexista, con la intención de una mirada progre e inocente pero dejando en claro que, al parecer, solo las estadounidenses son feministas.

Fuente: Netflix.

En consecuencia, la serie recibió fuertes críticas del público francés, quienes no recibieron con gracia que la trama retome estereotipos y clichés de Francia, dejándoles una imagen negativa, vaga y despectiva. Algo que, para ser sinceres, les latinoamericanes vivimos día a día.

¿Qué tipo de mujer seguimos reproduciendo?

Uno de los puntos fuertes de la serie es mostrar de manera implícita mujeres «diferentes». A lo largo de los 30 minutos de cada capítulo, no vemos chicas tontas, ni rubias malas, ni novias celosas. Pero correrse de los estereotipos más clásicos no significa hoy tener una amplia representación.

Desde el momento cero nos enteramos de que Emily viaja a París porque su jefa queda embarazada y debe permanecer en Estados Unidos. Centrándonos en la protagonista, Emily parece ser una cajita de Pandora incansable que, sin esforzarse en lo más mínimo y de manera natural, da en el clavo con grandes ideas que se le ocurren en el momento, así porque sí. Charla, saca fotos, escribe ingeniosos pie de imágenes en Instagram y, sobre todo, no molesta a nadie.

La serie, entonces, recae en una conceptualización de «mujer empoderada» perfecta por naturaleza quien, lejos de trabajar, diagramar, planificar —como el área de la comunicación lo requiere— y enfrentarse con problemas, desigualdades e incongruencias —como tanto mujeres como diversidades encuentran en el ámbito laboral día a día— , vive entre cosas que simplemente «fluyen».

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Es ficción, claro está, pero de nuevo nos encontramos ante ese tipo de ficción tan mainstream donde las mujeres parecen no pensar, no encargarse de datos duros, no planificar. Simplemente son intuitivas, se dejan llevar por lo que les dice el corazón y su éxito se basa en su capacidad de sentir pasión. ¿No nos suena, un poco, a esa división eterna de las emociones? ¿No nos suena, de nuevo, a que las mujeres solo entendemos de emoción y de amor y que todos nuestros ámbitos se ven marcados por ello?

Fuente: Tumblr.

Sin mencionar, además, que Emily es un ícono de la moda. Es hegemónicamente perfecta hasta cuando corre por la capital parisina para ejercitarse. A la joven en ningún momento de la serie se le corre el maquillaje (¡ni siquiera el labial!), ni se despeina un pelo ni se baja de los tacos, lo que refuerza la idea de que las mujeres siempre nos tenemos que ver «perfectas». Nada parece salirle mal y está siempre —siempre— lista para la actividad sexual. De la misma manera sucede con sus compañeras de pantalla femeninas.

Irónicamente, el personaje menos feminista y mas «malvado» es el que mas verosímil se construye. Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu), la jefa de Emily y la encargada de la empresa francesa, es una mujer estructurada y conservadora, que no cuestiona nada y que es directa para manifestarle a la norteamericana que, básicamente, no la soporta. Y sin embargo, en ella se exhibe un personaje fuerte que a través de su antipatía e incongruencias, resulta simpático.

Fuente: Netflix.

Lejos de ser una nueva versión de Sex and the City, con quien comparte productor y creador y donde hubo personajes fuertes y tramas disruptivas (menos normativas), Netflix, una vez más, nos vende algo que no es. Sin diversidad sexual y apenas representatividad cultural, la serie se queda en dar a su público paisajes y vestuario de diamantes mientras que otorga contenido en forma de piedritas de colores.

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Quizás después de todo, Emily en París sí nos deja algo para recordar: que podés triunfar en todo lo que te propongas. Eso sí, si sos hegemónicamente linda, flaca, blanca. Y claro, estadounidense.

Fuente: Tumblr.

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#Reseña After: entre visibilizar y naturalizar

«Una historia que nadie quiere que acabe y todo el mundo quiere vivir», manifiesta la contratapa de After, el libro de Anna Todd publicado en 2014 que en sus comienzos fue un fanfiction de Harry Styles. Lo curioso es que detrás de esas frases promocionales podemos leer entre líneas (y no tanto) una historia de maltrato y violencia camuflada bajo la promesa de pasión, fuego y amor.

