¿Por qué todo el mundo habla de Heartstopper?

Heartstopper (2016) es una novela gráfica creada por la autora británica Alice Oseman. La historia que nos propone cuenta el surgimiento de un romance entre Charlie y Nick, dos jóvenes compañeros de escuela que entablan un vínculo amoroso.

El relato surgió a partir del primer texto de Oseman, Solitaire. En él, se desarrolla la historia de la hermana de Charlie, Tory Spring. La relación de los protagonistas de Heartstopper aparece mencionada como algo secundario, lo que inspiró a la autora a desarrollarlos como protagonistas en sus propios libros.

Descripción de imagen: dos páginas del cómic. La página 1 está dividida en 6 cuadros, uno debajo del otro: un par de manos se posan sobre el teclado de una computadora; las manos se aprietan en puños; primer plano de perfil de Nick, un adolescente de piel blanca y cabello rubio. Nick aprieta los labios con expresión nerviosa; una mano comienza a escribir en el teclado; aparece una pantalla de búsqueda en línea y en la barra de búsqueda se lee «¿soy gay?» en inglés; un dedo aprieta la tecla Enter. La página 2 se divide en dos secciones. Arriba: un cuadro muestra a Nick en primer plano con expresión nerviosa, ligeramente sonrojado. Alrededor, aparecen 5 fragmentos de la pantalla de búsqueda donde se leen palabras y frases sueltas en inglés como «Test gay», «¿Qué tan gay eres?», «divertidísimo», «¿Soy gay?», «curiosidad» y «Por fin, una respuesta». La palabra «gay» se repite en todos los fragmentos. Abajo: un dedo aprieta rápidamente la tecla Retroceder. Nick, sentado en un puf con la computadora apoyada en el regazo, comienza a teclear con frenesí.
Ilustración del libro.

Al momento, la tira cuenta con cuatro volúmenes publicados. En cada uno de ellos, la autora profundiza no solamente en la relación entre los protagonistas sino también en la complejidad de sus personajes: se habla de diversidad LGTBIQ, experiencias de bullying, bifobia y trastornos de salud mental y de la alimentación.

A pesar de tocar temáticas tan sensibles y recurrentes en la actualidad (en la Argentina, entre el 12% y el 15% de les adolescentes padecen de anorexia o bulimia nerviosa, siendo el 90% de las afectadas mujeres y el 10% varones), Oseman logra darle un tono adecuado y responsable a su mensaje.

En una entrevista con un medio británico, ella reconoció que fue una decisión enunciativa apostar un relato LGTBIQ que no caiga en los típicos clichés o el tono del drama y la tragedia. Por el contrario, el enfoque habla de orgullo, diversidad y empatía.

Descripción de imagen: un cuadro del cómic. Aparecen 4 fotografías de Nick y Charlie impresas en una hoja. En la primera, se abrazan fuerte, sonriendo con los ojos cerrados, mejilla contra mejilla. En la segunda, Nick sostiene el rostro de Charlie mientras lo besa en la mejilla con los ojos cerrados. Charlie abre los ojos, sonrojado. En la tercera, Charlie sostiene el rostro de Nick mientras lo besa en los labios, ambos sonrojados. En la cuarta, Nick mira a cámara, sonrojado con una sonrisa, mientras Charlie sonríe con el rostro medio escondido tras la mejilla de Nick. Alrededor de la hoja impresa, flotan flores dibujadas en estilo sencillo, casi como garabatos.

En la versión del cómic disponible en la web, que se puede leer en inglés de forma libre y gratuita acá, se incluyen advertencias de contenido en las escenas que pueden ser fuertes para ciertos públicos. Sin embargo, la edición en español que se comercializa en librerías argentinas decidió omitir estos avisos.

Las ilustraciones, que se inspiran en el anime, hacen que el relato sea adictivo y que una, como lectora, considere hasta tatuarse a algún personaje. Los colores pasteles de las portadas también nos hablan del tono de la historia que vamos a leer. Sin dudas, un gran acierto para acompañar un relato repleto de ternura.

Hasta Netflix y más allá

El éxito de la obra llevó a la escritora a firmar un contrato con Netflix para hacer una serie con la historia de Nick y Charlie. Los papeles protagónicos serán interpretados por Joe Locke y Kit Connor, respectivamente. Se espera que el estreno de esta tira, producida por See-Saw Films, tenga lugar en otoño de 2022.

Descripción de imagen: diez jóvenes posan sonrientes, mirando a cámara, al aire libre. Algunes están sentades sobre un muro pequeño, algunes están de pie detrás del muro y algunes están sentades en el suelo frente al muro. Son personas negras, blancas y asiáticas, de distintas corporalidades y géneros. Varies sostienen en las manos y muestran a cámara el guion de la serie Heartstopper.
Imagen del elenco.

El resto del elenco estará compuesto por William Gao como Tao Xu, Yasmin Finney como Elle Argent, Corinna Brown como Tara Jones, Kizzy Edgell como Darcy Olsson, Sebastian Croft como Ben Hope, Cormac Hyde-Corrin como Harry Greene, Jenny Walser como Tori Spring, entre otres actores.

El quinto volumen, que se publicará el próximo 13 de mayo, será el último de la saga. ¿Qué tiene de nuevo una historia sobre un romance juvenil LGTBIQ, en una época en la que se siente que ya todo fue contado? Lucila, una joven lectora del cómic de 12 años, resumió su experiencia de lectura de la siguiente manera:

«Conocí Heartstopper porque una amiga me lo recomendó. Al principio dudaba sobre leerlo, porque no sabía de qué se trataba, pero al final me encantó ( ´◡` ). Lo que más me gusta de la historia es la relación de Charlie y Nick, ya que son muy unidos, siempre se apoyan y se quieren mucho. Me parece muy tierno y hermoso <3».

