#Reseña Las cosas por limpiar: violencia de género y resiliencia

Alex (Margarte Qualley) abre los ojos y observa dormir a su pareja Sean (Nick Robonson). Tratando de no hacer ruido sale de la cama, se viste y busca a su hija que duerme en su cuna. Todo está oscuro porque es de madrugada y tras envolver a la niña y sentarla en la sillita del auto se alejan de la casa donde horas antes hubo gritos y vidrios rotos. Así comienza la serie Maid, traducida al español como Las cosas por limpiar.

Estrenada a principios de octubre, es una de las más vistas en la plataforma. En 10 capítulos de 55 minutos, narra una compleja trama de violencia y las dificultades que tiene salir de ella. Además, sin intención de spoilear, las trabas burocráticas, los vacíos legales y la explotación laboral se ven durante todos los capítulos.

La protagonista de esta historia es Alex, de 25 años, quien vive con Sean, su marido alcohólico y violento, y su hija Maddy de casi 3 años. Luego de huir de su casa, en el primer capítulo, cae en la cuenta de que por diversas razones no cuenta ni con su madre ni con su única amiga para pasar la noche. Entonces, es el primer momento en que descubre que las redes que podían sostenerla no lo hacen, por lo que madre e hija terminan durmiendo en el auto.

En la historia se muestra la importancia de los lazos de contención a la hora de transitar una situación de violencia de género. Para visibilizar dicho rol, la serie tienen una escena en la que Alex mantiene un diálogo con otra mujer víctima de violencia que vive también en el hogar para sobrevivientes: «¿Crees que en la primera cita me dijo “Pásame la sal, algún día te estrangularé”? No, la violencia va creciendo como el moho», le dice Danielle (Aimée Carrero). Y, además de aconsejarla, logra que la protagonista deje de llorar tirada en una alfombra para levantarse y dar pelea.

Por otra parte, la trama logra empatizar con quienes están del otro lado de la pantalla dado que visibiliza un problema recurrente de las madres solteras: las complicaciones de trabajar y cuidar de sus hijes. A lo largo de todos los capítulos se ven las dificultades que tienen las madres solteras, quienes deben hacer malabares para llegar a fin de mes, encontrar un trabajo (en los que mayormente son precarizadas) y, al mismo tiempo, un lugar seguro donde dejar a su hije durante su eterna jornada laboral.

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En la serie, Alex repasa todos los días —en su cabeza y en la pantalla para los espectadores— cuánto dinero tiene, para qué le alcanza lo que gana por día por limpiar una casa y cuánto le queda: siempre el crédito es negativo. Allí se puede observar otra arista de la violencia que es la dependencia económica y cómo, más allá de los temores y el dolor que afrontan al abandonar una casa donde reciben malos tratos, también deben lograr sobrevivir anímica y económicamente fuera de ese hogar abusivo.

No solo los golpes son violencia

Por otro lado, la historia busca resaltar la importancia de reconocer el abuso emocional como parte de la violencia de género. Cuando Alex llega a la oficina donde pide ayuda del Estado, la asesora le pregunta por qué no denunció en la Policía, a lo que ella responde: «¿Me van a creer? ¿Cómo les digo que me maltrató si no me ha golpeado?». Su exmarido no le daba libertad financiera, le decía qué hacer, le gritaba y la minimizaba. Hechos que gran parte de la sociedad y el sistema niegan como violencia, pero que sin embargo no dejan de serlo.

«Yo no sufro abuso real», manifiesta reiteradas veces la protagonista. En una de esas ocasiones se lo comenta a la asistente social de un centro al que va a pedir ayuda. «Sólo necesito trabajo y lugar donde vivir», agrega. «¿Y cómo es el abuso real? ¿Intimidación, control?», le pregunta la asistente y la recomienda en una empresa de limpieza, pero la deja reflexionando.

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En este sentido, los personajes secundarios de la historia intentan mostrarle a la protagonista que la violencia por cuestiones de género es mucho más amplia que recibir un golpe, y que sus manifestaciones se van dando de modos sutiles hasta llegar a sus máximas expresiones como golpes y hasta femicidios. Por ello es importante remarcar que la violencia dirigida hacia las mujeres puede tener distintas formas, entre ellas:

