Marihuana y feminismo para salir de la Matrix

Valeria Salech, presidenta de Mamá Cultiva Argentina, relata a Escritura Feminista su lucha y la de muchas madres por una mejor calidad de vida para sus hijxs. Una historia sobre feminismo y empoderamiento cannábico, a un día de la Marcha Mundial por la Marihuana.

 

“¿Viste cuando el protagonista de la película sale de la Matrix, y ve las cosas de forma diferente? Bueno, ojalá fuera así. En realidad, son muchos los cables que te conectan con la Matrix y vos vas sacando de a uno”, describe Valeria Salech mientras toma un café en Parque Patricios, su barrio.

Valeria es presidenta de Mamá Cultiva Argentina, una organización que nuclea a madres, familiares de pacientes y usuarixs del cannabis medicinal.

Al descubrir que son las 19 hs., Valeria recuerda una publicidad radial que le molestaba. Decía: “Son las 7 y ¿qué vas a tomar? ¿Un café con leche? No, es hora de tomar una cerveza”. Ella no toma alcohol y detesta la cerveza, porque cree que son hábitos dañinos para la salud e impuestos por el mercado.

“La marihuana no tiene esos niveles de adicción, no es tóxico, no te va a hacer mal al hígado. Y es gratis, cualquiera puede cultivar. Como es algo libre, y no pueden poner el precio que quieran, es criminal, está penalizada”, asegura.

Tiene mirada firme y penetrante, pero habla con calidez. Admite que 2016 fue el año más vertiginoso de todos. Ese año, empezó a golpear varias puertas, a pedir números de diputados, a recorrer el Congreso de arriba a abajo.

En cuestión de semanas, pasó a aparecer en varios canales, a dar entrevistas para muchos medios. Llegó a sentarse en la mesa de Mirtha Legrand para contarle a todo el país cómo había llegado a usar el aceite cannábico cuando todavía era ilegal, para tratar a su hijo menor, Emiliano, que es autista y tiene epilepsia refractaria.

Se enciende un pequeño brillo en sus ojos cada vez que relata que, gracias al cannabis, lo escuchó reír por primera vez mientras miraba dibujos animados.

“Ahora me siento despierta. Desde este lugar, trato de acompañar con amor a aquellas madres que todavía están enchufadas a la Matrix”, cuenta.

Junto con sus compañeras, se organiza para participar de la Marcha Mundial de la Marihuana, que será mañana desde las 13 hs. en Plaza de Mayo, porque, aunque en Argentina rija la ley de cannabis medicinal (N° 27.350), sancionada a raíz de su trabajo y el de todas las familias que se movilizaron, el cultivo casero todavía está penalizado y las políticas de la “guerra contra las drogas” que implementa el gobierno lxs criminaliza y perjudica el acceso de muchxs.

 

Entender la diversidad

Para Valeria, el prejuicio que hay alrededor de la marihuana es lo primero que cae ante la desesperación de ver a unx hijx sufrir los efectos adversos de los medicamentos convencionales. Así fue para ella, que convivía con el estado de ánimo cambiante e irritable de Emiliano cuando consumía a diario Risperidona, un medicamento antipsicótico. Se cerraba, no se comunicaba con nadie y hasta se dañaba a sí mismo de diferentes maneras.

“Cuando algo no encaja, automáticamente se lo patologiza y se lo medica para hacerlo entrar de alguna forma en el sistema”, analiza. Es que, para ella, el autismo no es una enfermedad, sino una condición neurológica y una forma diferente de interpretar el mundo.

“Emiliano es el más sano de la casa. Nos enfermamos todos menos él.  ¿Sabés por qué? Porque es coherente con él mismo, no entra en esas complejidades de somatizar cosas”.

En 2010, Valeria fue a Plaza de Mayo con su marido en el contexto de las marchas por la legalización del matrimonio igualitario y tomó nota de la reacción de quienes estaban en contra del proyecto: “Trataban a la homosexualidad como una enfermedad, y me hacía pensar en los discursos que hay sobre el autismo, porque es eso; es tratar de enferma a una persona que simplemente no percibe el mundo de la misma manera que la mayoría”.

A fines de 2015, cuando Emiliano tenía 9 años, Valeria probó administrarle unas gotas de aceite cannábico, para ver si servía para controlar sus convulsiones de esa forma. Para ese entonces, el chico tomaba cuatro medicaciones diferentes todos los días.

La epilepsia refractaria se diagnostica cuando la persona ya fue tratada con más de dos medicamentos convencionales (es decir, de los permitidos, comercializados y avalados por el Estado) pero los episodios todavía persisten. Es un cuadro clínico resistente a las drogas de laboratorio, ya sea por su naturaleza o por un uso excesivo de estas.

El cannabis significó un cambio rotundo e integral en la calidad de vida de Emiliano y ayudó a disminuir los episodios de convulsiones, por lo que Valeria no dudó un segundo en implementarlo de ahí en más.

“Tenía diez palabras en su vocabulario, hoy las tiene a todas. Habla un montón, repite todo lo que digo, es una radio. Tiene intención de comunicarse, lo cual tiene que ver con un estado de relajación y contrario a la obsesión: si no está con aceite, se pone obsesivo con algunas cosas; con el aceite suelta un poco esas obsesiones y eso da lugar a que se pueda comunicar mejor”, relata Valeria.

Sin embargo, la transición de un tratamiento al otro no fue automática ni fácil. Al haber consumido Risperidona prácticamente toda su vida, Emiliano había generado una dependencia.

“Ahí es donde empezó a desmoronarse mi patriarcado”, cuenta Valeria, electrizada, con bronca en la voz. “Me di cuenta de que lo que me habían vendido era, literalmente, una medicación para adaptarlo a unas normas que no son las de él. Y no sólo no funcionaba, sino que se hizo adicto a eso”.