Mientras las expectativas del romance, en tanto género literario, suelen estar puestas en las tensiones sexuales, las idas y vueltas o el tercero en disputa, Heartstopper narra al amor como un vínculo -antes que nada- de amistad genuina y comunicación. Quizás las historias de amores trágicos, apasionados y violentos ya pasaron de moda: tenemos suficiente con la realidad, ¿para qué lo vamos a seguir consumiendo en la ficción?


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#Reseña Las cosas por limpiar: violencia de género y resiliencia

Alex (Margarte Qualley) abre los ojos y observa dormir a su pareja Sean (Nick Robonson). Tratando de no hacer ruido sale de la cama, se viste y busca a su hija que duerme en su cuna. Todo está oscuro porque es de madrugada y tras envolver a la niña y sentarla en la sillita del auto se alejan de la casa donde horas antes hubo gritos y vidrios rotos. Así comienza la serie Maid, traducida al español como Las cosas por limpiar.

Estrenada a principios de octubre, es una de las más vistas en la plataforma. En 10 capítulos de 55 minutos, narra una compleja trama de violencia y las dificultades que tiene salir de ella. Además, sin intención de spoilear, las trabas burocráticas, los vacíos legales y la explotación laboral se ven durante todos los capítulos.

La protagonista de esta historia es Alex, de 25 años, quien vive con Sean, su marido alcohólico y violento, y su hija Maddy de casi 3 años. Luego de huir de su casa, en el primer capítulo, cae en la cuenta de que por diversas razones no cuenta ni con su madre ni con su única amiga para pasar la noche. Entonces, es el primer momento en que descubre que las redes que podían sostenerla no lo hacen, por lo que madre e hija terminan durmiendo en el auto.

En la historia se muestra la importancia de los lazos de contención a la hora de transitar una situación de violencia de género. Para visibilizar dicho rol, la serie tienen una escena en la que Alex mantiene un diálogo con otra mujer víctima de violencia que vive también en el hogar para sobrevivientes: «¿Crees que en la primera cita me dijo “Pásame la sal, algún día te estrangularé”? No, la violencia va creciendo como el moho», le dice Danielle (Aimée Carrero). Y, además de aconsejarla, logra que la protagonista deje de llorar tirada en una alfombra para levantarse y dar pelea.

Por otra parte, la trama logra empatizar con quienes están del otro lado de la pantalla dado que visibiliza un problema recurrente de las madres solteras: las complicaciones de trabajar y cuidar de sus hijes. A lo largo de todos los capítulos se ven las dificultades que tienen las madres solteras, quienes deben hacer malabares para llegar a fin de mes, encontrar un trabajo (en los que mayormente son precarizadas) y, al mismo tiempo, un lugar seguro donde dejar a su hije durante su eterna jornada laboral.

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En la serie, Alex repasa todos los días —en su cabeza y en la pantalla para los espectadores— cuánto dinero tiene, para qué le alcanza lo que gana por día por limpiar una casa y cuánto le queda: siempre el crédito es negativo. Allí se puede observar otra arista de la violencia que es la dependencia económica y cómo, más allá de los temores y el dolor que afrontan al abandonar una casa donde reciben malos tratos, también deben lograr sobrevivir anímica y económicamente fuera de ese hogar abusivo.

No solo los golpes son violencia

Por otro lado, la historia busca resaltar la importancia de reconocer el abuso emocional como parte de la violencia de género. Cuando Alex llega a la oficina donde pide ayuda del Estado, la asesora le pregunta por qué no denunció en la Policía, a lo que ella responde: «¿Me van a creer? ¿Cómo les digo que me maltrató si no me ha golpeado?». Su exmarido no le daba libertad financiera, le decía qué hacer, le gritaba y la minimizaba. Hechos que gran parte de la sociedad y el sistema niegan como violencia, pero que sin embargo no dejan de serlo.

«Yo no sufro abuso real», manifiesta reiteradas veces la protagonista. En una de esas ocasiones se lo comenta a la asistente social de un centro al que va a pedir ayuda. «Sólo necesito trabajo y lugar donde vivir», agrega. «¿Y cómo es el abuso real? ¿Intimidación, control?», le pregunta la asistente y la recomienda en una empresa de limpieza, pero la deja reflexionando.

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En este sentido, los personajes secundarios de la historia intentan mostrarle a la protagonista que la violencia por cuestiones de género es mucho más amplia que recibir un golpe, y que sus manifestaciones se van dando de modos sutiles hasta llegar a sus máximas expresiones como golpes y hasta femicidios. Por ello es importante remarcar que la violencia dirigida hacia las mujeres puede tener distintas formas, entre ellas:

  • Violencia física.
  • Violencia simbólica: conocida como «madre» de todas las violencias, porque contiene en sí misma otras violencias y porque está tan naturalizada que muchas veces no es percibida ni por las mismas víctimas. Por ejemplo, creer que por ser hombre se es mejor, que lavar los platos es cosa de mujeres o que existen razones que justifican ejercer violencia física sobre una mujer solo por su condición de género.
  • Violencia psicológica: cualquier acción que tenga el objetivo de degradar a la mujer como persona o tratar de controlar sus acciones o decisiones. Por ejemplo, cuando se le dice «No servís para nada», «Si te vas, me mato», o «Si me denunciás, no ves más a tus hijes».
  • Violencia económica o patrimonial: se da cuando el hombre maneja los recursos comunes; cuando siendo el único sostén del hogar regatea los recursos necesarios para llevar una vida digna o cuando no aporta las cuotas alimentarias de hijes.
  • Violencia sexual: ¿Cuántas veces tuvieron sexo pero no querían, no tenían ganas o no estaban preparadas pero les insistieron tanto que accedieron? ¿Cuántas veces las «apoyaron» en un espacio público? ¿Cuántas veces las tocaron sin su consentimiento? Hay muchas pequeñas acciones que no concebimos como violencia sexual pero lo son.

