Juana Manso: educar es luchar

Artículo colaboración escrito por Helga Mariel Soto


El derecho a la educación de las mujeres siempre estuvo sujeto a debate. A diferencia de los varones, nunca se dio por sentado que merecíamos aprender más cosas que leer, rezar y bordar. En la historia universal, muchas mujeres desafiaron esta noción aportando su granito de arena para lograr una educación lo más igualitaria posible.

En la historia argentina, una mujer se destaca por su incansable y temprano trabajo. Juana Manso nació en 1819 en lo que es hoy el barrio de Montserrat. Su padre era español y había participado del mundo político desde la Revolución de Mayo. De su madre se sabe muy poco, cosa bastante común en la época dados los arquetipos de lo que debía ser una madre y esposa. Desde chica, su familia le inculcó la lectura en español y en otros idiomas, aunque ir a la escuela era difícil y hasta aburrido para ella. 

A sus diez años, su familia debió exiliarse a Montevideo por enemistades con el gobierno de Rosas y es ahí donde comenzó a traducir y escribir. Ya de edad adulta, se instaló en Brasil con su marido aunque viajaron también por Estados Unidos y Cuba. Una vida realmente singular para una mujer de la época. Juana nunca abandonó su interés por la educación de las mujeres y enseñó a jóvenes en cada lugar al que viajó.

En Brasil, fundó en 1852 O Jornal das Senhoras, una de las primeras publicaciones de la región dedicada a las mujeres. En esta se escribía sobre temas como artes, modas y educación de las mujeres y además se realizaba un intercambio con las lectoras. 

En 1854 replicó este mismo periódico en Argentina, con el nombre de Álbum de Señoritas, en el que abordó tópicos similares. En el primer número escribió sobre la emancipación de la mujer: 

«¿Por qué se condena su inteligencia a la noche densa y perpetua de la ignorancia? ¿Por qué se ahoga en su corazón desde los más tiernos años la conciencia de su individualismo, de su dignidad como ser que piensa y siente, repitiéndole: “no te perteneces a ti misma, eres cosa y no mujer”? ¿Por qué reducirla al estado de la hembra cuya, única misión es perpetuar la raza?[…] ¿Por qué cerrarles las veredas de la ciencia, de las artes, de la industria, y así hasta la del trabajo, no dejándole otro pan que el de la miseria, o el otro mil veces horrible de la infamia?».

Más adelante también publicó bajo un seudónimo La flor del aire, en donde estaba a cargo de la sección Mujeres Ilustres de América del Sud, segmento que divulgaba sobre las vidas de las mujeres de la historia que habían quedado en el olvido. 

Durante los sesenta se carteó con Sarmiento (quien se convertiría en su amigo) discutiendo temas de educación y también con Mary Mann, educadora estadounidense. 

Ya vuelta en Argentina se dedicó plenamente a la educación. Fue designada por Sarmiento como directora de la primera escuela mixta y se destacó en su rol. En la escuela promovió la enseñanza de la música, el baile, la actividad física y decidió eliminar los castigos físicos, apostando por una educación más empática. 

También escribió el primer manual de historia argentina para el ámbito escolar, Compendio de la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, sumando otro título a su largo listado de trabajos. Consideraba que la escuela era su familia y siempre estuvo comprometida a una educación laica, científica y mixta, ya que creía que la educación «no tenía sexo»

Además de haber sido una gran educadora, su producción es muy amplia y variada. Desde periódicos de su propia fundación hasta sus participaciones en otras publicaciones nacionales, también escribió novelas, poemas y ensayos. 

Con ojos contemporáneos, vemos la vida de Juana y no podemos evitar sentir admiración. Por eso, cuando tenemos en consideración su contexto histórico, es imposible no sorprenderse con su inteligencia, tenacidad y amor por el conocimiento.


Fuente: Juana Manso

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Sylvia Plath: la escritura de una mente brillante

Artículo colaboración escrito por Antonela Amore


Desde muy pequeña, Sylvia comienza a incursionar y recorrer el mundo de la escritura. Sus escritos reflejaron sus angustias y reflexiones acerca de su vida personal, sus preguntas y vicisitudes acerca del amor, la existencia como también la muerte.

