Un día, el Congreso debatió el voto femenino

Un día como hoy, 23 de septiembre pero en 1947, se promulgó la ley 13.010 sobre los Derechos Políticos de la Mujer, más conocida como «ley del voto femenino». Esta ley, que fue producto de una lucha de años de las pocas agrupaciones existentes en la época y militantes feministas, significó una transformación profunda en el rol de la mujer dentro de la esfera social y política. 

Hasta ese momento, en lo que refería al sistema electoral, existía la ley Sáenz Peña de 1912 que establecía el voto secreto y obligatorio, aunque habilitaba únicamente a los hombres mayores de 18 años nacidos en Argentina. Cabe destacar que los varones eran los únicos que tenían otro documento (la libreta de enrolamiento) además del acta de nacimiento.

Este triunfo, promovido y logrado por Eva Perón en la primera presidencia de Juan Domingo Perón, fue la conquista de una demanda histórica llevada adelante por mujeres de distintos espacios como las sufragistas, las socialistas y las radicales entre otras. 

El primer antecedente de voto emitido por una mujer se dio en 1911. La médica Julieta Lanteri, mediante un juicio, demostró tener todos los requisitos para poder hacerlo: ser ciudadano mayor de edad, saber leer y escribir, ejercer alguna profesión y tener domicilio en la ciudad de votación. Después de esto se agregaron mayores requisitos, como la libreta de enrolamiento, y los intentos por votar una ley quedaron en el camino a pesar de la cantidad de proyectos elevados. 

La necesidad de que el sufragio fuera para todos y todas era cada vez más latente. Aunque quienes pedían ahora no eran sólo las intelectuales de élite (como Victoria Ocampo) sino también mujeres sindicales y trabajadoras. Cuando el escenario político fue permeable a este pedido, se llevó al Congreso. Pero ¿qué pasó en el debate? ¿Qué opinaban los legisladores? 

Si bien la mayoría estaba de acuerdo con aprobar la ley, la discusión se daba en torno a los derechos y las obligaciones que iban a tener las mujeres y el impacto que esto iba a provocar. A pesar de que los legisladores no eran los conservadores de 1932, que discutían las capacidades mentales y físicas de las mujeres para ver si podían votar, no dejaba de preocupar a muchos sectores cómo estos nuevos votos influirían en las elecciones y cuánta libertad de acción tendrían. 

El artículo 1 de la ley equiparaba los derechos políticos de la mujer con los del hombre, lo que llevó a pensar a los hombres en la posibilidad de una futura mujer presidente. «[…] Si la equiparación es absoluta, tendríamos la posibilidad de que una mujer fuera presidente de la República contra lo que dispone, en mi concepto, la Constitución[…]», expresaba el senador Antille en referencia a que la ley suprema estaba escrita en masculino. 

El senador Ramella le contestó al respecto: «Considero que no habría ninguna dificultad de orden práctico en eso, debido a que la historia nos ha dado suficientes ejemplos de mujeres que han estado al frente de estados en épocas pretéritas: por ejemplo, Isabel la Católica».

Sin embargo, el senador Ramella entendía que dar su voto a favor de la ley no significaba sólo eso. Así lo expresó en el debate: «Esta ley que va a votar el Senado implica el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres, pero de ninguna implica sustraer a la mujer de su función primordial, fundamental en la sociedad, que es la de ser madre de familia, custodia de los hogares».

El diputado Sobral cuestionaba lo siguiente: «Mientras no rompamos con la escuela unisexual, la que defiende la iglesia católica, no habremos preparado a la mujer para la participación en la vida social», y agregaba: «No hay que preguntarse si la mujer está preparada para votar sino si el hombre está preparado para ver actuar y votar a la mujer a su lado». 

Estos discursos representan lo que pensaban los legisladores de la época, hombres por cierto, respecto a tener la potestad y gran responsabilidad de dar ese gran paso. La ley iba a salir de todas maneras pero lo interesante recae en todo lo que tuvieron que debatir al respecto: retomar antecedentes mundiales, referirse a lo que pasaba en otros países, asumir que la mujer habitaba otros espacios (como la fábrica) y entender que tiene capacidad, entre otras cosas. Todo para legitimar, ellos, los hombres de la patria, a la mujer como sujeta política en el país y el mundo. 

El voto de la mujer en el mundo 

Los primeros países que contaron con una ley de voto femenino fueron Nueva Zelanda,
en 1893; Australia, en 1902; Finlandia, en 1906; Noruega, en 1909; la Federación Rusa, Irlanda y Suecia, en 1918; Canadá e Inglaterra, en 1919.

Afganistán y Kuwait recién otorgaron ese derecho en 2003 y 2005, respectivamente, y en 2015, las mujeres de Arabia Saudita votaron por primera vez en una elección municipal. En América Latina, Ecuador fue el primer país que reconoció el derecho a votar de las mujeres en 1929, seguido por Uruguay, en 1932, y Cuba, en 1934. El último país fue Paraguay, en 1961.


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