Las personas adultas mayores suelen recibir malos tratos debido a su edad. Además, reflejando el efecto de la interseccionalidad, aquellas que se identifican como pertenecientes al colectivo LGBTIQ+ sufren una estigmatización adicional que se agrava en tiempos de pandemia y puede seguir empeorando por distintos factores.
La población mayor se compone de personas empoderadas, activas, participativas, que cuentan con el capital de la experiencia como uno de sus valores más preciados. Sin embargo, esta parte de la sociedad sufre malos tratos sin cesar.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) observa que «las niñas, niños y adolescentes LGBTI+ suelen enfrentar el rechazo de sus familias y su comunidad, quienes desaprueban su orientación sexual, identidad de género o diversidad corporal, lo que tiende a conducir a situaciones generalizadas de discriminación, estigmatización, intimidación, acoso, abuso, maltrato y violencia física, psicológica, sexual y, en casos extremos, incluso la muerte».
Y aclara que esta problemática alcanza a la población que aquí nos compete: «Lo mismo ocurre con las personas LGBT+ en la etapa adulta de sus vidas e incluso con las personas adultas mayores, con ciertas especificidades referentes al aislamiento social cada vez más prolongado que experimentan, en la medida en que postergan o evitan el acto de asumir públicamente su orientación sexual o identidad de género».
En esta línea, Edgardo Corts, miembro fundador de la organización Mayores en la Diversidad y vicepresidente del Centro de Jubilados y Pensionados de ATE Capital, en diálogo con Escritura Feminista, describió algunas de las situaciones a las que se exponen como, por ejemplo, el ser encasillades como población fuera de actividad.
«La sociedad constituye a las personas mayores como sujetos pasivos. Eso significa fundamentalmente que hemos salido de los circuitos de producción masivos y más rentables económicamente pero eso no nos inhabilita ni nos define como pasivos sin posibilidades. Estas están adaptadas a la edad y las circunstancias biológicas de los y las mayores».
Edgardo Corts.
Además del estigma de la poca actividad, también se les tilda de asexuades sin preguntarse por lo que sucede en sus camas. Tengamos en cuenta que con el ritmo de vida que llevamos todes, entre trabajo, estudio, entrenamiento, más estudio, hijes, familia y amigues, a muches les queda poco tiempo para la actividad sexual. De hecho, podríamos pensar que les viejes tienen más tiempo que la población más joven.
Graciela Balestra, creadora de Puerta Abierta, el primer Centro de Jubilados LGBTIQ+ del país, señaló a este medio que la «poca» actividad sexual y el «mal» estado de salud de les adultes mayores es un mito que se debe desterrar y expresó: «Los de 40 o 50 vivimos todos estresados, es cuando menos sexo se tiene, después de los 70 uno vuelve a recuperar el erotismo».
Continuando en el marco de la actividad sexual, Edgardo explica el peligro de esta caracterización: «Cuando vamos al médico pueden revisarnos cualquier tipo de patología pero en ningún momento investigan temas como VIH, hepatitis o enfermedades de transmisión sexual porque no nos consideran sujetos activos sexualmente. Que si bien los adultos mayores tenemos una sexualidad adaptada a este período de la vida, seguimos siendo, nacemos y morimos sexuados. Eso también nos invisibiliza y nos pone fuera de la asistencia».
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Tener más de 60, ser LGBTIQ+ y vivir en pandemia
En el contexto actual, les adultes mayores de 60 años integran el grupo de «población de riesgo», junto a embarazadas y personas con patologías crónicas, lo cual les hace permanecer en sus hogares para cuidar su salud. El problema se presenta cuando viven soles y necesitan salir a comprar comida, medicamentos o ver a sus médicos y médicas: no todes pueden hacer consultas online o pedir comida por teléfono. A esta situación se suma la falta de afecto por no poder ver a sus familias y amigues ni hacer sus salidas habituales.
Esto, que tiene mal aspecto para cualquier persona mayor, se vuelve aún más grave al pertenecer al colectivo LGBTIQ+. En este sentido, Edgardo explica:
«Pertenecemos a una generación en la que muchos y muchas han permanecido en el placard. Entonces en este momento de la vida se da que algunos de ellos o ellas tienen que vivir en centros geriátricos, en hogares de larga estadía, o bien volver a sus grupos familiares de origen. Y allí se ha dado que aquellos que toda la vida estuvieron en el placard tienen que seguir estándolo y aquellos y aquellas que pudieron salir, al estar en estos lugares, vuelven a ingresar al placard. Es como un reingreso a la no identidad».