«No quería flores, tan sólo yacer
Con las palmas de las manos vueltas hacia arriba, completamente vacía.
Ah, y no sabes hasta qué punto resulta liberador:
Sientes una paz tan grande que te aturde, y sin exigir nada
A cambio, salvo una etiqueta con tu nombre, unas cuantas naderías.
Eso es lo que consiguen los muertos, al final; me los imagino
Cerrando su boca sobre ella, como si fuera una hostia consagrada».

Extracto del poema Tulipanes.

Hacia mediados de 1950, cursó sus estudios en la Universidad de Cambridge gracias a una beca Fulbright y en 1954 conoció al poeta Ted Hughes en los campus de esa universidad, con quien contrajo matrimonio dos años después y quien se convirtió en el editor de sus producciones. En 1960, nació Frieda, la primera hija de les escritores y, dos años más tarde, Nicholas.

De trastornos mentales

Durante su juventud, Sylvia intentó quitarse la vida tras ser diagnosticada con trastorno bipolar. Recibió el único tratamiento posible en esa época: la terapia de electrochoque. Este trastorno es un cuadro crónico y recurrente que se caracteriza por fluctuaciones del estado de ánimo que afectan, en consecuencia, el entorno laboral, familiar y social de quien lo padece. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), alrededor de 45 millones de personas en el mundo padecen este trastorno, que deviene en causal de suicidio (datos de 2019).

«El árbol y la piedra resplandecían, sin sombras.
Mis dedos se alargaron, translúcidos como el cristal.
Empecé a brotar como una rama en marzo:
un brazo y una pierna, un brazo y una pierna.
Y así ascendí, de piedra a nube.
Ahora parezco una suerte de dios.
Flotando en el aire, con mi ropaje de alma
pura como una lámina de hielo. Y eso es un don».

Extracto del poema Carta de amor.

Sobre el final de su vida

La relación extramatrimonial de su esposo Ted con la poetisa Assia Wevill, con quien tuvo una hija, supuso el fin del matrimonio. El 11 de febrero de 1963, a sus 30 años, Sylvia se quitó la vida en la cocina de su casa.

Valorada como un icono feminista, Sylvia cuestionó las normas, los usos y las costumbres establecidas para la mujeres. En 1982, Sylvia recibió de forma póstuma un Premio Pulitzer por la edición completa de sus poemas, convirtiéndose en la primera mujer en recibir tal reconocimiento tras su partida existencial.

Les compartimos un poema de Sylvia:

SOY VERTICAL

«Pero preferiría ser horizontal. Yo
No soy un árbol enrizado en la tierra,
Absorbiendo minerales y amor materno
Para rebrotar esplendoroso cada mes de marzo,
Ni tampoco la belleza del arriate del jardín
Que deja boquiabierto a todo el mundo y a la que
Todo el mundo quiere pintar maravillosamente,
Ignorando que muy pronto se deshojará.
Comparados conmigo, un árbol es inmortal,
Una cabezuela, no muy alta, aunque más llamativa,
Y yo anhelo la longevidad del uno y la osadía de la otra.

Esta noche, bajo la luz infinitesimal de los astros,
Los árboles y las flores han estado esparciendo sus aromas frescos.
Yo paseo entre ellos, aunque no se percaten de mi presencia.
A veces pienso que cuando duermo
Es cuando más me parezco a ellos –
Desvanecidos ya los pensamientos.
En mí, el estar tendida es algo connatural.
Entonces el cielo y yo conversamos abiertamente.
Y seguro que seré más útil cuando al fin me tienda para siempre:
Entonces quizás los árboles me toquen por una vez,
Y las flores, finalmente, tengan tiempo para mí».


Fuentes:


Hannah Arendt y la banalidad del mal

Artículo colaboración escrito por Valentina de Rito


El pasado 14 de octubre se cumplieron 115 años del nacimiento de la escritora y teórica política Hannah Arendt, una de las filósofas más influyentes del siglo XX. Arendt nació en 1906 en Alemania, en el seno de una familia de judíos secularizados. Su padre falleció de sífilis cuando Hannah no tenía más de siete años y, desde ese momento, la filósofa fue mayoritariamente educada por su madre, quien profesaba ideas socialdemócratas.

