#Entrevista a Esther Pineda G.: «Cultura femicida» (II)

Artículo colaboración escrito por Denise Griffith


En las diferentes etapas del proceso histórico social, niñas y mujeres han sido sistemáticamente asesinadas por su condición de género. Para realizarse y establecerse como mecanismo de dominación y control social de la feminidad, estos asesinatos patriarcales debían gozar de aceptación y altos niveles de difusión, por lo cual se institucionalizó una «cultura femicida». Esta puede definirse como la subvaloración de la vida de las mujeres en relación a la vida de los hombres, su concepción como prescindibles, pero sobre todo, sustituibles.

Una cultura femicida es aquella donde se acepta, permite, naturaliza y justifica el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres, donde se promociona, promueve e incita este tipo de crímenes mediante su transmisión y aprendizaje a través de los distintos agentes socializadores, así como también a través de su cotidianización en los distintos productos culturales desarrollados desde el pensamiento androcéntrico patriarcal.

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ESCRITURA FEMINISTA: En tu libro, aportás cifras y porcentajes sobre ciudades y países de América Latina. Esto me hace pensar: ¿Son los países latinoamericanos de los más femicidas en el mundo?

Esther Pineda G.: Desde la década de los 90 que empezó a hacerse visible la problemática de los femicidios, comenzaron aparecer en medios de comunicación y a realizarse investigaciones académicas sobre el tema. Se ha insistido en que América Latina es la región más peligrosa del mundo para las mujeres, que el femicidio es una problemática principalmente latinoamericana y particularmente de México, que ha sido representado en los noticieros del mundo e incluso en el cine hollywoodense como la capital de la muerte.

Y en efecto, sí, México y el triángulo norte de Centroamérica (Guatemala, Honduras y El Salvador) son los países con más casos de femicidios de América Latina. Sin embargo, en otro libro que terminé recientemente y en el cual trabajé con estadísticas de 5 países de Europa (Francia, Italia, España, Alemania y Reino Unido) y de Norteamérica (Estados Unidos y Canadá) pude identificar que el feminicidio tiene altos índices de ocurrencia a nivel global.

De hecho, en Norteamérica al año ocurren más femicidios que en México y Centroamérica pero nadie habla de ello, ni se le señala como la región más peligrosa para las mujeres. Sobre el femicidio en Norteamérica y en Europa reina el silencio. Cuando el femicidio aparece en las pantallas norteamericanas es para hacer referencia a la masiva comisión de estos crímenes en América Latina y cuando el fenómeno se aborda desde Europa también es sobre América Latina, siempre desde la perspectiva asistencialista y la cooperación internacional; es decir, prevalece una mirada colonial, prejuiciada y estigmatizadora de esta problemática.

E. F.: Hablás sobre medidas y maneras de intervenir a nivel Estado y sociedad, Comentás que sería recomendable salirse de una perspectiva adultocéntrica. ¿Qué formas se te ocurren para abordar esta temática en las escuelas desde la ESI?

E. P. G.: El femicidio es la forma extrema de violencia contra la mujer y su prevención requiere desmontar y desnaturalizar la violencia. Esto debe comenzar a hacerse desde los primeros años de vida y en las diferentes etapas de socialización: se hace desmontando los mandatos y exigencias impuestas a las niñas y mujeres, la idea de que son inferiores, la idea de que tienen determinados roles y funciones en la sociedad como la maternidad y el matrimonio y, por supuesto, deconstruyendo las formas de violencia mediática, simbólica, verbal, psicológica y física que están tan normalizadas en las diferentes interacciones sociales.

Por ejemplo, en edad escolar ya los niños inician formas de violencia física hacia las niñas, las empujan, las patean, les jalan el cabello y esto es normalizado por los adultos en el círculo familiar y también educativo. Es visto como algo jocoso y se les dice a las niñas que los niños las violentan porque están «enamorados» y es su forma de expresarlo. Esto es profundamente dañino porque contribuye a la asociación de la violencia con el amor, lo cual después se refuerza en la música, en las series, en las comedias románticas.

