Nadie con un poco de criterio y capacidad de análisis puede negar que el mundo del deporte es uno de los espacios histórica y exclusivamente masculinos más reticentes a abrirle paso a la deconstrucción. La polémica que envuelve (una vez más) al rugby por los nefastos tuits de jugadores de Los Pumas dan cuenta de la impunidad que otorga el vestuario en la construcción de la identidad masculina hegemónica y la conformación de un sentido común cooptado por el individualismo.
Pero esto no sucede solo en un equipo profesional de determinada disciplina deportiva: es un fenómeno que enmaraña a todo el entorno deportivo en su conjunto, comenzando por el más institucionalizado y por el que deben transitar todos los seres humanos de las sociedades modernas, incluso antes de aprender a leer y escribir: las clases de educación física.
Siendo esta una de las instancias escolares (y, podría decir, de la vida) con un rol crucial en la construcción de nuestra identidad como personas y con una incidencia particular en la reproducción (o no) de las lógicas patriarcales que nos atraviesan como sociedad, es fundamental comenzar a desandar ciertas cuestiones en torno a esta asignatura para luego expandir el debate a toda la actividad deportiva en su conjunto.
Primero lo primero: transversalizar la ESI
Como mujer trans que compartió «camuflada» por 12 años las 2 horas semanales que establece la currícula escolar de educación física únicamente con varones, puedo dar cuenta de lo mucho que nos falta a los feminismos y movimientos de la diversidad sexual poder interpelar estos espacios, habitados casi de forma exclusiva por hombres cis heterosexuales.
En primera instancia, no deja de resultar curioso como esta asignatura es la encargada por antonomasia de replicar a rajatabla los estandartes de la masculinidad y la feminidad hegemónica en el ámbito escolar. En pleno siglo XXI, año 2020, se hace verdaderamente difícil hallar una respuesta lógica que nos permita entender por qué esta materia -la única en todo el sistema educativo- continúa dictándose en forma diferenciada según nuestra anatomía genital. Resulta perverso, no solo por la escisión de les estudiantes en grupos según los parámetros arcaicos y binarios de varón-mujer, sino por el hecho de que el mismo plan de estudios se estructura según portes un falo o una vulva entre las piernas.
Si bien existen colegios donde la educación física se dicta sin distinción de género y, por lo tanto, las actividades a realizar son igual para todes, la realidad de las mayorías estudiantiles tiende a la división. Si esto puede ser un fastidio para algunas personas cis, representa un verdadero infierno para las personas trans, travestis y no binaries. Especialmente quienes no han tenido el «valor» de mencionar con antelación su identidad y tener así una mínima chance de ir a clases con otro grupo, dependiendo de la buena voluntad que disponga la institución pese a haber una ley en la que ampararse.
Hablando de roles de género
Por otro lado, en una clase de educación física de varones (que es lo que conozco), casi con exclusividad el deporte predilecto a realizar es el fútbol. También suele ser del agrado del docente el handball y el vóley. Con mucha suerte se practican otros deportes, como el básquet, dependiendo de la fisonomía del lugar, las condiciones climáticas, los recursos disponibles y la predisposición del profesor a escapar un poco de lo convencional.
Claro que nada de ello le huye demasiado a la norma. Reducir la actividad física a un puñado de 3 o 4 disciplinas es cuanto menos dudoso. Más aun cuando se trata de disciplinas tan arraigadas al arquetipo de lo masculino como lo es el fútbol y que no son practicadas en el caso de las mujeres (y otras personas con vulva). Al menos no con la misma regularidad. Jamás me ha tocado observar a los grupos de chicas jugar un torneo de fútbol ni a los de chicos hacer gimnasia rítmica.
Pero, independientemente de que el deporte que se escoja para la clase nos resulte ameno o no, hay una cuestión más profunda. No solo es el juego un problema en sí, sino todo lo que ello conlleva. ¿Cuántas personas han sido víctimas de bullying en su paso por la escolaridad por parte de sus compañeres por no destacarse en la actividad física y, muchas veces, con la complicidad del docente? ¿Podemos desentender ese bullying del contexto en el que se abarca el juego? Por otra parte: ¿qué estamos haciendo como estudiantes, como docentes e incluso como xadres para erradicarlo?