Hannah Arendt se instruyó en la filosofía desde muy corta edad, leyendo obras de Kant y Jaspers en su adolescencia temprana. Posteriormente, tomó clases de teología cristiana y se familiarizó con la teoría de Kierkegaard. En 1924, tras haber aprobado el examen de ingreso a la universidad, comenzó a asistir a las clases de Filosofía dictadas por Martin Heidegger, con quien tuvo a su vez una relación sentimental hasta 1926.

El rápido ascenso del nazismo en Alemania hizo que para comienzos de 1940 la filósofa (a quien ya se le había retirado la nacionalidad alemana) tuviese que emigrar. Fue así que Hannah Arendt y su marido, Heinrich Blücher, se mudaron a París por un año, hasta finalmente llegar, junto con la madre de Hannah, a Nueva York. Allí, Hannah consiguió trabajo como redactora para una revista judeo-alemana llamada Aufbau. Sus artículos abordaban la cuestión del exilio judío, reflexionando acerca del judaísmo moderno y la historia judía en general.

En 1948, tras el fallecimiento de su madre, la autora viajó por primera vez a Alemania. Ese viaje, en el que se reencuentra con Jaspers y Heidegger, fue el primero de los muchos que vendrían posteriormente ya que, al viajar a Europa, Hannah Arendt comenzó a escribir y producir teoría sobre la situación de posguerra. Observó cómo los tejidos sociales y morales se habían desgarrado tras el conflicto bélico, como consecuencia de la perpetración de crímenes impensados hasta el momento. Lo que observó Arendt fue que, a diferencia del dolor y la preocupación que parecían extenderse a lo largo del continente europeo, había una indiferencia colectiva en el pueblo alemán, en donde los horrores producidos por el régimen nazi parecían ser casi silenciados. Sus continuados viajes a Europa, combinados con las conductas observadas y los cuestionamientos que se planteaba, llevaron a la filósofa a trabajar temáticas como la filosofía existencial, el totalitarismo y la idea de cómo el terror puede convertirse en una forma de Estado.

El recorrido teórico-filosófico de Hannah Arendt, en conjunción con sus cuestionamientos sobre los regímenes de estado (con foto particular en el nazismo) la llevaron a plantear lo que es, quizás, una de sus teorías más innovadoras dentro de la filosofía del siglo pasado: la banalidad del mal. Esta teoría ve sus inicios cuando, en 1961, se enjuicia a Adolf Eichmann por genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. El procedimiento judicial, que generó grandes controversias, fue un objeto de atención para la prensa y muchos periódicos alrededor del mundo decidieron enviar corresponsales para cubrir las jornadas de enjuiciamiento.

Entre elles, cubriendo para el New York Times, estaba Hannah Arendt.

Lo que la filósofa observó —y posteriormente plasmó en su libro Eichmann en Jerusalén— fue que, precisamente, el hombre a quien estaban enjuiciando frente a sus ojos no era un monstruo. No era un loco, ni una mente maligna, ni un fanático enceguecido. Por el contrario, el obrar de Eichmann respondía a una cuestión burocrática: a una economía de la violencia que, para poder llevarse a cabo, necesitaba de un esquema rutinario. Lo que Hannah Arendt postuló, en síntesis, es que los oficiales nazis no operaban bajo motivaciones perversas o sádicas sino bajo estructuras de organización y procesos administrativos. Lo cual hace del mal, en cualesquiera de sus formas, algo aun más terrorífico: su absoluta normalidad.

Es ese el punto de inflexión que Hannah Arendt trae a la discusión política, filosófica y social de la época: el automatismo de la maldad y el terror, su naturaleza burocrática. Esto no implica razonar que hombres como Eichmann fueron inocentes, ni les brinda un chivo expiatorio por los horrores cometidos. El punto tiene que ver, quizás, con una cuestión de índole más bien moral: en la medida en que para él (y para muches otres) se trataba de un mero trabajo a realizar, no había cargas de consciencia ni juicios morales. Estos actos no atraviesan un filtro a partir del cual su perpetuador puede llegar a sentir culpa o arrepentimiento. Por el contrario, en la medida en que se autoperciben como partes de una maquinaria burocrático-administrativa, los crímenes cometidos son procesados como una responsabilidad más a cumplir.