Resulta fundamental visibilizar estas historias que, como en este caso, suelen basarse en hechos reales, porque puede servir de ejemplo y motivación para las mujeres que se encuentran en situación de violencia. Esta serie está inspirada en las memorias de Stephanie Land, una joven mujer estadounidense que en 2019 publicó Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive («Trabajadora doméstica: trabajo duro, salario bajo y la voluntad de una madre por sobrevivir») y que se convirtió en un best seller.


El patriarcado y la cultura de la cancelación

Artículo colaboración escrito por Josefina Anschütz


La reciente «cancelación» a la autora Claudia Piñeiro por la serie El Reino evidencia un machismo estructural, mientras que la cancelación masiva de youtubers, streamers y demás figuras públicas se expande a la velocidad de la luz.

La pandemia, la cuarentena y el encierro han hecho que nos enfoquemos más que nunca en las redes sociales, en influencers y en lo que publican. Influencers como Ivana Nadal o Yanina Latorre no pasan un día sin estar en el ojo de la tormenta; de forma constante, aparecen dichos completamente repudiables y hasta mensajes de odio de parte de estas personas públicas.

El caso más resonante en el último tiempo fue el de Martín Cirio y una acusación de pedofilia ocurrida en septiembre pasado. Fue un evento que generó una ola de cancelaciones masivas, en una carrera por ver quién salía perjudicade o si tal o cual personaje era tan bueno como aparentaba ser. Estas cancelaciones aparecen en Twitter, que parece haberse convertido en una suerte de basurero de las redes sociales: el lugar donde personas frustradas y enojadas echan su violencia contenida.

¿Es realmente justicia social o una forma de linchamiento moderno? ¿Qué pasa cuando no se admiten opiniones adversas y se empieza a dudar de los valores de personas no relacionadas con la polémica por no sumarse a una cancelación?

La sociedad cambió muchísimo en los últimos años. Expresiones que antes no eran criticadas hoy lo son y está perfecto: es el camino a una sociedad más respetuosa, justa y libre. Pero, a veces, ¿no se pasan ciertos límites? ¿Es justo juzgar una figura pública por tweets escritos en otra época? Hace diez años o más, ¿quién no dijo cosas que, con los ojos de hoy, serían completamente reprochables?

Vivimos en una cultura de la cancelación extrema, que puede llevar a generar miedo de abrir la boca y estar incurriendo en decir algo que sea «cancelable». Justo sería comprender que algo puede haber sido escrito en otro contexto y, por ejemplo, incluir una advertencia a le lectore o a le espectadore, como hizo HBO Max con películas como Lo que el viento se llevó. Borrar el pasado no es la solución; del pasado debemos aprender para no volver a cometer los mismos errores y poder corregirlos.

Sin embargo, la situación cambia cuando surgen personas que siguen perpetuando mensajes de odio actualmente. Las cancelaciones masivas no son buenas pero tampoco es aceptable que se apuntar contra personas justificándose en la cancelación mientras se esconde una violencia de fondo. Es lo que ocurrió hace algunas semanas con la autora Claudia Piñeiro.

El Reino

Hace dos semanas, se estrenó en Netflix la serie argentina El Reino. La trama gira en torno a un pastor evangélico que se postula como vicepresidente. Durante un acto de campaña, asesinan a su compañero de fórmula; este evento desata una investigación sobre la Iglesia del Reino de la Luz y se descubren cuestiones muy oscuras ligadas a la corrupción, el enriquecimiento ilícito y otras temáticas.

La controversia surgió cuando la Alianza Cristiana de las Iglesias Evangélicas de la República Argentina acusó a Claudia Piñeiro, guionista y productora de la serie, de tener «un encono contra la cultura evangélica» supuestamente derivada de su militancia feminista durante el debate por la ley del aborto.

La serie cuenta con un coguionista, Marcelo Piñeyro, pero el ataque fue dirigido a Claudia por su activismo en el feminismo. ¿Acaso buscan convertirlo en una lucha contra la militancia feminista? ¿Qué es lo que les molesta, realmente? ¿Que Claudia sea una mujer que se anima a denunciar la corrupción en las iglesias cristianas, que sea feminista? Marcelo es coautor de la historia pero no lo atacaron a él.

Spoiler alert! La serie evidencia secretos a voces: curas abusadores de menores (protegidos por el Vaticano), enriquecimiento ilícito por parte de pastores evangélicos que predican que «nuestras posesiones nos alejan de Dios» pero son millonariostienen helicópteros y mansiones. Dicen hablar de Dios, dicen que Dios es amor, pero predican un mensaje de odio hacia las diversidades sexuales y de género y siguen manteniendo los roles de género establecidos: la mujer sumisa, ligada a la reproducción y el matrimonio a toda costa, aunque sea infeliz y miserable, solo por las apariencias.

Cancelar, ¿sí o no?

Por un lado, tenemos la cultura de la cancelación extrema donde por una opinión se condena a una persona más allá de todo límite y, por otro lado, tenemos estas asociaciones que siguen perpetuando estereotipos que tanto se lucha por desandar y derribar.

La autora fue contundente en Twitter y, en una nota publicada en Página 12, expresó: «La censura es censura, la quieras disfrazar de lo que la quieras disfrazar. (…) Ahora censurar una ficción ya parece medieval».