After es todo un fenómeno de la era digital: con sus orígenes en la plataforma para escritores amateurs Wattpad, el libro saltó a la fama luego de obtener millones de lecturas, lo que le valió la edición en papel de los cinco tomos que completan la historia en 2014 y la adaptación a la pantalla grande en 2019.

La historia no tiene nada de otro mundo: Tessa Young, una joven estadounidense de clase media sin mayores problemas que una vida aburrida y una madre conservadora, empieza su primer año de facultad y conoce a Hardin Scott, un chico tatuado y rebelde que la sumerge en un supuesto amor «peligroso, rebelde e infinito». 

El conflicto del libro, sin embargo, no tiene relación con que haya surgido como un fanfiction (una historia creada por fans que toma a un personaje ficticio ya establecido o una persona real como punto de partida) ni con que, originalmente, el protagonista haya sido el cantante británico Harry Styles y el resto de la boyband One Direction. Su peligro reside en la reproducción de estereotipos anticuados y relaciones violentas que se entienden como amor real.

 La trama

Como adelantamos, la historia no trae más que clichés que se distribuyen en peleas, besos, sexo y más discusiones. Lo significativo es que el motor de la trama parecen ser, justamente, estas peleas entre Tessa y Hardin, con temáticas que siempre rondan lo mismo: celos, inseguridades y venganzas. 

El círculo vicioso se repite una y otra vez: los personajes se pelean con insultos y palabras hirientes que nada tienen que ver con el motivo inicial de la discusión. Hardín busca a Tessa, le pide perdón, le ruega por una nueva oportunidad y le dice que la ama; están juntos, Hardín la maltrata, se pelean…

En este tire y afloje, hay una cuestión más profunda que solo definirlos como una «pareja tóxica». Detrás de este rótulo, se reproducen discursos totalmente reales sin la más mínima crítica: la violencia psicológica, la normalización del maltrato, el hecho de considerar que todo es soportable si hay un «te amo» de por medio.

Como si no fuese suficiente, el libro está incluido en la categoría de «novelas románticas» dirigidas a un público infantojuvenil. Así, además de sentar precedente de cómo debe ser un amor «real», idealiza y romantiza a personajes como Hardin y a la dinámica de la relación entre la pareja principal, lo cual puede tener consecuencias peligrosas y traumáticas en la vida real.

Josephine Langford (Tessa), Hero Fiennes-Tiffin (Hardin) y Anna Todd en el estreno del filme.

Los personajes

Sin poner foco en las personalidades superficiales con arcos narrativos totalmente predecibles, en Hardin y Tessa se concentran estereotipos clásicos y machistas.

A simple vista, Hardin Scott es el badboy, inteligente y deseado, con un pasado traumático, que la juega de misterioso y no se relaciona afectivamente. Sin embargo, a través de los anteojos feministas, en Hardin se pueden percibir actitudes propias de un hijo sano del patriarcado, manipulador y violento.

De manera sistemática, Hardin muestra actitudes violentas y controladoras como agarrar a Tessa de brazos y muñecas para que le preste atención, humillarla e insultarla. Los puntos más bajos del personaje se dan en las peleas cuando, luego de romper todo lo que está a su alrededor, Tessa parece ser en quien descarga todas sus frustraciones y dificultades y a quien termina responsabilizando por hacerlo reaccionar así. Una versión literaria del «mirá lo que me haces hacer».

Por el otro lado, Tessa condensa un tipo de chica «especial y diferente» que se distingue de las demás por no usar maquillaje, no ir a fiestas y no ser «fácil» ante los hombres. Al estar la historia contada desde su punto de vista, leemos sus comentarios despectivos sobre la vestimenta y la forma de actuar de otras chicas con una misoginia interiorizada que desde el feminismo sabemos que es necesario repensar.