¿Por qué es relevante el aporte de Hannah Arendt a la argamasa intelectual de su época? Porque plantea algo que va incluso más allá de esta. La banalidad del mal no es un concepto teórico que solo pueda limitarse al régimen nazi o los procesos totalitarios en general. Su fortaleza radica, precisamente, en que puede llevarse a otros procesos de violencia y vulneración de derechos. Hoy por hoy, no es necesario imaginarnos una realidad en donde el mal se vuelve un elemento banal, administrativo. Tampoco es necesario retrotraernos a otras épocas. Nos basta con mirar a nuestro alrededor: a la vulneración de los derechos de las mujeres o a cómo se realiza el tratamiento de les inmigrantes varades en distintas partes del mundo, entre muchos otros procesos que, bajo su titulación burocrática esconden una violencia contenida y latente. Hannah Arendt y su teoría persisten en el tiempo porque incluso hoy nos recuerdan que debemos mantenernos alertas. No a la cualidad extraordinaria del mal, sino, precisamente, a lo contrario: a lo ordinario de su naturaleza.


La primera periodista rioplatense: Petrona Rosende de Sierra

Artículo colaboración escrito por Helga Mariel Soto


Periodista y poetisa uruguaya, vivió en Buenos Aires y fundó el primer periódico dedicado a las mujeres de la historia argentina.

Petrona Rosende nació el 18 de octubre de 1787 en territorio uruguayo. En la década de 1830, debido a la invasión luso-brasileña sobre su tierra natal, tuvo que exiliarse junto a su marido a Buenos Aires, donde fundó La aljaba, la primera publicación periódica escrita por y para mujeres. Si bien su nombre no figura en estos impresos, escribió los 18 números antes de tener que abandonar su tarea por cuestiones de salud.

Se imprimía en la imprenta del Estado y su nombre hace alusión a dos elementos: la denominación popular de una flor y el sinónimo de carcaj. 

Biblioteca Nacional Argentina.

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Su primer número se publicó el 16 de noviembre de 1830 bajo el formato de «prospecto», en donde les hablaba a las mujeres argentinas como seres especiales y bellos. De hecho, el subtítulo de este periódico era «Dedicada al bello sexo argentino». Pero a Petrona le interesaban otros temas además de la apariencia femenina. En sus escritos defendía el derecho a la educación de las mujeres y hablaba duramente en contra de los hombres que se oponían a esto. Llegó a escribir: «¿Puede un hombre manifestar de un mejor modo su estupidez?» para criticar esta postura.

También tocaba otros temas como la religión, la amistad, la beneficencia y la patria. Si bien Petrona rechazaba el concepto de «mujer adorno» y creía que era importante instruir a las mujeres, era de todos modos hija de su tiempo y sostenía que la mujer no podía buscar la felicidad en «causas extrañas» como participar en batallas o en la política. La felicidad de las mujeres estaba ligada a ser madre y esposa. 

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Su compromiso por la literatura y la educación de las mujeres la acompañó toda la vida, ya que al volver a Uruguay se dedicó a escribir poemas y relatos como La cotorra y los patos, publicado en el «El Parnaso Oriental», siendo la única mujer en lograr algo así. En esta fábula, parodia a aquellos hombres que pretendían callar a las mujeres, fiel a sus ideales de las habilidades y virtudes femeninas.  

Biblioteca Nacional Uruguaya.

Al momento de su muerte, se encontraba dirigiendo una escuela para señoritas. Petrona es una de las mujeres claves para entender la producción literaria hecha por mujeres, así como también lo son Rosa Guerra, Juana Manso y Juana Manuela Gorriti.

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Fuentes:

  • Biblioteca Nacional Uruguaya
  • Ministerio de Cultura Argentina
  • La aljaba

¿Sabías que Frankenstein fue escrito por una mujer?