  • Violencia física.
  • Violencia simbólica: conocida como «madre» de todas las violencias, porque contiene en sí misma otras violencias y porque está tan naturalizada que muchas veces no es percibida ni por las mismas víctimas. Por ejemplo, creer que por ser hombre se es mejor, que lavar los platos es cosa de mujeres o que existen razones que justifican ejercer violencia física sobre una mujer solo por su condición de género.
  • Violencia psicológica: cualquier acción que tenga el objetivo de degradar a la mujer como persona o tratar de controlar sus acciones o decisiones. Por ejemplo, cuando se le dice «No servís para nada», «Si te vas, me mato», o «Si me denunciás, no ves más a tus hijes».
  • Violencia económica o patrimonial: se da cuando el hombre maneja los recursos comunes; cuando siendo el único sostén del hogar regatea los recursos necesarios para llevar una vida digna o cuando no aporta las cuotas alimentarias de hijes.
  • Violencia sexual: ¿Cuántas veces tuvieron sexo pero no querían, no tenían ganas o no estaban preparadas pero les insistieron tanto que accedieron? ¿Cuántas veces las «apoyaron» en un espacio público? ¿Cuántas veces las tocaron sin su consentimiento? Hay muchas pequeñas acciones que no concebimos como violencia sexual pero lo son.

Resulta fundamental visibilizar estas historias que, como en este caso, suelen basarse en hechos reales, porque puede servir de ejemplo y motivación para las mujeres que se encuentran en situación de violencia. Esta serie está inspirada en las memorias de Stephanie Land, una joven mujer estadounidense que en 2019 publicó Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive («Trabajadora doméstica: trabajo duro, salario bajo y la voluntad de una madre por sobrevivir») y que se convirtió en un best seller.


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Sexify: reivindicar el orgasmo femenino

Artículo colaboración escrito por Sofia Fuentes


¿Por qué hablar de orgasmo femenino? ¿Qué sabemos de él? ¿Alguna vez nos enseñaron a experimentarlo en nuestrxs cuerpxs? Son algunas de las preguntas que atraviesan el hilo argumentativo de Sexify, una serie polaca producida por Netflix que nos invita a repensar el vínculo con nuestra sexualidad y a deconstruir los tabúes y mitos que existen en torno a ella. En conmemoración al Día Internacional del Orgasmo Femenino, celebrado el pasado 8 de agosto, retomamos la obra del gigante del streaming para homenajear y reivindicar el derecho al goce, el deseo y el placer sexual de las personas con vulva.

Hablemos de orgasmo

Sin dudas, el avance de la revolución feminista ha traído a la mesa el debate sobre la sexualidad de las mujeres y las diversidades y el papel que ha jugado el sistema patriarcal heterocis a lo largo de la historia: atentar contra la libertad y el placer de lxs cuerpxs, legitimando ciertas practicas, discursos y modalidades deseantes a la vez que invisibilizaba otras. El orgasmo femenino ha sido objeto de ello.

Sexify logra evidenciar ese silencio orgásmico a través de la pantalla: en ocho capítulos que mezclan la comedia dramática, la tecnología, y la sexualidad, las protagonistas, mujeres cis, nos insertan en el proceso de desarrollo de una aplicación para mejorar la experiencia del orgasmo femenino y dar cuenta de la falta de información que existe al respecto. Ya lo decía Natalia, la experta en software de esta historia, interpretada por Aleksandra Skraba: «El orgasmo femenino todavía se trata a la ligera y no recibe suficiente atención».

Desde esta premisa, Sexify se embarca en un sinfín de preguntas con respecto al sexo y el placer en las juventudes y, si bien no se centra en dar una clase de educación sexual, la propuesta cinematográfica logra poner en escena problemáticas tales como los mandatos de género, la religión y los tabúes en torno al placer a través del discurso feminista que encarnan sus protagonistas.

Poco a poco van allanando el terreno en pos de derribar esos discursos normalizadores, generando una revolución sexual dentro de la universidad que marca un cambio tanto para ellas como para sus compañeras. Aunque Natalia es quien lleva la cabecera del proyecto, sin haber tenido alguna vez una experiencia sexual sola o con otra persona, son Monika (Sandra Drzymalska) y Paulina (Maria Sobocinska) quienes le otorgan a la trama esos otros relatos posibles sobre el goce del cuerpo.

Religión vs. sexo

Dentro de la iglesia, Paulina le confieza al cura que ha pecado: tuvo sexo antes del matrimonio y un orgasmo con un vibrador. La figura de la amiga católica a punto de casarse y en plena transición al autodescubrimiento sintetiza el poder de los mandatos religiosos y la imposición de un deber ser mujer atravesado por la castidad, la pulcritud y la culpa. Comprar un vibrador, mirar porno o incluso pasar horas investigando acerca del orgasmo con sus amigas son algunos de los elementos que se hacen presentes en la historia de Paulina en relación a la lucha personal entre su deseo y la cultura católica aprehendida.