Esto socializa a niñas y adolescentes para la aceptación pasiva de la violencia y a los niños y adolescentes en la legitimización del ejercicio de esa violencia permitida y celebrada desde sus primeros años de vida.

En lo particular no he tenido la oportunidad de trabajar estos temas con niños y niñas pero se me ocurre que puede comenzar a visibilizarse con un lenguaje sencillo y tramas accesibles a su edad, con pequeñas obras de teatro, con presentaciones de títeres, con dibujos animados. En el caso de adolescentes con recursos audiovisuales como series y películas que sirvan para explicar qué es la violencia sexista, cómo se manifiesta, problematizarla para que puedan reconocerla en los distintos contenidos que consumen pero también identificarla en su entorno familiar y en las interacciones y relaciones con sus pares.

E. F.: Mencionás a Selva Almada, Flor Codagnone, Silvia Cuevas Morales y Jhoana Patiño como artistas que escriben sobre femicidios. ¿Qué otras escritoras latinoamericanas que aborden esta temática podrías recomendarnos?

E. P. G.: El femicidio desde una perspectiva crítica ha sido poco abordado desde la literatura y básicamente ha comenzado a ser lentamente visibilizado en las últimas dos décadas. Desde la poesía puedo mencionar a las poetas guatemaltecas Guisela López y Regina José Galindo y, desde el género novela, a la argentina Dolores Reyes, autora de Cometierra.

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E. F.: ¿Cómo llegó el feminismo a tu vida?

E. P. G.: Cuando estaba estudiando, la gente en lugar de preguntarme en qué quería especializarme me preguntaban si me iba a casar y tener hijos después de graduarme. En la universidad, por dar mi opinión y tener posturas firmes me decían que era altanera y agresiva mientras que los hombres eran celebrados.

Desde niña siempre fui muy cuestionadora y desafiante de los roles y mandatos de género pero al feminismo formalmente me llevó la experiencia personal, el malestar con esas narrativas sociales y familiares que se empezaban a construir en torno a lo que debía ser mi vida como adulta.

El detonante fue un noviazgo, cuando tenía 21, donde la persona con la que estaba reproducía roles de género muy estereotípicos y tradicionales en la relación, cuestionaba mis amistades o si salía de fiesta, hacía críticas y exigencias sobre mi aspecto físico. Salí espantada de esa relación y comencé a buscar en Internet cosas sobre la desigualdad entre hombres y mujeres, me encontré con El segundo sexo de Simone de Beauvoir y fue la chispa que encendió el fuego, era lo que siempre había estado buscando, entendí muchas cosas sobre las que tenía inquietudes. Luego leí el ensayo Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista de Bell Hooks y pude hacer ese enlace entre sexismo y racismo, el otro fenómeno que también ha atravesado mi vida.

E. F.: En relación a la pregunta anterior, ¿cómo fue el proceso que te llevó a querer escribir acerca del tema?

E. P. G.: Después de que hallé en el feminismo, comencé a escribir algunos artículos cortos y ensayos con ideas que me preocupaban, sobre las que tenía interrogantes y los compartía en mi blog. Desde allí se fueron difundiendo en algunas páginas feministas y al mismo tiempo decidí hacer del feminismo mi especialización profesional.

Hice la tesis para graduarme como socióloga sobre el sexismo y los roles de género en la institución familiar. Me encantaba escribir, no podía dejar de hacerlo, pero después de presentar la tesis, de aprobar, de graduarme, pensaba en que no quería escribir para que ese manuscrito quedara amarillo en la biblioteca y las oficinas administrativas de la universidad. No quería escribir para unos pocos, quería escribir para quienes tuvieran interés en las temáticas que abordaba, tuviesen o no formación académica. Demasiado optimista, me presenté al concurso que convocó por Internet Acercándonos Ediciones para la creación de su colección estudios de género. Y digo demasiado optimista porque nunca había publicado antes. Y gané.

Mi libro fue el primero de esa colección, cuando la mayoría de las editoriales no tenían siquiera una colección sobre estas temáticas, y allí inicié mi camino formal de investigación y escritura para la divulgación pero siempre desde una perspectiva sociológica y crítica; y, en los últimos años, también desde la poesía.  