Artículo colaboración escrito por Paula Abran


En el año 1816, Mary Wollstonecraft Godwin, más conocida como Mary Shelley, tenía 18 años de edad cuando escribió la obra que la llevó al reconocimiento como escritora: Frankenstein.

Shelley nació el 30 de agosto de 1797 en Londres, hija de Mary Wollstonecraf, filósofa feminista que escribió la Vindicación de los derechos de la mujer (1792), y del escritor y filósofo William Godwin, quien tenía ideas muy liberales para la época y fue precursor del pensamiento anarquista. En cuanto a su madre, nunca pudo conocerla ya que falleció un tiempo después del parto. Por lo tanto, su padre se encargó de procurarle la mejor educación.

«No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino que tengan poder sobre sí mismas».

– Mary Shelley.

Amor libre

Luego del fallecimiento de su esposa, William Godwin, quien se declaraba en contra del matrimonio y lo clasificaba como «represivo», se casó con Mary Jane Claremont, quien había enviudado y tenía una hija llamada Claire. A pesar de tener una relación conflictiva con su madrastra, Mary se llevaba muy bien con Claire.

Les Godwin habían creado una editorial que fracasó y les obligó a pedir préstamos para poder mantenerla. En 1814, el poeta Percy B. Shelley -gran admirador de William- llegó a encargarse de las deudas que tenía y así conoció a su hija. Les dos se enamoraron pero la situación de Percy era complicada, ya que hasta el momento estaba casado y su esposa estaba embarazada. Esto causó un gran dolor para Mary, quien lo supo tiempo después.

Al enterarse de que William no aceptaba esta relación, Mary decidió fugarse a París junto a Percy y Claire. Durante el tiempo que vivieron juntes, Claire tuvo un amorío con Percy, mientras que Mary mantuvo una breve relación con Thomas Jefferson Hogg, amigo de su esposo. Elles se declaraban a favor de la libertad dentro de su relación y se permitían estar con otres, pero con el paso del tiempo Mary se aferró más a la idea de monogamia. 

Frankenstein o el moderno Prometeo

Mary vivió trágicas experiencias con respecto al rol de ser madre: perdió cuatro hijes y sobrevivió une. Tras haber sufrido por primera vez la muerte de une hije en 1816, su esposo le sugirió que fueran a pasar unos días a la mansión del poeta Lord Byron en Ginebra, Suiza. Allí comenzó a escribir Frankenstein literalmente como un juego, ya que en las noches de tormenta el grupo se juntaba a leer y componer entre todes historias de fantasmas.

La inspiración de Mary surgió desde su propia experiencia de vida: la ciencia y la muerte eran temas con los que sentía cercanía, la inspiraron a escribir y, aunque no fue el único libro que publicó, esta fue la obra que, hasta el día de hoy, hace que resuene su nombre. En 1818, se publicó por primera vez en una edición con firma anónima y con el prólogo de su esposo, lo que generó en les lectores la idea de que la obra era autoría de él. Ya en su segunda edición, lo firmó Mary.

«Me dediqué a pensar en una historia, una historia que rivalizara con las que nos habían entusiasmado con esta tarea. Una que hablara sobre los miedos misteriosos de nuestra naturaleza y despertara un horror emocionante, una que hiciera que el lector temiera mirar a su alrededor, que helara la sangre y acelerara los latidos del corazón», expresó Mary Shelley en relación a su obra.

El 8 de julio de 1822, Percy se ahogó en Italia mientras navegaba en su velero. Años después, luego de la muerte de Mary en febrero de 1851, encontraron en su escritorio restos del corazón de Percy envueltos en un papel de seda.

Pasaron más de 200 años de la primera publicación de su libro, pero la autora permanece aún como una de las grandes precursoras de lo que conocemos hoy como novela gótica.


Fuentes:


Salvadora Medina Onrubia: la mujer que no quiso ser un jarrón

Artículo colaboración escrito por Antonela Amore


El 20 de julio de 1972 partió a otro plano Salvadora Medina Onrubia, mujer polifacética y destacada de nuestra historia argentina, conocida -lamentablemente- como la mujer de Natalio Botana, fundador del Diario Crítica. No obstante, Salvadora enarboló su propia bandera, devino en aquella mujer que no quiso ser un jarrón* y se distanció de los mandatos de época, de los estereotipos que regían la femineidad y, en efecto, construyó su propio destino.