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Constantemente insiste en separarse del resto, lo que la lleva naturalizar el machismo expreso de Hardin así como a buscar razones de por qué quien dice quererla la humilla tanto. Tessa piensa y exige razones para entender qué hizo para merecer aquel temperamento, como si hubiese algo mal en ella y fuera su culpa que Hardin reaccione de maneras tan violentas.

Tessa confía en ese amor romántico, puro y eterno que tanto nos han inculcado y se lleva lo peor de este, sin siquiera notarse como víctima. Sus insistentes aclaraciones de que ella sabe cómo deben tratarla los hombres o que nunca se dejaría faltar el respeto como las demás refuerzan el mito de que solo las mujeres sumisas se dejan maltratar y que, por ende, es culpa de ellas por permitirse algo así, cuando sabemos que la violencia de género es mucho más profunda y que la culpa nunca es de quien la sufre.

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La película

After: Aquí empieza todo (2019).

En 2019 se estrenó en cines After: Aquí empieza todo, la adaptación cinematográfica de este primer libro de la saga, con las actuaciones de Josephine Langford y Hero Fiennes-Tiffin en los papeles principales y con la propia Anna Todd en la producción. Obtuvo reseñas negativas por parte de la crítica y una recepción comercial mixta, pero la suficiente para producir una secuela (basada en el segundo libro), estimada a estrenarse en Netflix Argentina en los primeros días de octubre.

La película muestra algo de sensibilidad con los tiempos que corren al desintoxicar y despojar a Hardin de sus actitudes machistas y constantes maltratos. Al mostrar a la pareja pasar tiempo juntos y llevarse bien, se construye una relación más sana de la que se percibe en el libro. De todas maneras, esto no salva la pobreza de la trama y la ausencia de interés que producen los lugares comunes en los que la historia cae una y otra vez, así como la superficialidad de sus personajes.  

El problema que sí atrae la película es el efecto rebote que vuelve a colocar en escena un libro que ofrece una versión extendida de violencia machista y maltrato naturalizado sin ninguna crítica aparente o toma de conciencia en el correr de la trama. Sumado a esto, al estar rotulado como novela romántica, es muy difícil hacer un verdadero análisis sobre las constantes muestras de maltrato que hay en el libro. Y que, en síntesis, es lo que lo hace aun más peligroso. 


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Belleza por catálogo

Apenas entró en el probador, una sensación incómoda le recorrió el cuerpo. La lamparita sobre el largo espejo titilaba de manera intermitente. Comenzó a desvestirse lentamente, con cuidado de colocar la ropa sobre el pequeño gancho que estaba dispuesto a su derecha. 

—¡Probala arriba de la ropa interior, bella! —escuchó a la vendedora gritarle desde el otro lado de la cortina. 

Cuando desabrochó el jean y lo bajó, tambaleó y perdió el equilibrio. Su cuerpo golpeó la pared izquierda del probador y causó un gran estruendo sobre el fibrofácil. 

—¿Bella, estás bien? —volvió a inquirir la vendedora. 

Incorporándose, asintió con la cabeza, aunque no podían verla. Sin sacarse la bombacha, deslizó el bombachon de la malla por entre sus piernas. Sintió ambos codos chocar nuevamente con las paredes estrechas. 

Minutos después, tomó el corpiño y lo colocó con cautela. Tuvo cuidado de no chocar los codos, ni el cuerpo contra el cubículo. Le hizo un nudo bastante fuerte en la espalda pero le aliviaba sentir los breteles tan ligeros en sus hombros, lejos de esos modelos estranguladores que se atan al cuello. 

Se miró al espejo. Se veía bien. La malla era cómoda, flexible, le resaltaba los pechos y le escondía la panza. Pero el color no le gustaba. Había hecho bastante terapia para aceptar y poder luchar contra los estigmas, pero tampoco le daba para pasearse por Mar de Ajó con una bikini rojo pasión. Era mejor imponerse sus propios límites que después tener que chocar en vivo y en directo con ellos. 