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#Entrevista a Esther Pineda G.: «Cultura femicida» (I)

Artículo colaboración escrito por Denise Griffith


En las diferentes etapas del proceso histórico social, niñas y mujeres han sido sistemáticamente asesinadas por su condición de género. Para realizarse y establecerse como mecanismo de dominación y control social de la feminidad, estos asesinatos patriarcales debían gozar de aceptación y altos niveles de difusión, por lo cual se institucionalizó una «cultura femicida». Esta puede definirse como la subvaloración de la vida de las mujeres en relación a la vida de los hombres, su concepción como prescindibles, pero sobre todo, sustituibles.

Una cultura femicida es aquella donde se acepta, permite, naturaliza y justifica el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres, donde se promociona, promueve e incita este tipo de crímenes mediante su transmisión y aprendizaje a través de los distintos agentes socializadores, así como también a través de su cotidianización en los distintos productos culturales desarrollados desde el pensamiento androcéntrico patriarcal.


Escritura Feminista: Tu libro «Cultura femicida» se publicó el año pasado, ¿te has cruzado con nuevos memes o «chistes» femicidas en las redes desde entonces? ¿Qué nos podés decir al respecto?

Esther Pineda G.: A un año de la publicación del libro es mucho el material con perspectiva femicida que he encontrado, lo que me obligó de hecho a trabajar en una segunda edición ampliada y revisada del libro que se encuentra ahora en edición. En el caso de los memes, por lo breve de su mensaje y su masiva difusión en redes sociales, tienen mucho alcance y altos índices de penetración social, lo cual ha favorecido que se diseñen y divulguen muchos nuevos pero, además de ello, lo que he notado en este tiempo es que se ha profundizado la relación entre el meme y los femicidios con casos concretos: algunos femicidas han usado las redes sociales para compartir memes de esta naturaleza antes de cometer los crímenes o después de ello.

Un ejemplo es el caso de Argemiro Alberto Urrego, un colombiano quien, horas antes de asesinar a su novia Paola Cruz y la amiga de ella Manuela Vélez (quien intentó defenderla), había compartido memes femicidas en sus redes. También se ha hecho común que se divulguen memes burlándose no solo del femicidio en general sino de casos específicos, donde se burlan de la víctima con nombre y apellido, de la forma en la que fue asesinada, cómo fue hallado el cuerpo; por ejemplo, lo que ocurrió con el femicidio de la mexicana Ingrid Escamilla, quien fue desollada por su pareja.

Estos hechos evidencian una profundización del desprecio y la crueldad hacia las mujeres, una mayor normalización de estos contenidos pero también una actitud desafiante de los hombres quienes se sienten protegidos por la aceptación social del femicidio y la falta de sanción ante la divulgación de estos contenidos.

E. F.: ¿Cuál es la situación de los femicidios en países como Venezuela y Argentina? ¿Qué sucede con la intervención del Estado?

E. P. G.: La problemática del femicidio ha sido absolutamente desatendida en Venezuela: las únicas actuaciones del Estado en la materia han sido la tipificación del delito en el año 2014 y la publicación del número de víctimas durante 2015 y 2016, sin mayor información que explicara la problemática o permitiera su investigación.

No existen estadísticas sobre el número de femicidios, no hay políticas públicas en la materia y la problemática ni siquiera forma parte del discurso del Ministerio de la Mujer, al mismo tiempo que tampoco hay interés social ni movilización ante el fenómeno porque, por un lado, no existe un movimiento feminista organizado sino pequeños grupos de mujeres agrupadas en torno a sectores polarizados de poder pero no alrededor de una agenda feminista. Además, porque si algo caracteriza a la sociedad venezolana es que es profundamente conservadora y antifeminista.