En un escenario completamente distinto, Monika se acuesta con un chico que conoció por medio de una aplicación de citas, pero sus gritos y los golpes de la cama contra la pared acaban por molestar a su vecina Natalia. «Lo siento, fingiré mis orgasmos en silencio. Normalmente los finjo, así que puedo hacerlo en silencio», le explica a Natalia en su primer encuentro cara a cara. En Monika se evidencia la brecha orgásmica existente en el encuentro sexual binario heterocis, como así también el desconocimiento acerca de la anatomía femenina, sus puntos de placer y la forma adecuada de estimulación. Si bien Monika y Paulina son sexualmente activas, ambas tienen un elemento en común que funciona de manera transversal a lo largo de la primera temporada en sintonía con la experiencia de Natalia: el desconocimiento y la desconexión con el propio placer.

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Luego del auge de la serie inglesa Sex Education, Sexify abre el panorama hacia otro eje sobre la sexualidad. Con su propuesta cómica y reflexiva, convierte a la tecnología en la excusa perfecta para hablar de orgasmo femenino. El planteo de nuestras protagonistas es claro: si de lo que se trata es de disfrutar la vibración con nosotres mismes y lo que demanda nuestro deseo, el orgasmo es una parte más de la respuesta a la estimulación sexual y no tanto un fin último. Ya lo decía la sexóloga argentina Cecilia Ce:

«Llevamos siglos de encuentros sexuales que giran en torno al placer masculino. Reforzado por la industria del porno y la falta de educación sexual, en nuestros encuentros sexuales repetimos un guion que lejos está de ser lo que la mujer necesita».

Con un final motivador al estilo girl power, Natalia nos invita a volvernos militantes del orgasmo femenino y a seguir cuestionando el terreno sexual. Si bien esta producción evidencia el gran avance de la lucha feminista en la pantalla grande, aún queda pendiente la incorporación del debate en torno al placer sexual de las disidencias para seguir disputando el discurso heterocis imperante que impregna en las producciones cinematográficas desde tiempos remotos. Aun así, no deja de ser una conquista de los feminismos y un motivo para seguir dando la discusión necesaria en torno a las sexualidades.

Si te interesó la temática o te quedaste con ganas de saber cómo sigue la historia, ponete cómode, subí el volumen y regalate una dosis de serotonina con esta superproducción polaca.


#Reseña Mare of Easttown: pueblo chico, infierno grande

Al momento de su estreno, Mare of Easttown apareció como una propuesta poco conocida y publicitada de HBO. Sin embargo, solo tomó el primer episodio para ver que la maestría actoral de Kate Winslet y la combinación de un drama familiar con un misterio de pueblo chico iban a convertir a esta serie en un éxito, tal como lo validan las 16 nominaciones que recibió para los próximos premios Emmy. 

Mare of Easttown sigue la historia de Mare, una detective de un pequeño pueblo en Pensilvania que debe investigar el asesinato de una joven mientras lleva adelante a su familia luego de que una tragedia implosionara sus vidas personales.

Lo que hace que esta miniserie policial se diferencie en el mar de propuestas de este género es que logra balancearse perfectamente entre un drama vincular y un misterio. Hace hincapié tanto en la exploración de las relaciones familiares y de amistad como en resolver el asesinato. 

Cabe resaltar que una de las fortalezas más visibles de la producción es que no se aleja de tocar temáticas incómodas pero totalmente modernas y relevantes en nuestra sociedad: habla de las adicciones, de los embarazos/madres adolescentes, de la violencia de género y abusos familiares, de la prostitución de menores, de enfermedades mentales, de suicidios, de divorcios, de familias ensambladas, de pérdidas de un ser querido y de temáticas LGBTQ+.

Otro punto interesante para resaltar es que, si bien el misterio inicial que hace que la pelota comience a rodar es interesante en sí mismo, es la manera en que comienza a involucrar a todos los personajes lo que hace que la tensión y el nerviosismo por llegar al final aumente. El que la serie esté situada en un lugar donde todes se conocen entre todes ayuda a este hecho, ya que tienen razones para protegerse les unes a les otres pero también para ocultarse información entre sí, lo que hace que nadie esté libre de sospecha. 

Es interesante ver este factor desde el punto de vista de la protagonista, Mare. Al conocer a prácticamente todo el pueblo ella se ve en la incómoda situación de tener que investigar a conocides, amigues e, incluso, familiares. Esto hace que a ojos de varies, la detective se convierta en el enemigo número uno, todavía más que el asesino responsable de la muerte de la joven, ya que ella es la cara visible que acusa e investiga a personas que nunca podrían ser responsables. 