Abrió la cortina sin dejar que se viera mucho el interior, decidida a preguntarle a la vendedora por alguna otra tonalidad. Sin embargo, no había terminado de asomar la cabeza cuando la muchacha le habló. 

—Ay… Me parecía que no te iba a quedar, bella. ¿Querés que te traiga un talle más grande? —dijo, con una mueca que se dividía entre moralidad y lástima. 

~Bella, como las empleadas aquel día insistían en llamarla, frenó en seco con el pedido detenido en la boca. Pestañeó los ojos con fuerza, como queriendo despertar del mal sueño, y miró a la vendedora con la expectativa de que siguiera hablando, como si hubiese quedado colgando en el aire el remate de un mal chiste. 

La empleada tragó saliva y rellenó el silencio incómodo. 

—También hay muchos modelos enterizos, quizás esos van mejor para tu cuerp… Con tu onda —se corrigió a último momento. 

~Bella sintió las mejillas arder en carne viva. Observó los ojos de la chica, después le recorrió el cuerpo hasta posar la vista en las piernas esbeltas. Todo le daba asco y repulsión.

Sin responderle una sola palabra, cerró la cortina del probador y se miró de frente al espejo. No iba a llorar, no de nuevo, en el cubículo más estrecho de toda la avenida, pero no pudo evitar sentir nauseas y arcadas. Quizás era la luz que seguía tintineando o las tres lucas que había decido ignorar porque finalmente, después de un día agotador —en el sentido más mental que físico—, había encontrado una malla que le quedaba. Una malla que le gustaba.

Se sacó el traje de dos tirones fuertes, se volvió a poner el jean y la remera y salió del probador con la cabeza gacha. Empujó la prenda sobre los brazos de la vendedora y evitó hacer contacto visual que la pusiera en evidencia, que la dejara más desnuda de lo que hacía minutos estaba. 

Caminó rápidamente hacia la salida, antes de poder escuchar algún ~bella más. Sus pies cruzaron el umbral del local y sintió el caluroso viento de la tarde. 

Cuando se adentró en la masa de gente que copaba la avenida ese sábado, se dejó llorar sin importarle las posteriores manchas del maquillaje. Entre la multitud, con su jean tiro alto y su remera larga hasta los muslos, caminó con los brazos cruzados mientras intentaba en vano poner la mente en blanco. 

Seguía con la garganta seca y las constantes arcadas que amenazaban con volverse materia corpórea. Tenía el ~bella incrustado en el estómago y el color rojo pinchándole el hígado, poniendo en peligro el funcionamiento de su sistema digestivo. Advertía la mirada paupérrima de la empleada que, a cuadras del local, todavía sentía clavada en su abdomen rebalsado de grasa. Carecía de fuerzas para ponerse a buscar al interior de su belleza. 

Y, sobre todo, adolecía profundamente por caer en la cuenta de que la psicología individual nunca le iba a curar la eterna culpa que le provocaba la existencia tan estrecha y plana de los demás.

Lloraba, entonces, porque otra vez salía de un local sin encontrar una belleza que le quedara.


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«Esto es violencia política y de género»

Silvia Martínez Cassina fue desplazada de su lugar como conductora de «NotiTrece» luego de denunciar públicamente desigualdades de género y salariales en Canal 13. El hecho no es casual: Cassina es delegada del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) y en las últimas semanas mostró su repudio frente a la inequidad de género y apoyó los reclamos salariales de trabajadores de Polka. Un movimiento de la empresa con gusto a castigo patriarcal y gremial.

Silvia Martinez Cassina co-conduce el noticiero de Canal 13 -ARTEAR- desde 1997. Su presencia es histórica y por muchos años fue la cara de los mediodías de la señal. Sin embargo, desde el año pasado arrastra un conflicto con el Grupo Clarín que tuvo como consecuencia su desplazamiento a un lugar de columnista, lo cual significa una preponderancia y una cuota de pantalla mucho menor.