En el caso de Argentina, es uno de los países de la región con mayor movilización social ante la problemática del femicidio por su característico y masivo movimiento feminista y, tras la tipificación del delito en 2012, se creó el Registro Nacional de Femicidios de la Justicia Argentina y el Observatorio de Femicidios del Defensor del Pueblo de la Nación que permite contar con información oficial y confiable sobre la problemática. Se aprobó la «ley Micaela», que establece un programa de capacitación obligatoria en materia de género y violencia contra las mujeres para todos los funcionarios de los tres poderes del Estado. Se aprobó la «ley Brisa», para la reparación económica para niñas, niños, adolescentes y jóvenes víctimas colaterales de femicidios y recientemente se creó el Plan contra las Violencias de Género.

Es decir, existe un reconocimiento institucional de la problemática y políticas para su intervención. Sin embargo, las cifras demuestran que estas políticas no están siendo efectivas, eficientes ni oportunas; no son suficientes o no son correctas porque a las mujeres en Argentina las siguen matando. Según las estadísticas oficiales y públicas disponibles en la región, en términos absolutos, Argentina es el país con el mayor números de femicidios de América del Sur después de Brasil.

E. F.: ¿Cuál es tu visión sobre el número de femicidios en cuarentena?

E. P. G.: El confinamiento en el hogar, si bien ha servido para proteger a la población del COVID-19, no ha sido beneficiosa para las mujeres porque ha contribuido a profundizar las desigualdades ya existentes.

Por ejemplo, se han legitimado aun más las concepciones tradicionalistas y conservadoras aún mantenidas sobre la mujer como depositaria y única acreedora de la capacidad y responsabilidad del cuidado, se han profundizado los roles de género y la inequitativa distribución de las tareas dentro del hogar. Los Estados han descargado sobre los hombros de las mujeres las actividades de docencia, guardería, enfermería y geriatría que, por la coyuntura, las instituciones correspondientes han dejado de asumir. En este escenario, también, sin dudas aumenta el riesgo de ser víctima de violencia verbal, psicológica o física pero sobre todo de femicidio, tanto de tipo íntimo como incestuoso porque el hogar es el lugar más inseguro para las mujeres y niñas.

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E. F.: ¿Cuál es tu mensaje sobre el movimiento «Alerta morada por Antonia Barra» que últimamente viene cobrando fuerza?

E. P. G.: La campaña es una respuesta ante la cultura de la violación y la violencia institucional que revictimiza a las mujeres víctimas de violencia sexista, que beneficia y protege a los agresores y que induce al suicidio como fue el caso de Antonia Barra. Pero además es una iniciativa muy valiosa y que celebro porque es una forma de seguir protestando, denunciando y exigiendo justicia en un contexto pandémico de reducción de la movilidad, la interacción social y las convocatorias masivas. Si algo ha caracterizado a las mujeres feministas es que siempre han encontrado la forma de expresarse y articularse.

E.F.: Tenés escritos libros sobre racismo, ¿Cuál es la diferencia en frecuencia y tratamiento entre los femicidios de la mujer blanca y la mujer afroamericana?

E.P.G.: Los medios no siempre reseñan los femicidios. No todos son considerados «noticiables» a menos que el crimen haya sido perpetrado con extrema saña y crueldad, que el cuerpo haya sido abandonado en espacios públicos de gran afluencia, que la víctima sea muy joven pero en una edad sexualizable (los femicidios de las niñas pequeñas son ocultados porque rompen con el relato de que «se lo buscaron») o que la víctima y el agresor satisfagan los estereotipos clasistas para alimentar el relato de que este tipo de crímenes eran de esperarse porque ocurren principalmente allí, en el barrio, la villa, la favela.

En este contexto los femicidios de las mujeres afrodescendientes también suelen ser invisibilizados y desestimados por racismo, porque las vidas de las mujeres racializadas se consideran menos importantes que las vidas de las mujeres blancas que, de por sí, son subvaloradas. En las pocas oportunidades en que estos crímenes sexistas contra mujeres racializadas son reseñados por los medios es porque permiten legitimar prejuicios o estereotipos: las víctimas son asociadas a bandas criminales, pandillas o a la prostitución, lo cual evita que se genere empatía con las víctimas y por tanto respuesta social.


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