Abramos el debate: ¿cuál es el limite entre la cultura de la cancelación y la censura? ¿Hasta qué punto es tolerable y hasta qué punto es un discurso de odio? ¿Continuaremos cancelando a cada persona que piense distinto a nosotres? Somos personas distintas y podemos tener distintas opiniones, pero lo que sí es inaceptable son los discursos de odio como los lanzados contra Claudia Piñeiro por su militancia feminista y por ser una mujer que no entra en cánones y estereotipos del deber ser de una mujer.


Sexify: reivindicar el orgasmo femenino

Artículo colaboración escrito por Sofia Fuentes


¿Por qué hablar de orgasmo femenino? ¿Qué sabemos de él? ¿Alguna vez nos enseñaron a experimentarlo en nuestrxs cuerpxs? Son algunas de las preguntas que atraviesan el hilo argumentativo de Sexify, una serie polaca producida por Netflix que nos invita a repensar el vínculo con nuestra sexualidad y a deconstruir los tabúes y mitos que existen en torno a ella. En conmemoración al Día Internacional del Orgasmo Femenino, celebrado el pasado 8 de agosto, retomamos la obra del gigante del streaming para homenajear y reivindicar el derecho al goce, el deseo y el placer sexual de las personas con vulva.

Hablemos de orgasmo

Sin dudas, el avance de la revolución feminista ha traído a la mesa el debate sobre la sexualidad de las mujeres y las diversidades y el papel que ha jugado el sistema patriarcal heterocis a lo largo de la historia: atentar contra la libertad y el placer de lxs cuerpxs, legitimando ciertas practicas, discursos y modalidades deseantes a la vez que invisibilizaba otras. El orgasmo femenino ha sido objeto de ello.

Sexify logra evidenciar ese silencio orgásmico a través de la pantalla: en ocho capítulos que mezclan la comedia dramática, la tecnología, y la sexualidad, las protagonistas, mujeres cis, nos insertan en el proceso de desarrollo de una aplicación para mejorar la experiencia del orgasmo femenino y dar cuenta de la falta de información que existe al respecto. Ya lo decía Natalia, la experta en software de esta historia, interpretada por Aleksandra Skraba: «El orgasmo femenino todavía se trata a la ligera y no recibe suficiente atención».

Desde esta premisa, Sexify se embarca en un sinfín de preguntas con respecto al sexo y el placer en las juventudes y, si bien no se centra en dar una clase de educación sexual, la propuesta cinematográfica logra poner en escena problemáticas tales como los mandatos de género, la religión y los tabúes en torno al placer a través del discurso feminista que encarnan sus protagonistas.

Poco a poco van allanando el terreno en pos de derribar esos discursos normalizadores, generando una revolución sexual dentro de la universidad que marca un cambio tanto para ellas como para sus compañeras. Aunque Natalia es quien lleva la cabecera del proyecto, sin haber tenido alguna vez una experiencia sexual sola o con otra persona, son Monika (Sandra Drzymalska) y Paulina (Maria Sobocinska) quienes le otorgan a la trama esos otros relatos posibles sobre el goce del cuerpo.

Religión vs. sexo

Dentro de la iglesia, Paulina le confieza al cura que ha pecado: tuvo sexo antes del matrimonio y un orgasmo con un vibrador. La figura de la amiga católica a punto de casarse y en plena transición al autodescubrimiento sintetiza el poder de los mandatos religiosos y la imposición de un deber ser mujer atravesado por la castidad, la pulcritud y la culpa. Comprar un vibrador, mirar porno o incluso pasar horas investigando acerca del orgasmo con sus amigas son algunos de los elementos que se hacen presentes en la historia de Paulina en relación a la lucha personal entre su deseo y la cultura católica aprehendida.

En un escenario completamente distinto, Monika se acuesta con un chico que conoció por medio de una aplicación de citas, pero sus gritos y los golpes de la cama contra la pared acaban por molestar a su vecina Natalia. «Lo siento, fingiré mis orgasmos en silencio. Normalmente los finjo, así que puedo hacerlo en silencio», le explica a Natalia en su primer encuentro cara a cara. En Monika se evidencia la brecha orgásmica existente en el encuentro sexual binario heterocis, como así también el desconocimiento acerca de la anatomía femenina, sus puntos de placer y la forma adecuada de estimulación. Si bien Monika y Paulina son sexualmente activas, ambas tienen un elemento en común que funciona de manera transversal a lo largo de la primera temporada en sintonía con la experiencia de Natalia: el desconocimiento y la desconexión con el propio placer.

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Luego del auge de la serie inglesa Sex Education, Sexify abre el panorama hacia otro eje sobre la sexualidad. Con su propuesta cómica y reflexiva, convierte a la tecnología en la excusa perfecta para hablar de orgasmo femenino. El planteo de nuestras protagonistas es claro: si de lo que se trata es de disfrutar la vibración con nosotres mismes y lo que demanda nuestro deseo, el orgasmo es una parte más de la respuesta a la estimulación sexual y no tanto un fin último. Ya lo decía la sexóloga argentina Cecilia Ce:

«Llevamos siglos de encuentros sexuales que giran en torno al placer masculino. Reforzado por la industria del porno y la falta de educación sexual, en nuestros encuentros sexuales repetimos un guion que lejos está de ser lo que la mujer necesita».

Con un final motivador al estilo girl power, Natalia nos invita a volvernos militantes del orgasmo femenino y a seguir cuestionando el terreno sexual. Si bien esta producción evidencia el gran avance de la lucha feminista en la pantalla grande, aún queda pendiente la incorporación del debate en torno al placer sexual de las disidencias para seguir disputando el discurso heterocis imperante que impregna en las producciones cinematográficas desde tiempos remotos. Aun así, no deja de ser una conquista de los feminismos y un motivo para seguir dando la discusión necesaria en torno a las sexualidades.

