«Este soy yo, aparentemente un hombre común. Sin embargo, mi corazón tiene la capacidad de amar mucho más que la de cualquier otro ser humano».
Con el primer plano de Fernando Ferro (Adrián Suar) en el piso, mientras su voz en off relata este fragmento, empieza la película Corazón loco. Inmediatamente después, el relato se abre para introducir la «explicación» de lo que cuenta el protagonista: su corazón ama a dos mujeres al mismo tiempo.
La película dirigida por Marcos Carnevale (Dos más dos, El fútbol o yo, Me casé con un boludo) presenta un esquema de humor que remonta a las producciones de fines de los 90, principios de los 2000. Categorizada como una comedia en la que hay que buscar minuciosamente alguna escena que produzca risa, pretende seguir instalando el discurso «gracioso» y «canchero» del hombre infiel que intenta disfrazar sus actos como bígamos y a las mujeres despechadas e irracionales en plan de venganza.
Fernando Ferro está casado con Paula (Gabriela Toscano) desde hace 19 años. Ella es maestra con un carácter que presume ser tranquilo y esconde algo de sumisión. Tienen dos hijas y viven en Mar del Plata. Paralelamente, hace 9 años, Ferro está en pareja con Vera (Soledad Villamil), una médica decidida, persistente e independiente que vive en Buenos Aires y con la que tiene un hijo.
Durante los primeros minutos se podría pensar que el filme pretende ser una copia nacional de Mujeres al ataque (del director Nick Cassavetes, año 2014), película en la que tres mujeres engañadas por el mismo hombre deciden unirse para cobrar venganza. A grandes rasgos, en la cinta de Cassavetes la construcción de los personajes gira en torno a mostrar al protagonista varón como alguien completamente machista, mientras que las mujeres toman actitudes sororas y de comprensión entre sí.
En este caso, Corazón loco se distancia completamente de esa idea e, incluso, de tener algún tipo de abordaje moldeado a los tiempos que corren. El eje apela a justificar actos de irresponsabilidad afectiva y a reforzar una relación de poder donde el único que decide de qué forma estar en pareja es el varón.
El título elegido, no al azar, acompaña a la perfección la intención del director de continuar profundizando estereotipos. Por un lado, se presenta al personaje de Suar como un tipo incomprendido por la sociedad, por sus amigos y por sus mujeres. Por otro lado, están las mujeres engañadas, representadas como unas desquiciadas, fuera de sí, que lo único que buscan es vengarse y hacerle daño físico al marido mediante la castración.
La hegemonía patriarcal construyó e instaló en la sociedad el discurso de que la bigamia, la poligamia y la infidelidad (en comunidades monógamas) están permitidas y avaladas únicamente en el varón, por lo que los actos de Fernando Ferro se enmarcan en la «locura linda» de un tipo que tiene mucho amor para dar.
¿Qué pasa con la actitud que muestran de las mujeres? Se las expone como sujetas privadas de su juicio y sin uso de la razón, «como unas locas» cuyas actitudes vengativas (llevadas al extremo burdo, violento y con un mensaje hasta peligroso, con el uso de la burundanga) lo único que pueden generar ante une otre es rechazo. No hay manera que las escenas logren generar empatía de le espectadore hacia ellas sino todo lo contrario: se hace hincapié en la mujer «sacada de sus casillas», mientras que el varón queda en un lugar vulnerable.
Así como se esboza un doble discurso en torno a qué actos, hechos bajo el mote de locura, son aceptados o no, también se transmite un mensaje clasista («responder como enfermero») sobre qué profesiones, trabajos y estatus social definen que una persona tenga validez como tal, como ciudadane, y pueda pertenecer al núcleo social.
Sería interesante pensar a qué tipo de espectadore busca interpelar Corazón loco y poner en discusión por qué todavía se apuesta —y se gana plata— a reproducir discursos hegemónicos y estereotipantes que siguen siendo naturalizados y que, además, contribuyen a la constitución de un imaginario social donde la falta de perspectiva de género, la meritocracia, la condición de clase, el poder y el privilegio del varón siguen presentes.