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Valeria Salech. Foto: Página 12

 

Te discutimos todo, negro

Al haber recorrido el país en plena campaña por la legalización del cannabis medicinal, Valeria tuvo la oportunidad de conocer a muchas personas y escuchar varias experiencias de pacientes y madres.

“Visitamos diferentes provincias y dábamos charlas. En Entre Ríos, en agosto de 2016, dimos una charla para 400 personas. Después, en Córdoba, para 350. En La Pampa y Tierra del Fuego, 400. Yo hablaba por los pibes con epilepsia, con autismo, por la gente grande con Parkinson, por los que tienen esclerosis múltiple”.

“Mamá Cultiva se fue haciendo cada vez más representativo de todo un colectivo de pacientes, familiares y personas que elegían este tratamiento porque sí”.

Algunos de los casos que conoció, los lleva clavados en el pecho. “Hay mujeres que dejan de dar el tratamiento de cannabis a sus hijos porque sus esposos se lo impiden. Una madre me dijo una vez: ‘No le cuento a mi médico que uso el aceite ni loca, me va a matar’. ¿Cómo llega una mujer a decir ‘no le dije porque me mata’?”, se pregunta Valeria.

De eso se trata «la Matrix»: de las violencias instaladas en el sistema de salud, de las ejercidas por el entorno de cada madre y paciente, del mandato social que ubica a las mujeres como las principales responsables del cuidado de los hijos y, por tanto, como las primeras en hacerse cargo de esta lucha.

“Tiene que ver con una relación de poder, donde el médico tiene todo el poder y vos no tenés nada. En donde el médico te dice lo que vos tenés que hacer y vos sos un simple receptor de eso. ¿Dónde están los médicos que comparten con vos las decisiones?”.

Mamá Cultiva Argentina tiene una sede a escasas cuadras de Congreso, donde funciona el Espacio de Contención y de Orientación (ECO) para pacientes y familiares.

Allí, se generan grupos de 7 u 8 personas coordinados por una psicóloga, para acompañar en el tratamiento y guiar una reflexión sobre las relaciones que se construyen con los profesionales de la salud, con el entorno de lxs usuarixs del aceite e inclusive con sus plantas: todo aquello que hace a la salud.

El trato de lxs médicxs es lo primero que se pone bajo la lupa, así como la medicalización compulsiva alentada por el sistema de salud. A través del consumo de aceite cannábico, lxs pacientes suelen prescindir de muchos medicamentos recetados porque los pueden sustituir sin problemas, o tomarlos en menor cantidad porque logran complementarlos.

Emiliano, el hijo de Valeria, pasó de consumir Risperidona y tres anticonvulsivantes todos los días, a consumir un par de gotas de aceite y un medicamento para regular la epilepsia.

Vamos a discutir el sistema de salud heteropatriarcal, hegemónico y mercantilista. Si la madre o la usuaria no se cuestiona cuánto de su salud le pertenece y cuánto de su salud entrega a su médico o médica, no puede avanzar. Esa relación de poder la ponemos en discusión porque somos una ONG con perspectiva de género. Te vamos a discutir todo, negro”.

 

Entre las limitaciones y los puntos ciegos de la ley

El autocultivo está penalizado por el artículo 5° de la ley de estupefacientes (N° 23.737). Cuando Valeria, junto con otras madres, familiares y usuarixs, redactó el proyecto de ley del cannabis medicinal, incluyó la posibilidad de regular y permitir el cultivo casero, pero un dictamen posterior introducido por Cambiemos borró esa parte del texto legal. Por ende, aún es delito y quienes tienen plantas corren el peligro de ser allanados.

“Cuando te allanan, se llevan las plantas y si tenés aceite en la heladera, se llevan el aceite. Yo me muero si a Emiliano le cortan el tratamiento. Además, te pueden imponer un proceso que puede durar una semana o dos meses. Depende de la lotería del juez que te toque, de la celeridad de ese juzgado o si no le entra una causa más importante antes. Mientras tanto, vos estás adentro esperando una resolución”, advierte Valeria.

La Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) tiene un Registro Nacional de Pacientes en Tratamiento con Cannabis (RECANN) desde el cual se regula la distribución del único tipo de aceite permitido por el Estado, que sirve solamente para tratar la epilepsia refractaria.

Al existir una amplia variedad de plantas de cannabis, de formas de cultivar y de cepas, también se pueden fabricar diferentes tipos de aceite, cada uno específico para tratar diversas condiciones o enfermedades. Hoy sólo está permitido uno de esos tipos, lo que empuja a muchxs a comprar la sustancia en el mercado negro.

La ley de cannabis medicinal, además, contemplaba el fomento de una producción nacional controlada por el Estado. Recién en abril de este año fueron publicadas en el Boletín Oficial las condiciones que deberían tener los terrenos para que el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Conicet cultiven marihuana y la estudien.

Por lo tanto, los avances en la implementación de la ley son pocos y lentos. “Tardaron seis meses en reglamentarla. En ese tiempo, hubo mucha confusión. La gente nos escribía a la página diciendo ‘¿Dónde lo compro?’ o creía que era legal por completo. Aparte, la ley está parada, no tiene asignado presupuesto”, denuncia Valeria.

Como toda conquista, la ley del cannabis medicinal debe ser defendida en la calle, a través de la concientización y en la pulseada por ampliar lo conseguido. “Hay que cuestionarse todo. Hay que entender que pensar en igualdad es también pensar la desigualdad. El feminismo, por suerte, viene con eso”, concluye Valeria mientras toma los últimos tragos de su taza de café.

 


Foto de portada: El Espejo Revista