Si te interesó la temática o te quedaste con ganas de saber cómo sigue la historia, ponete cómode, subí el volumen y regalate una dosis de serotonina con esta superproducción polaca.


El feminismo llegó al mundo mágico

El próximo 31 de diciembre se estrena en Netflix la cuarta temporada de Las Aventuras de Sabrina, una fusión entre la remake de la serie que acompañó la niñez y adolescencia de muches y la adaptación de Archie Comics. Esta serie, que desembarcó su primera temporada en 2018, tiene un tinte muy diferente a la inocente Sabrina que mostraba la pantalla de Nickelodeon.

Con rasgos del thriller, exorcismo y suspenso, la Sabrina Spellman que muestra Netflix es una bruja aggiornada a un mundo contemporáneo que lucha por empoderarse ante los postulados conservadores de su entorno hechicero. Sabrina quiere poder y libertad. Y parece que esto, al igual que en la lucha que enfrentamos hoy las mujeres, tendrá un costo muy alto. 

Al comienzo de la serie, Sabrina (Kiernan Shipka) es una adolescente de 15 años de edad que vive con sus dos tías, Hilda (Lucy Davis) y Zelda (Miranda Otto), quienes se encargaron de su crianza luego de la muerte de sus padres. Ambas son brujas al igual que el padre de Sabrina, un hechicero reconocido por sus dotes mágicos y por romper con las reglas de la Iglesia de la Noche al casarse y tener una hija con una mortal. En la casa de la familia Spellman también vive el primo Ambrose, un hechicero con arresto domiciliario por intentar explotar el Vaticano.

Sabrina espera con ansias su incipiente cumpleaños, el cual casualmente se celebra en el día de Halloween y será su bautismo mágico. Por tradición de la Iglesia de la Noche, cada bruja es bautizada a los 16 años como símbolo de su entrega al Señor Tenebroso quedando así a merced de su voluntad. Como es característico de Sabrina (al igual que la adolescente de la serie de canales infantiles), su curiosidad la lleva a interiorizarse en lo que implicaría su bautismo.

Las escenas transcurren en el pueblo de Baxter y la ambientación mantiene a les espectadores en un constante clima de Halloween, donde las calabazas cuelgan de las puertas, las luces son tenues y el ruido crujiente de las hojas en el bosque lo vuelven tenebroso.

En los 28 capítulos que conforman estas primeras tres temporadas no solo se apreciará el crecimiento de Sabrina como bruja en sus hechizos cada vez más riesgosos, sino también de su empoderamiento en un mundo donde las mujeres son relegadas al cuidado de la familia, subestimadas en el poder de la Iglesia de la Noche y entregadas como ofrendas.

La Iglesia de la Noche y El Catolicismo

La Iglesia de la Noche es el sinónimo de la Iglesia Católica. Es una doctrina que guía a través de rituales y postulados a una determinada comunidad, en este caso conformada por hechiceras y hechiceros. Se caracterizan por la devoción al Señor Tenebroso y la diferenciación constante con el mundo de los mortales.

El mundo mágico al que pertenece Sabrina es regido por las reglas del Señor Tenebroso, suma autoridad que gobierna los actos de cada miembro de esta comunidad. A diferencia del catolicismo, donde enseñan que Dios no es hombre ni mujer (aunque siempre lo mencionen como «él», para darle una identidad masculina), aquí el máximo representante es un hombre. Su voz en la tierra está bajo la figura del Sumo Sacerdote, quien también es un varón. Ambos intentarán convencer a Sabrina de firmar el Libro de la Noche cuando ella comienza a dudar de hacerlo por no querer alejarse de su novio y sus amigas mortales.

Mujeres al poder

Sabrina quiere el poder y la seguridad que le da su magia pero también la libertad de elegir sobre su propia vida. Esto se convertirá en un problema para ella porque su iniciación en el mundo mágico le exige cumplir con la voluntad del Señor Tenebroso dejando de lado sus deseos y su vida en el mundo mortal. Así, se enfrenta a constantes hostigamientos del clan masculino al que no solo responden los hechiceros sino también las brujas. 

Uno de los hilos conductores de la historia es el cuestionamiento de Sabrina a cada regla impuesta por el Señor Tenebroso y en consecuencia la rebeldía junto a sus tías de esas normas que siempre han cumplido a rajatabla.  

En la tarea de llevar a Sabrina hacia el mundo mágico cumple un rol fundamental la Madre de los demonios o Lilith, enviada por el Señor Tenebroso y encarnada en el cuerpo de una profesora de la escuela a la que asiste Sabrina. También identificada como Madame Satán, busca cumplir con las expectativas de su concubino, Satán o Lucifer, labor que la frustra por no recibir el reconocimiento de su pareja.  

En la tercera temporada (sin spoilear mucho) se ve muy bien reflejada la dificultad de los hombres para dejar sus posiciones de poder y cómo intentan sabotear a las brujas que han ocupado los cargos de mayores rangos: el reinado del Infierno y la dirección de la Iglesia de la Noche. 

Estas tres temporadas atrapan con las consecuencias de la rebeldía de Sabrina en un mundo mágico conservador. Un mundo con roles de género que se acentúan en las mujeres al mando de las tareas de cuidado (encarnado por las tías protectoras y educadoras y por Madame Satán que debe llevar a la joven hechicera por el camino de la magia) y los hombres al mando de las instituciones y el poder que estas les otorgan. La competencia inicial entre las hechiceras se ve aplacada por la sororidad y la unión frente a las injusticias del género: un camino de deconstrucción lento pero fructífero como el que vivimos en el mundo de les mortales.  