Su historia

El 23 de marzo de 1894, en la Ciudad de La Plata, nació Salvadora Medina Onrubia. Escritora, militante, oradora y madre soltera por elección a sus 16 años de edad. Salvadora fue mucho más que «la mujer de»: fue quien defendió sus principios por fuera de los mandatos de época, quien abrazó sus ideales. Salvadora fue una mujer que deseó más allá de lo que debía desear y demostró, en sus elecciones, su capacidad de agencia en un mundo machista como así también su feminismo inminente.

Es posible rastrear su participación política: de ideología anarquista, Salvadora luchó por la liberación de un joven anarquista de origen ruso llamado Simón Radowitzky, encarcelado en 1909 por ser autor del atentado organizado contra Jorge Falcón, el entonces jefe de la Policía de Buenos Aires, quien falleció en ese hecho. Siguiendo esta línea es posible, a su vez, situar su participación como oradora y manifestante durante la llamada Semana Trágica hacia 1919, un apenado hecho de nuestra historia nacional en donde obreres huelguistas fueron masacrades y reprimides, con un saldo de 700 muertes y 4000 herides.

Las Descentradas

Salvadora escribió la obra Las Descentradas, estrenada hacia marzo del año 1929 en el Teatro Ideal. Allí, Salvadora se atreve a narrar sobre mujeres que se «distanciaban» del camino dado, que anhelaban y deliberaban sobre otras posibles trayectorias por fuera del matrimonio y la familia –ser la mujer de-, como también ponían en cuestión el lugar de la mujer.

Su obra cuestiona el estereotipo de femineidad propio de la época, en donde las mujeres eran subjetivadas para circular y desenvolverse en el espacio privado –sentimentalizado-, el mundo doméstico, en donde la maternidad devenía en expectativa y razón de ser.  

 «Somos las que sufrimos, las rebeldes a nuestra condición estúpida de muñecas de bazar… Entiéndeme bien. No de mujer. No queremos los derechos de los hombres. Que se los guarden… saber ser mujer es admirable. Y nosotras sólo queremos ser mujeres en toda nuestra espléndida feminidad».

Medina Onrubia, p. 61.

Cuestionar la maternidad

El 5 de julio del año 1931, desde la cárcel del Buen Pastor, con motivo de su encarcelamiento junto a otros 30 periodistas impuesto por Félix Uriburu (en ese entonces presidente de facto de nuestro país), Salvadora le escribió al dictador: «En este innoble rincón donde su fantasía conspiradora me ha encerrado, me siento más grande y más fuerte que Ud., que desde la silla donde los grandes hombres gestaron la Nación, dedica sus heroicas energías de militar argentino a asolar hogares respetables y a denigrar e infamar una mujer ante los ojos de sus hijos … y eso que tengo la vaga sospecha de que Ud. debió salir de algún hogar y debió también tener una madre».

Aquí es posible pesquisar algo acerca de su personalidad. ¿Qué mujer se atrevería en un contexto nacional donde se ha instalado un gobierno contra la voluntad popular escribir una carta pública al presidente de facto de ese entonces? ¿Qué persona se atrevería? También es importante resaltar a partir de su escrito la politización de la maternidad (Andujar, 2014) que envuelve su carta.

Es decir, el uso de la maternidad supone una instrumentalización que se sostiene de su socio subjetivación en tanto mujer igual madre y los sentidos que anuda: el cuidado de otres y su resguardo, su alimentación y crianza, entre otros. En este sentido, es nodal visibilizar los derechos y las obligaciones ligadas al género femenino en esa época histórica (deber y mandato de maternidad) y, a su vez, la apropiación e instrumentalización de ese rol sociohistóricamente adjudicado que Salvadora realiza.

«General Uriburu, guárdese sus magnanimidades junto a sus iras y sienta como, desde este rincón de miseria, le cruzo la cara con todo mi desprecio».

Medina Onrubia, 1931.