Por su parte, Graciela, en el mismo sentido, afirma: «Hay mucha soledad. Muchos, cuando se asumen, la familia no les da más bolilla, los echan o no quieren que vean más a los nietos. Hay personas que se casaron y tuvieron hijos y cuando se dieron cuenta de que no eran heterosexuales se separaron y los hijos les dijeron que no vean más a los nietos o los obligaron al silencio».
Además, detalla brevemente cómo se da la discriminación hacia las personas mayores con identidades diversas: «A los viejos ya los discriminan por viejos por más que no sean gays y, si además sos lesbiana, se da una doble discriminación; si, además, llegas a ser pobre o negra, sonaste».

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El desafío de llegar a la vejez siendo trans
Las personas trans en Argentina tienen una expectativa de vida de 35 años. Mónica Roque, médica a cargo de la Secretaría de Derechos Humanos, Gerontología Comunitaria, Género y Políticas de Cuidado del PAMI, profundizó sobre esta problemática en diálogo con BAE: «Según las proyecciones de INDEC, para 2020 la expectativa de vida para una mujer (cis) será de 81 años. La de las mujeres trans será de 35 años. La inequidad es terrible. Hay mujeres trans que llegan pero en las peores condiciones. Tenemos algunas en PAMI. La historia de vida en una mujer trans, que seguramente estuvo en la prostitución y que antes no tenía acceso a los tratamientos hormonales médicos adecuados, hace que llegue en condiciones de vida bastante malas».
Sin embargo, como bien dice la especialista, hay algunas excepciones que logran superar las expectativas. La fundadora de Puerta Abierta cuenta que en el Centro de Jubilados hay algunos casos pero también detalla cómo lo hicieron: «las personas que vienen al Centro y son trans, si llegaron a los 60 o 70 años fue a costas de no asumir nunca el cambio de identidad. Hay personas que siguen siendo hombres cuando se sienten mujeres. Yo digo: salvaron su vida pero a costa de matar su deseo».
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Garantizar los derechos humanos de las personas mayores LGBTIQ+
Defender sus derechos y desestigmatizar a este colectivo implica la ardua tarea que llevan a cabo organizaciones como Puerta Abierta y la Casa del Orgullo, establecimientos en los que se crean redes de apoyo y contención. Según explica Graciela, que participa en ambos espacios, «son como familias alternativas para que cuando tienen que cortar con su familia de origen, por la falta de aceptación, no caigan en el vacío».
Entre sus acciones también se encuentran la concientización sobre derechos, la capacitaciones de personas que cuidan adultes mayores, la asistencia psicológica y los talleres culturales, entre otros.
La garantía de derechos va acompañada por el cambio de la imagen de las personas mayores: no todes son abuelos y abuelas, ni tienen problemas de salud ni están soles en sus casas sin saber qué hacer. Por el contrario, Graciela aclara que «cuando hacíamos un baile, por ejemplo, las de 80 años bailaban toda la noche, saltan más que yo, tienen ganas de vivir».
Con respecto a la invalidez de los estereotipos que rondan a hombres y mujeres mayores, menciona: «Ahora una mujer de 80 es joven, contrariamente a lo que uno pensaba antes. Las veo muy vitales, viajan, salen, bailan, van y vienen, no son esas viejitas que no se pueden mover. No todos están enfermos, hay más sexo que en las personas jóvenes».
Como población activa que continúa en la lucha por sus derechos, Edgardo hace hincapié en que:
«Más allá de la edad, todos somos sujetos de cuidado y mucho más en un proceso de pandemia como el que estamos viviendo y, además, nos identificamos como hombres y mujeres políticos. Por eso seguimos trabajando por un nuevo proyecto de ley para conseguir la cura del VIH, adaptado a estos contextos actuales y contemporáneos. Ese objetivo y la defensa de los derechos humanos de las personas mayores en la diversidad son los que en este momento perseguimos».
Para quienes quieran contactarse con Puerta Abierta para tener asesoramiento terapéutico o jurídico sobre casos de discriminación o de violencia de género, hacer consultas o participar del espacio, pueden solicitarlo a través del número telefónico 11 4470 9852.
Fuentes:
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