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#Reseña Gambito de dama

Artículo colaboración escrito por Carla Daniela Benisz


La cuarentena me hizo consumidora de series. Por lo que pude observar en mi aún corto paso por la plataforma, las series de Netflix tienen un particular interés en la construcción de narraciones como edificios en los que no sobra, ni falta, ningún ladrillo; un edificio dividido en unidades mensurables de la emoción. Ciertas –no todas, pero sí una cantidad que permita recordarlas– aperturas o esquinas de ese edificio están embellecidas con algún cruce dialógico que deja entrever sesgos poéticos: hay líneas memorables, hay actuaciones muy buenas, pero lo importante es siempre el edificio.

Su estricta concatenación de ladrillos es lo que logra el efecto entre teleológico y adictivo de cada final de capítulo, más intenso en cada final de temporada. Netflix creó su propio artefacto y Gambito de dama –la actual serie de moda– funciona. Seguramente esta descripción resulta redundante para el habitual consumidor de series que debe conocer mucho más que yo este edificio. Solo voy acomodando las piezas para explicar el recorrido. 

Fuente: Netflix.

Ya descartado el hecho de que Gambito de dama funciona en ese dispositivo, y como sé más de feminismo que de series, también me pregunto a qué se debe la intención de que esta serie acomode sus ladrillos sobre una temática de género. Veamos: una joven ajedrecista norteamericana que se destaca desde niña por su talento dentro del universo estrictamente masculino del ajedrez en el contexto de la Guerra Fría. Es huérfana, de pobreza material y afectiva, con una madre genial y suicida. Su infancia transcurre en un internado.

Beth, la protagonista, es de una subalternidad medida. Porque, si bien como mujer y huérfana sufre la opresión, todavía la rodea un Estado de bienestar que le permite el acceso al ajedrez, a la educación, al centro del mundo occidental que ella misma habita, a una madre adoptiva que transitoriamente la contiene. Sobre esos despojos de bienestar, que el pobre de país rico usufructúa, Beth pivotea su talento.  

Fuente: Tumblr.

Vuelvo a la pregunta: ¿por qué sobre esta vida de mujer oprimida (no tanto como otras, pero sí bastante) erige Netflix su edificio de moda esta temporada? Dos respuestas inmediatas y extremas pueden ser: uno, oportunismo ante el avance del movimiento de mujeres y disidencias; dos, porque esa subjetividad oprimida habilita intensos recursos poéticos al drama.

Entre estas dos respuestas, podemos llevar -con cierto optimismo- un trazado que, sin embargo, termina cancelándose en el capítulo final. Intentaré no spoilear pero allí se cancela esa fuga lírica que habilitaba la locura de la madre, y no me refiero al suicidio.

De modo que finalmente la serie termina resultando agridulce. Si hacemos «la fácil» (pero no menos cierta), vemos que (casualmente) guionistas, creadores y directores de la serie son varones. Pero no vamos a ir por la fácil porque son mejores las partidas largas.

Por empezar, la serie me recuerda a algo que dijo Lucrecia Martel cuando coqueteó con la posibilidad de dirigir en Hollywood para Marvel: «Sustituir un héroe por una heroína no es suficiente; es el género lo que hay que repensar, la concepción de qué es acción, de si es posible pensar un género de acción sin enemigos o si siempre hay que construirlo»1.

Repensar cómo Hollywood construyó la idea de «cine de acción» a partir de parámetros estéticos como el antagonismo extremo e identificable, la peripecia en constante aceleración, la violencia con función escatológica, la acentuación de los valores viriles tradicionales, sería también repensar la lógica cultural del patriarcado contemporáneo de una forma mucho más estructural y profunda que el cambio de la figurita masculina por una femenina, lo cual, sin todo ese background, es maquillaje u oportunismo. 

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Algo de esto sucede en Gambito de dama. Hay una heroína que sufre opresión específica por ser mujer, pero en el transcurso de la trama se guía por el nivel de la violencia. En este caso, Beth no es tan distinta a otras heroínas hollywoodenses de la gesta deportiva como, por ejemplo, la Michelle Rodríguez boxeadora de Girlfight (2000), una película de hace 20 años. Es decir que Gambito de dama no parece haber sido atravesada, en su forma de representar el drama histórico del sujeto, por la expansión de la lucha de las mujeres de los últimos años.

Fuente: Netflix.

Pero, además, cambiar el deporte nos permite evidenciar la violencia, que en el mundo del ajedrez es la tensión de la competencia, como motor propio de una sensibilidad todavía patriarcal aunque para una trama que tiene pretensiones de mensaje emancipatorio. Beth Harmon vence porque es extremadamente talentosa en el terreno en el que se bate2. Porque hay una porción de la experiencia en este universo en la que ella es la mejor, en la que ella puede dominar. Su genio (el argumento de la serie habilita este desvío romántico) es acaparador y –en términos psicoanalíticos– fálico. La reparación de su daño a través de sus victorias en el ajedrez genera un efecto placebo pero gozoso a las dañadas que seguimos su peripecia desde el sofá. En el tablero, Beth repara a su madre, una genia matemática y «loca», y a su madrastra, una pianista talentosa pero fóbica.

Ahora bien, ¿qué tiene para decirnos este oportunismo de Netflix con una vida de oprimida espectacularizada a las que no somos geniales deportistas, ni músicas, ni artistas, ni tenemos ningún talento capitalizable para el mercado que nos individualice? ¿Qué nos dice este drama a las mediocres?

Que la oprimida sea genial deja un mensaje por la negativa. No da herramientas para la liberación; al contrario, la hace más lejana, ya que no es en sus victorias inalcanzables sino en el pathos donde nosotras logramos identificarnos. De hecho, podemos sentir con la Beth del ascensor ante los ajedrecistas soviéticos que la visten con todas las adjetivaciones de la tradición patriarcal (ebria, impulsiva, peligrosa) cómo se reproduce el imaginario hegemónico del enojo femenino, en el que depositan nuestras iras como si estas fueran fuego autoinducido.