La historia para visibilizar

Quienes somos historiadores tenemos una deuda. Según Bock (1991), la historiografía tradicional ha ocultado a las mujeres de la historia general, invisibilizadas como objeto de estudio así como también sujetas históricas, con capacidad de agencia. De esta manera, la historia de las mujeres (las) rescata de ese olvido y los estudios actuales utilizan al género como categoría sociocultural que vislumbra las desigualdades inherentes al sistema sexo-género.

Para cerrar, retomamos la obra de Salvadora. En Las Descentradas ella se atreve a figurar a aquellas mujeres «fuera de eje», las descarriadas y no benevolentes a expectativas impuestas y ajenas, las rebeldes y las «raras». Aquellas cuya imagen refleja el paso de Salvadora por este mundo, la huella que muchas mujeres han tomado y enarbolan día a día en su homenaje a las grandes mujeres de nuestra historia argentina cuya marca hemos de escudar cual tarea cotidiana.

Es así que recomendamos la obra El caso de la mujer que no quiso ser un jarrón, en Instagram @salvadorateatro, que retrata su vida y permite conocer a esta gran mujer y su trayectoria en mayor profundidad.


Fuentes:

*Frase en alusión a la obra teatral inspirada en la vida de Salvadora Medina Onrubia protagonizada por Maria Victoria FelipiniGilda Sosa, dirigida por Andrea Ojeda.

  • Andújar,  Andrea (2014). «Rutas  argentinas  hasta  el  fin.  Mujeres,  política  y  piquetes,  1996-2001». Buenos Aires, Ediciones Luxemburg. Capítulo 1.
  • Bock, Gisela (1991). «La historia de las mujeres y la historia del género: aspectos de un debate internacional», en Historia Social, 9.
  • Medina Onrubia, Salvadora. (2006) «Las descentradas y otras obras teatrales». Bs. As.: Colihue.
  • Ministerio de Cultura – Argentina
  • Página 12
  • El Historiador

Una lectura feminista de la Independencia argentina

Artículo escrito en colaboración por Karen Cuesta y Juana Lo Duca

Sigue leyendo Una lectura feminista de la Independencia argentina

Conmemoración de escritoras argentinas del siglo XIX y el XX

Artículo colaboración escrito por Antonela Amore


Hoy 13 de junio se conmemora en nuestro país el «día del escritor» en alusión al natalicio de Leopoldo Lugones (1874-1938). Considerado un exponente vanguardista del modernismo de la literatura nacional, fue un destacado cuentista, novelista, poeta y ensayista argentino que en 1928 fundó y presidió la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).

Este día nos convoca a reconocer y visibilizar la trayectoria de muchas mujeres que se destacaron en la escritura, que lograron plasmar en pluma y papel y en máquinas de escribir sus ideas, sus reflexiones y sus deseos, como también su inventiva creativa.

Nuestra historia argentina nos brinda mujeres que se han destacado, cuyos deseos no se anudaban únicamente a la maternidad y al ausente reconocimiento social que ofrecía el espacio doméstico. Mujeres que escaparon de ataduras de la época, cuyas trayectorias disonantes a lo que se esperaba de una mujer, construyeron el basamento que habilitó el despliegue de otras experiencias y otros deseos en muchas mujeres.

Mujeres escritoras

Juana Paula Manso (1819-1875) escribió poesía, literatura y fue traductora. Ejerció como periodista y fundó diversos periódicos como La Flor del Aire y La Siempre-Viva, entre otros. También ejerció la docencia y fue directora de la Primera Escuela Normal Mixta N°1 en la Parroquia de Monserrat donde desarrolla programas que buscaban proponer otra escuela como, por ejemplo, los castigos físicos quedaron prescindidos, motivo por el que esa escuela ganó un puesto de honor.

Además, se destacó como una de las primeras feministas manifiestas en nuestro país, donde denotaba a la educación y formación de las mujeres en tanto vías de emancipación. En Álbum de señoritas (1854) -periódico de literatura, modas, bellas artes y teatros que Juana fundó- expresaba: «La mujer es la esclava de su espejo, de su corsé, de sus zapatos, de su familia, de su marido, de los errores, de las preocupaciones; sus movimientos se cuentan, sus pasos se miden, un ápice fuera de la línea prescripta, ya no es mujer, ¿es el qué?… ¡Un ser mixto sin nombre, un monstruo, un fenómeno!».

