Él siempre firme, recto, fuerte y brillante.
Era un Sol, siempre arriba. Alumbraba a todos a su alrededor pero dañaba a quien se sintiera superior y se atreviera a retarle con la mirada, pues él siempre era supremo al resto. Todos giraban entorno a él, era el centro del mundo.
Ella apagada y triste, siempre permanecía sola.
Muchos la aullaban, nadie la quería. Las demás estrellas brillaban por su luz propia, todas iguales. Ella rotaba y rotaba alrededor de un mundo sin sentido, un mundo que no la aceptaba, sin luz, sin brillo.
Todas las noches el Sol la alumbraba, entonces era un único momento en el cual ella se sentía bella, solo dependiendo de él.
Ambos eran infinitamente distintos.
Una era la noche, el otro era el día, se fundían siempre en un eclipse.
Nunca fue eterno, ambos volvieron a separarse pues se veía encerrada en un bucle, un ciclo.
El tiempo comenzaba a parecer infinito, hasta que finalmente Luna aprendió a vivir sola. Aprendió a quererse por ser distinta, única en el silencio del universo.
Aprendió a ser independiente.
Debe estar conectado para enviar un comentario.