Fuente: Netflix.

La serie no está obligada a dejar mensaje o dar herramientas, podría argumentarse, y eso sería muy cierto también, pero con ese argumento se evidencia el oportunismo del guion. La opresión de género es un vestido a la moda de la sensibilidad actual para seguir vendiendo la misma estructura dramática de siempre.

Claro que el guion es cuidadoso en mostrar otras posibilidades de desvío de la norma patriarcal (abogadas, médicas, aunque siempre en la lógica de la superación meritocrática) y en destacar la solidaridad femenina. De hecho, Netflix parece estar escribiendo su propio manual del «buen feministo». Y, eso sí, porque es manual, porque implica una guía externa que regula, porque indica cómo aplicar valores que no están internalizados como educación sentimental: eso sí es el esplendor de la corrección política como vacío y como impostura.


Fuentes:

1Infobae

2Página 12


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#Reseña Carmel: otra mujer que no obtuvo justicia

La miniserie Carmel ¿quién mató a María Marta? se estrenó el pasado 5 de noviembre. Es un documental que consta de cuatro capítulos en el que se cuenta la historia del sospechoso asesinato de María Marta García Belsunce desde las voces de los involucrados en el caso. Desde su lanzamiento, se encuentra entre las 5 series de Netflix más vistas de Argentina.

documentar un crimen sin resolver

Qué pasó el día del crimen y quién mató a María Marta son interrogantes que ni el documental ni la justicia pudieron resolver. Bajo la dirección de Alejandro Hartmann y la producción de Vanessa Ragone, la serie no pretende demostrar la culpabilidad de nadie sino que desde distintas voces cuenta lo que sucedió el día del crimen, durante el juicio y la cobertura de los medios masivos de comunicación.

La serie se centra en dos personajes contrapuestos, Carlos Carrascosa y el fiscal Diego Molina Pico, este último formuló la acusación a la familia por encubrimiento y al viudo por homicidio. La familia, especialmente sus hermanos, reaparecieron luego del estreno en diferentes programas de televisión y denunciaron que el documental omite información y busca generar más confusión.

En la miniserie se entrevista a casi todas las personas que formaron parte del entorno de la víctima y de los hechos: el marido, los hermanos Horacio García Belsunce, Irene y John Hurtig, el fiscal, sus amigas, periodistas y dos mujeres que se unieron para hacer un blog en el que aseguraban que Carrascosa era inocente. Dentro de las voces que faltan se encuentran el sospechoso por parte de la familia Nicolás Pachelo, Susan Murray, presidenta de Missing Children, organización donde trabajaba María Marta, y empleadas y empleados del country Carmel de Pilar, que durante el juicio desmintieron las afirmaciones de la familia.

«El caso tiene muchas aristas y posiciones encontradas. Nosotros mismos nos vimos muchas veces en medio de esos dilemas, pero nuestra invitación como documentalistas a los diferentes involucrados fue honesta: queremos darles la palabra. Y creo que eso es lo que permitió que por primera vez se trate el caso Belsunce con gran diversidad de miradas y materiales. Un caso que nos hace recordar, siempre, que detrás de estas disputas una mujer fue asesinada impunemente. Ojalá los espectadores se apasionen y conmuevan tanto como nosotros».

– Alejandro Hartmann para El Cronista.

En la serie, al igual que en la cobertura mediática de principios del 2000, queda expuesto cómo se vive en los barrios cerrados, los privilegios y la impunidad de la clase alta argentina, la importancia de tener dinero o un reconocido apellido y el uso de contactos para influenciar policías, fiscales y hasta jueces.

¿qué sucedió hace 18 años?

En octubre del año 2002 María Marta fue asesinada en su casa del Country Club Carmel. En un primer momento la familia dijo que había sufrido un accidente en la bañera pero, luego de que se ordenara una autopsia un mes más tarde, se descubrió que la causa del fallecimiento eran cinco disparos en la cabeza. Durante meses, en los diferentes medios de comunicación solo se habló de hipótesis acerca del «pituto», parte de una bala que John Hurtig, hermano de la víctima, encontró debajo del cuerpo de María Marta y confesó haber tirado por el inodoro con el consentimiento de su familia.

En ese entonces se hablaba de «crímenes pasionales» en lugar de femicidios y la perspectiva de género no era algo adoptado por ningún medio de comunicación. Quienes pertenecieron a las redacciones de aquel momento confiesan en el documental que lo importante era escribir algo acerca del tema para publicar en la tapa de los diarios, sin importar si existían novedades o información dudosa del caso.

Carlos Carrascosa, el viudo, fue condenado a prisión, donde pasó ocho años y luego fue absuelto por la Corte Suprema de Justicia de Buenos Aires, que todavía no decidió si acepta el recurso extraordinario del Ministerio Público Fiscal. Por otro lado, el 3 de agosto de este año debía comenzar el juicio contra Nicolás Pachelo, el vecino del country a quien la familia siempre señaló como responsable y otros dos custodios, pero la pandemia lo postergó.

¿Quién mato a María Marta? Lo cierto es que es una pregunta sin respuestas. Lo que se puede asegurar es que, como afirman desde Página 12, fue la primera de otras mujeres que también fueron asesinadas dentro de sus lujosos hogares de barrios privados como Nora Dalmasso, Roxana Galliano y Claudia Schaefers. Mujeres que, en femicidios, robos u otro tipo de crímenes, fueron víctimas de una exposición mediática que contó intimidades de su vida privada y una justicia que no supo condenar a sus asesinos.