Todo empezó en noviembre del año pasado, cuando la periodista hizo un reclamo porque le estaban recortando tareas habituales del noticiero como participación y reportajes que, por contenido, solía hacer. El conflicto finalmente estalló en los primeros días del pasado julio, a partir de un aviso en el Diario Clarín, en donde se publicitaba la programación matutina del canal con fotografías solo de periodistas hombres. A través de su cuenta de Twitter, Cassina no se quedó callada y mostró su descontento con la tapa discriminatoria.

«Desplazan y acallan voces. Afuera, @eltreceoficial firma acuerdos de equidad en los medios. Adentro, la realidad es esta», tuiteó, acompañado con el hashtag #PerspectivaDeGenero. Días después, Martínez Cassina se refirió a la situación de Polka —productora de ficción a cargo de Adrián Suar—, cuyos trabajadores se manifestaron frente al canal en reclamo por sus sueldos y cobertura de salud. Además, compartió un video con el hashtag #LeyDeEquidadYa.

Martínez Cassina es delegada del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA) desde hace tres años. La situación actual de la periodista está totalmente ligada a su voz en tanto mujer sindicalista. La ausencia de figuras femeninas en los medios —sobre todo, los audiovisuales— o mismo la supremacía de las personalidades masculinas por sobre el lugar de las mujeres deviene de una violencia simbólica en donde el papel de eminencia le pertenece al hombre por «orden natural».

Una mujer que habla, que se queja y que rompe con la línea editorial de un medio hegemónico y poderoso es una mujer que desobedece el mandato patriarcal y se vuelve una amenaza para el poder conservador. Al no poder despedirla por su calidad de delegada, la empresa desplazó a Cassina de su silla de co-conductora y redujo su papel a columnista como reprimenda política por sus declaraciones.

Quien ocupa su lugar, ahora, es nada más ni nada menos que un hombre: Sergio Lapegüe, quien al ser consultado por las modificaciones en el programa respondió que acata órdenes y que no tiene por qué avisarle de los cambios porque no es su jefe, según declaraciones de la propia Cassina.

«Esto es #ViolenciaPolíticaxGénero porque desplazan de la conducción de un noticiero a una mujer, porque esa mujer es una voz feminista. Están cediendo al conductor masculino el tratamiento de casos de violencia, no tienen ninguna perspectiva de género», expresó la periodista en un encuentro virtual realizado por la Defensoría del Pueblo.

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En 2016, cuando todavía no era delegada, ya había recibido un «apriete» del medio después de expresar su solidaridad con la lucha feminista en el saludo de despedida del noticiero. A través de un apartado sin firma en el diario Clarín, la compararon con Juana de Arco y le advirtieron —en algo muy cercano a una amenaza—: «Ojo con la lucha, Silvia, mirá que esa Juana de la que hablan terminó quemada en la hoguera».

La pregunta que surge entre apoyos y enojos es qué sucede puertas adentro de los espacios laborales, en este caso los mediáticos, con aquellas personas —mujeres y disidencias— que están mas abajo en la cadena de poder, lejos no solo del beneficio jerárquico sino también de los privilegios replicados por un sistema heteronormativo y patriarcal. Si Cassina, en tanto representante gremial y voz femenina con más de 20 años frente al noticiero, es castigada sin más, ¿qué queda para el resto de les trabajadores que viven día a día situaciones de desigualdad de género y laboral?

La periodista no dudó en referirse a la cuestión en una entrevista con La Izquierda Diario: «Lo que me pasa a mí es un hostigamiento porque no me callo. Pero si ven la grilla de los que salimos en pantalla y ya no están, son desplazados a fines de semana o dejan de aparecer, es impresionante. Mi obligación sindical es no callarme. Defendemos derechos laborales y luchamos por un periodismo digno».

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Martinez Cassina se mostró agradecida con el apoyo y respaldo de agrupaciones, gremios y colegas de trabajo recibido a través de las redes sociales. «Recibí cariño, apoyo y solidaridad de los lugares, personas y organizaciones menos esperados», contó a Radio Del Plata y finalizó remarcando sentirse «muy empoderada, con la seguridad de que lo que estoy reclamando es legítimo».