«No, me dije mientras ordenaba en la alacena una pila de platos; la vida mía conducirá a alguna parte. Felizmente no estaba condenada a un destino de ama de casa. Mi padre no era feminista; admiraba la sabiduría de las novelas de Colette Yver donde la abogada, la doctora, terminan por sacrificar su carrera a la armonía del hogar; pero necesidad es ley: “Ustedes, hijitas, no se casarán”, repetía a menudo. “No tienen dote, tendrán que trabajar.” Yo prefería infinitamente la perspectiva de un oficio a la del matrimonio: ella autorizaba esperanzas. Había gente que había hecho cosas: yo las haría».

-De Beauvoir, Simone en Memorias de una joven formal (1958).

Victoria Ocampo (1890- 1979) fue cronista, actriz y publicó diversos artículos periodísticos como también escribió libros. Creó la Revista Sur y posteriormente la Editorial Sur. Hacia 1936 presidió y co-fundó la Unión Argentina de Mujeres, espacio que buscaba defender los derechos civiles femeninos. Su feminismo naciente es posible vincularlo con la influencia de Virginia Woolf, a partir del intercambio epistolar entre ambas donde la cuestión de la mujer emergía.

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«(…)Es impensable que una mujer hubiera podido tener el genio de Shakespeare en la época de Shakespeare. Porque genios como el de Shakespeare no florecen entre los trabajadores, los incultos, los sirvientes. ¿Cómo, pues, hubieran podido florecer entre las mujeres, que empezaban a trabajar, según el profesor Trevelyan, apenas fuera del cuidado de sus niñeras, que se veían forzadas a ello por sus padres y el poder de la ley y las costumbres? Sin embargo, debe haber existido un genio de alguna clase entre las  mujeres, del mismo modo que debe de haber existido en las clases obreras».

-Virginia Woolf en Una habitación propia (1929).

María Elena Walsh (1930-2011) escribió poesía, guiones y canciones infantiles. Recibió diversos premios y fue congratulada por su trayectoria en diversos países. Ferviente feminista, expresaba en su Carta para una compatriota publicada la Revista Extra durante la dictadura de Lanusse en 1973: «El Movimiento de Liberación Femenina es una ideología revolucionaria, no exprimida de libracos apolillados sino del cotidiano martirio de la mitad de la humanidad. Nace en las ferias y junto a las bateas, a la vera de las camillas de ginecólogos carniceros y a contrapelo de los viejitos célibes del Vaticano que vienen diagramando la conducta sexual según conviene a los intereses de los capitales y a las fluctuaciones del mercado bélico».

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A modo de cierre de esta –pequeña- muestra de las diversas mujeres que en nuestro país se han destacado como escritoras (y otros rubros en los que se desempeñaban) es importante visibilizar y reconocer su trayectoria a fin de celebrar sus deseos disonantes que se alejaban de las ollas y los platos, de la maternidad como único destino posible y que, con su recorrido, construyeron condiciones de posibilidad para la emergencia de otras -y nuevas- aspiraciones en tantas mujeres argentinas.


Fuentes:

  • De Beauvoir, S. (1967) «Memorias de una joven formal» 5ta Ed. Sudamericana: Buenos Aires, Argentina. Pp. 114-115.
  • Cosse, I. (2008) «La lucha por los derechos femeninos: Victoria Ocampo y la Unión Argentina de Mujeres (1936)». Revista Humanitas, XXVI (34) 131-149.- Pizarnik, Alejandra (2014) en Poesía completa– 1° ed. Ed. Sudamerican: Buenos Aires, Argentina.
  • Manso, J. (1854) «Álbum de señoritas, periódico de literatura, modas, bellas artes y teatros». Tomo 1 Buenos Aires, No8.
  • Woolf, V. (1929) «Una habitación propia». Ed. Del Fondo.
  • Juana Manso
  • Ministerio de Cultura: x, x, x