Fuentes:

#Reseña Emily en París

La nueva comedia romántica de Netflix parece ser un diamante en bruto que tiene todo lo que nos hace feliz: Lily Collins, París, moda de alta costura y galanes franceses, pero muy poco de representación real.

Emily en París, la nueva joyita de Netflix, se estrenó el pasado 2 de octubre y de inmediato fue furor. Creada y producida por Darren Star (Sex and the City), la historia sigue las andanzas de Emily Cooper (Lily Collins), una estadounidense de veintitantos años que se muda a París para trabajar en una empresa de marketing francesa.

En la capital, la jovencita (con una visión algo inocente de todo lo que la rodea) experimenta la novedad de una cultura nueva, mientras conoce a nueves colegas y se relaciona con nuevos amores.

Emily en París, de cierta manera, se resume en gente bonita haciendo cosas bonitas. Y por eso es tan capturable y se vuelve tan entretenida. No hay nada más lindo que el lugar seguro que nos propone el statu quo más estático de la plataforma. A través de los capítulos, no hay abordaje a lugares que puedan poner al espectador incómodo ni manifestación de zonas grises; apenas (si es que) hay identificación del público con la serie. 

Fuente: Tumblr.

Modo norteamericano

«¿Por qué no te gustó la serie?», me preguntó una amiga un tanto consternada.

Quizás porque es otra historia más a la biblioteca del imperialismo estadounidense, cuya jerarquía mundial hace creer —de nuevo— que al resto del mundo les falta un poco más de «moral norteamericana», cuando quizás la causa de muchos de los problemas actuales es que nos sobra mucha moral norteamericana.

En los primeros capítulos, rápidamente podemos leer esto: Emily no solo no sabe francés sino que ni siquiera se esfuerza en aprenderlo. Como resultado tenemos a toda una oficina en el medio de París hablando inglés solo para que ella pueda entenderles.

Además, la protagonista no duda en criticar ciertas formas laborales de les franceses, implícitamente dando a entender que la forma americana es mejor. Y hasta argumenta que a la sociedad estadounidense no le caerá en gracia una publicidad sexista, con la intención de una mirada progre e inocente pero dejando en claro que, al parecer, solo las estadounidenses son feministas.

Fuente: Netflix.

En consecuencia, la serie recibió fuertes críticas del público francés, quienes no recibieron con gracia que la trama retome estereotipos y clichés de Francia, dejándoles una imagen negativa, vaga y despectiva. Algo que, para ser sinceres, les latinoamericanes vivimos día a día.

¿Qué tipo de mujer seguimos reproduciendo?

Uno de los puntos fuertes de la serie es mostrar de manera implícita mujeres «diferentes». A lo largo de los 30 minutos de cada capítulo, no vemos chicas tontas, ni rubias malas, ni novias celosas. Pero correrse de los estereotipos más clásicos no significa hoy tener una amplia representación.

Desde el momento cero nos enteramos de que Emily viaja a París porque su jefa queda embarazada y debe permanecer en Estados Unidos. Centrándonos en la protagonista, Emily parece ser una cajita de Pandora incansable que, sin esforzarse en lo más mínimo y de manera natural, da en el clavo con grandes ideas que se le ocurren en el momento, así porque sí. Charla, saca fotos, escribe ingeniosos pie de imágenes en Instagram y, sobre todo, no molesta a nadie.

La serie, entonces, recae en una conceptualización de «mujer empoderada» perfecta por naturaleza quien, lejos de trabajar, diagramar, planificar —como el área de la comunicación lo requiere— y enfrentarse con problemas, desigualdades e incongruencias —como tanto mujeres como diversidades encuentran en el ámbito laboral día a día— , vive entre cosas que simplemente «fluyen».

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Es ficción, claro está, pero de nuevo nos encontramos ante ese tipo de ficción tan mainstream donde las mujeres parecen no pensar, no encargarse de datos duros, no planificar. Simplemente son intuitivas, se dejan llevar por lo que les dice el corazón y su éxito se basa en su capacidad de sentir pasión. ¿No nos suena, un poco, a esa división eterna de las emociones? ¿No nos suena, de nuevo, a que las mujeres solo entendemos de emoción y de amor y que todos nuestros ámbitos se ven marcados por ello?

Fuente: Tumblr.

Sin mencionar, además, que Emily es un ícono de la moda. Es hegemónicamente perfecta hasta cuando corre por la capital parisina para ejercitarse. A la joven en ningún momento de la serie se le corre el maquillaje (¡ni siquiera el labial!), ni se despeina un pelo ni se baja de los tacos, lo que refuerza la idea de que las mujeres siempre nos tenemos que ver «perfectas». Nada parece salirle mal y está siempre —siempre— lista para la actividad sexual. De la misma manera sucede con sus compañeras de pantalla femeninas.

Irónicamente, el personaje menos feminista y mas «malvado» es el que mas verosímil se construye. Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu), la jefa de Emily y la encargada de la empresa francesa, es una mujer estructurada y conservadora, que no cuestiona nada y que es directa para manifestarle a la norteamericana que, básicamente, no la soporta. Y sin embargo, en ella se exhibe un personaje fuerte que a través de su antipatía e incongruencias, resulta simpático.

Fuente: Netflix.

Lejos de ser una nueva versión de Sex and the City, con quien comparte productor y creador y donde hubo personajes fuertes y tramas disruptivas (menos normativas), Netflix, una vez más, nos vende algo que no es. Sin diversidad sexual y apenas representatividad cultural, la serie se queda en dar a su público paisajes y vestuario de diamantes mientras que otorga contenido en forma de piedritas de colores.

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Quizás después de todo, Emily en París sí nos deja algo para recordar: que podés triunfar en todo lo que te propongas. Eso sí, si sos hegemónicamente linda, flaca, blanca. Y claro, estadounidense.

Fuente: Tumblr.

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