Producción escrita por Agustina Olabe en el marco de la jornada Feminismos y ambiente del Taller Pensamiento crítico feminista en ámbitos cotidianos (2021)
Para intentar esclarecer los pormenores de un sistema que, de tan instalado, parece incuestionable, articulamos los análisis de Silvia Federici y Annie Leonard, ya que ambas autoras exponen dos extremos de un mismo hilo: el capitalismo.
Silvia Federici invita a repasar el momento en que el capitalismo irrumpió en la vida de las personas y cuál fue el costo de la acumulación originaria sobre los derechos y los cuerpos de las mujeres. Annie Leonard, desde una perspectiva más actual, muestra las consecuencias que acarrea el ritmo en que el capitalismo genera bienes y los desecha, con el único fin de aumentar los niveles de compra. Un análisis que invita a pensar el punto de partida de las sociedades modernas y las consecuencias si no se generan cambios.

En un intento de dar con las raíces de la opresión social y económica a las mujeres, en Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (2004), Silvia Federici hace un repaso de cómo mediante el uso de la violencia se impusieron los poderes del Estado y se originó una nueva configuración social impulsada por la aniquilación de quienes eran acusades de herejía religiosa. Fue entonces cuando se sentaron las bases para la división sexual del trabajo, se perdieron las tierras de uso común y se empezó a considerar la tierra en términos de propiedad privada y con fines meramente económicos y acumulativos.
«Desde Marx, estudiar la génesis del capitalismo ha sido un paso obligado para aquellos activistas y académicos convencidos de que la primera tarea en la agenda de la humanidad es la construcción de una alternativa a la sociedad capitalista», enuncia la autora en las primeras páginas de su obra donde recorre la historia de la transición del feudalismo al capitalismo.
Federici acompaña en parte la idea marxista de que es a fuerza de concentrar el capital y separar a les trabajadores de los medios de producción que las clases dominantes se hacen de su riqueza capitalista. Pero menciona, también, que el sostenimiento de este sistema económico no hubiera sido posible sin una marcada división sexual del trabajo. La caza de brujas, mediante persecución, enjuiciamientos, torturas y muertes en la hoguera, funcionó para acallar a las mujeres que sostenían formas de vida colectivas y servían en múltiples tareas a toda la sociedad.
El impacto más significativo de esas matanzas no solo fueron las vidas que se cobraron sino también la pérdida de saberes y experiencias que quienes las perseguían intentaban erradicar de los modos de producir y de la generación lazos sociales. Mediante la imposición del estereotipo de la bruja, de pactos con demonios, que odiaba a les niñes e incomodaba a la sociedad causando todo tipo de males, se instó a las mujeres a adoptar una postura antagónica, lo cual las dejó reducidas a su rol reproductivo y preservadas para ejercer las tareas de cuidado.
¿Se podría decir que la caza de brujas fue el molde en el cual el sistema capitalista diseñó a las amas de casa del siglo XXI? Sí, sin duda. Desde esos tiempos y en los siglos que pasaron, la caza de brujas les permitió a los hombres tomar las riendas del mundo público y relegar a las mujeres al interior de sus casas.
Si bien, lucha mediante, hoy la situación es bastante mejor que la de las brujas que quemaron, ya que existen leyes que reconocen los derechos civiles de todas las personas en términos de igualdad, esta es más bien una igualdad virtual. Datos, no opiniones. Mercedes D’Alessandro, tras su asunción como directora de Economía y Género del Ministerio de Economía de la Nación (2020), expone algunas situaciones que sirven de evidencia:
- Las mujeres tienen menor nivel de actividad económica (48%) que los varones (71%), dado que las tareas del hogar compiten con el trabajo por un salario.
- Ellas realizan el 76% de las tareas domésticas y de cuidados no remuneradas, con un promedio de 6,4 horas diarias.
- Ellas ganan menos que sus pares, con una brecha salarial del 28%.
- Las mujeres menores de 29 años superan el 23% de desempleo (más del doble que el desempleo promedio).
- Entre les jóvenes mal llamades «Ni-Ni» (ni trabajan, ni estudian) más del 65% son mujeres madres.
- Solo 2 de cada 10 trabajadores de la industria (sector que ofrece mejores condiciones de empleo y salarios) son mujeres.
Esta situación se encuentra marcada con mayor incidencia en la población travesti y trans, donde sus derechos son tan vulnerados que apenas alcanzan un promedio de vida de entre 34 y 41 años, según indica María Belén Correa, activista trans y una de las autoras del Archivo de la Memoria Trans (2020).
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El capitalismo en crisis
Hacer una crítica al capitalismo es una apuesta difícil. Annie Leonard, experta en materia de responsabilidad social corporativa, desarrollo sostenible, riesgos laborales, cooperación internacional y salud ambiental estadounidense, abre un análisis sobre la forma en la que el sistema se considera exitoso y cómo este éxito es insostenible al ritmo que consumimos los recursos de la tierra y de la forma en la que los conservamos.
En su libro La historia de las cosas (2015), la autora plantea el escenario de un capitalismo en crisis. Describe un sistema económico que no permite cubrir las necesidades de todas las personas y que se encuentra basado en la producción de «cosas» que se obtienen a partir de la explotación desmesurada de una gran cantidad de recursos y energía que, al mismo tiempo, generan otra desmesurada cantidad de desechos.
En pocas palabras, «la heroína del medioambiente» (bautizada así en 2008 por la revista Time) nos alerta acerca de la inviabilidad de sostener un sistema económico que se considera exitoso por generar cada vez más riqueza monetaria en base a la explotación de recursos no renovables. Plantea que la economía, en tanto invención humana, no puede sino ser un subsistema del ambiente, idea por la cual no sería posible que la economía sea más grande que todo lo que nos rodea y no nos pertenece: la naturaleza. No se puede sostener un sistema económico que crezca de forma infinita si depende de recursos que no son renovables o que, si se renuevan, lo hacen a sus tiempos y no a los que les exigen los ritmos de la producción capitalista.
Desde la Revolución Industrial, la inserción de la máquina en la cadena productiva permitió fabricar cosas que antes eran inimaginables y a ritmos que la fuerza laboral humana no permite. Los nuevos modos de producción fueron acompañados de nuevas concepciones económicas: ahora el propósito es producir enormes cantidades de cosas para acrecentar el volumen de ventas. Producir es la tarea.
Pasamos de un sistema de producción de bienes para la satisfacción de necesidades a un sistema de producción de necesidades para la satisfacción de quienes se enriquecen mientras consumimos todos esos bienes. Leonard considera que, en el afán de comprar los últimos modelos de las cosas que aparecen cada vez más rápido en el mercado y que muchas veces solo nos proporcionan status, nos estamos olvidando de ver de dónde viene lo que consumimos y a dónde va a parar cuando lo desechamos.
Estamos usando el planeta como si tuviéramos uno de repuesto, para acumular enormes riquezas en las manos de unos pocos a costa de la vida y subsistencia de todos los ecosistemas y todas las especies del planeta, incluida la nuestra. La autora nos invita a pensar que si el sistema vigente de producción y extracción de productos de la tierra nos genera más problemas que soluciones (algo directamente relacionado a la visión mercantilista que se le ha dado a los trabajos), podemos intentar un nuevo modo de producir que nos incluya a todes y nos permita preservar los recursos para las generaciones venideras.
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