El deporte como formador de la masculinidad
Sin lugar a dudas, nadie nace odiando ni discriminando ni hostigando a otres. Un sujeto como Pablo Matera, cuestionado capitán de Los Pumas, no se forja por sí solo. En cualquier entorno deportivo, sea en la escuela, en un club o en una plaza, todo tipo de comentarios o actitudes racistas, misóginas, homofóbicas, clasistas, xenófobas están a la orden del día. Está claro que el contexto moldea y retroalimenta. Pero, ¿por qué se da ese contexto? ¿Qué clase de personas estamos formando a través del deporte? ¿Se promueve la empatía, la solidaridad, el respeto, el compañerismo, el trabajo en equipo, la unidad, aportar nuestras características particulares en favor de un bien colectivo? ¿O predominan el individualismo, la competitividad extrema, la codicia, la altanería, la segregación y la denigración hacia quienes son diferentes?
Es interesante cómo confluyen de forma tan peligrosamente desapercibida los valores mismos del patriarcado y del neoliberalismo en el deporte. En efecto, todas estas características son propias de lo que debe ser un varón y un ciudadano «de bien». Pero, en el caso de la educación física, por ser una etapa institucionalizada por la que todes pasamos sin elegirla, le cabe una cuota de responsabilidad particular.
Pues, tal vez sin quererlo, es un lugar génesis en la vida del varón cisgénero heterosexual donde se pone en disputa su propia masculinidad y su lugar en la escala social, las cuales deben reafirmarse en cada clase mediante el juego. Se propicia una suerte de Darwinismo social en donde el más habilidoso, el más chistoso, el más musculoso, el más atractivo, el más soberbio, el más abusivo, el más violento, en definitiva, es el más macho entre los machos, es el más «apto», encontrándose impune frente a quienes no cumplan con esos requisitos. Será, además, el ejemplo a seguir, el ganador, el «sueño americano» del débil, quien, en su afán aspiracional por ser parte de ello, se impondrá a su vez frente a los más débiles.
Un abordaje con perspectiva de género
Demás está decir que somos lo que conocemos y, por lo tanto, los valores y la forma de vincularse que se aprenden en estos espacios, ya desde el jardín de infantes, se naturalizan y son luego replicados en la vida cotidiana. ¿Cómo sorprendernos entonces ante la violencia machista que sufrimos día a día las mujeres y personas LGBTTIQNB+ si estamos educando y siendo educades bajo las mismas lógicas patriarcales que pretendemos erradicar? ¿Cómo podemos hablar de consentimiento a la vez que permitimos los «chistes», la mirada desubicadamente lasciva y la cosificación por parte de los varones cis hacia sus compañeras? ¿Cómo podemos hablar de inclusión siendo el mismo docente quien hace «chistes» transfóbicos/transodiantes? ¿Cómo podemos hablar de solidaridad y conciencia social cuando se promueve la competitividad y el egoísmo desde el momento mismo en que se pisa una pelota?
Ha llegado el momento de que nos hagamos estas preguntas. De una vez y para siempre, es imperioso reformular las relaciones humanas que se generan a través del deporte. En este sentido, las instituciones educativas no pueden ni deben desentenderse. El abordaje que realicen transversalmente en torno a la ESI será decisivo en la formación de ciudadanes capaces de habitar el mundo manteniendo vínculos saludables basados en el respeto, la inclusión y la solidaridad, lejos de la imagen que hoy rodea a un jugador de rugby promedio.
Claro está que no se trata de cargar las tintas únicamente sobre una materia escolar ni con la escuela en sí cuando hay todo un sistema detrás que conduce a ello. Más aun siendo que un problema tan estructural como este no se resuelve de la noche a la mañana. Pero la deuda histórica en materia de género que pesa sobre el deporte, comenzando por la educación física, necesita ser saldada sin más dilaciones. La responsabilidad que le compete a cada una de las instituciones es inmensa. Pero eso no quita que sea tarea de todes: docentes, estudiantes, directives, jugadores, entrenadores, clubes, equipos, espectadores. Porque no hacer nada y permitir que se sigan replicando estos ambientes destructivos también es una decisión política.
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