Colaboración Constanza Ulloa @ulloacoo
Nos da miedo relacionarnos con el termino «dejadas».
Reconocernos naturales y salvajes es dejar crecer nuestros pelos, es amigarnos con la panza con curvas y mirar a los pozos que aparecen como parte del todo.
Dejar de quitarnos pelos de las cejas para abrazar nuestra verdadera mirada.
No voy a mentir, da miedo.
«Dejada» es un adjetivo calificativo para una casa abandonada, no para nuestro cuerpo. En él habitamos todo el tiempo, todos los días, inclusive los tristes, los difíciles. Nunca nos vamos y no regresamos.
«Dejada» es un adjetivo calificativo para lo que se abandona.
Yo dejo a mi cuerpo ser y lo cuido para que se desenvuelva así, natural.
Lo comprendo como cíclico, cambiante, resonando todo el tiempo junto a mis emociones.
Me comprendo así, entera.
Cuerpo, mente y alma.
Y si algún día quiero ponerme ese jean apretado y me ajusta un poco mas que ayer, lo entiendo. Lo adorno con un vestido holgado para dejarlo disfrutar de ese día, donde se hicieron visibles un par de kilitos nuevos.
«Dejada» es una mujer abandonada por ella misma, compenetrada en encajar en un molde que no le entra aunque se esfuerce.
El objetivo tiene que ser la recuperación de las bellas y naturales formas femeninas, ayudarnos entre todas para así alejarnos de ese molde que nos disfraza con cuidado personal y nos aleja de lo natural.
Ya decía Clarissa Pinkola Estes en mi biblia feminista, Mujeres que corren con lobos: «Son estas fugaces experiencias que se producen tanto a través de la belleza como de la pérdida la que nos hacen sentir desnudas, alteradas y ansiosas hasta el extremo de obligarnos a ir en pos de la naturaleza salvaje».
«Dejada» es esa casa que se abandona para no volver.
Mi cuerpo es mi templo. Y como tal, muta conmigo:
cíclico y salvaje.
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