Si bien las actrices y los actores hacen realmente un trabajo fantástico, no hay forma de negar que Kate Wislet, quien tiene el rol protagónico, se lleva todos los aplausos. Increíblemente humana y real, desde su aspecto físico hasta sus emociones, logra adentrarse en su personaje de una manera impresionante. En cada diálogo y escena se pueden ver las cavilaciones, dolores, penas, esfuerzos y sacrificios de su personaje. El realismo que desprende su performance es desgarrador y, en más de un momento, es probable que le espectadore se conmueva con lo que le ocurre a este personaje. 

Un plano que también debe ser resaltado es la dinámica de la familia de Mare: un hogar compuesto puramente por mujeres, excepto el nieto de 4 años de Mare. Las dinámicas entre la abuela, la madre y la hija son sublimes. El retrato intergeneracional que la serie esboza es impecable, cómo muestra las discusiones, la «toma» de lados, las preferencias, las justificaciones de acciones injustificables y los enojos pero también los cuidados, el acompañarse mutuamente de manera absoluta, el apoyo y la ternura en esos vínculos femeninos fuertes es espectacular. El hogar es expuesto como un campo de batalla personal pero también como un refugio incondicional.

Retomando el misterio, la trama en sí es sumamente interesante, repleta de giros y sorpresas, en especial porque la investigación central tiene dos planos principales: el de les adultes y el de les adolescentes y esto le da más facetas y subtramas al desarrollo principal de la historia. 

Capítulo tras capítulo, la serie construye tensiones, vínculos, sospechas, tragedias, secretos y, por qué no también, algunas risas, lo cual hace que apele a todo tipo de audiencia y la convierta en la mezcla perfecta digna de maratón.

Advertencias de contenido: adicciones, madres adolescentes, violencia, suicidio, depresión, divorcios, abuso.


#Reseña Promising Young Woman: la venganza contra la cultura del abuso

Esta película aparece como la receta perfecta que deberían seguir todos los filmes que traten temas de violencia de género. Ejemplifica a la perfección el peligro que conlleva el simple hecho de ser mujer, pero empodera al género femenino como pocos largometrajes lo han logrado. Es un grito de batalla electrizante en contra de la violencia y del abuso a la mujer.

Escrita y dirigida por Emerald Fennell, una de las dos mujeres nominadas en la categoría de mejor dirección en los Oscar, este thriller explosivo sigue la historia de Cassie (Carey Mulligan). Ella es una joven como cualquier otra, hasta que un suceso fatídico trunca su prometedor futuro y le marca un nuevo camino sembrado con mentiras, dobles identidades y sed de venganza.

Con un ritmo impresionante la historia comienza a desplegarse ante los ojos de le espectadore y no solo es un deleite visual de la mejor categoría -la cinematografía es impecable-, sino que la trama y los diálogos son excepcionales. Con maestría, la película muestra desde las microagresiones hasta los abusos directos que sufren las mujeres cotidianamente y no se saltea ninguno. Desde los «piropos» desubicados dichos en la calle, pasando por el descontrol de los abusos en los campus universitarios estadounidenses hasta situaciones sexuales no consentidas, escena tras escena la película expone estos hechos con una agudeza y precisión increíbles.

Carey Mulligan y Connie Britton.

Tal vez lo que hace a este thriller más efectivo todavía es que, a diferencia de otros, está enraizado en situaciones totalmente reales y este factor hace que la audiencia se sienta más interpelada y esté más comprometida con lo que está sucediendo. A fin de cuentas, a veces la realidad supera todas las ficciones.  

Otra fortaleza de la película es lo entretenida que es. Tiene acción constante y las actuaciones son impecables: Carey Mulligan atraviesa la pantalla en el rol protagónico. Además, la manera en cómo se incorpora la perspectiva de género en la cinta es excelente. Muchos otros films han intentado tener una agenda de género en el trasfondo de sus historias, sea porque buscan ser más comerciales o para hacer la película más relevante y, en varios casos, esto parece forzado y superfluo. En cambio, Promising Young Woman no deja rincón sin remover. Se apropia de la narrativa de género, la pone en primera plana y la muestra con orgullo. 

Carey Mulligan.

A pesar de esto, es imposible ignorar la naturaleza controversial de la película. Es inevitable que divida a las audiencias, no solo en términos de género, sino también en términos generacionales. Si bien es probable que una película de estas características sea más atractiva para una audiencia femenina, la realidad es que también le habla específicamente a la mujer moderna joven. Le habla a la generación que decidió no callar más y trata de hacer una diferencia. Este es el factor más empoderador de la película. La pantalla vocifera: esto es lo que sucede todos los días, pero ya nada va a volver a ser como antes, ya no va a haber más silencio.   

Bajo una paleta de colores pasteles, que simbolizan lo que debería ser una mujer según lo que dicta la sociedad (suave, paciente, linda e inocente), Fennell escribió a una heroína -o, mejor dicho, una antiheroína– que contrasta a la perfección con esta imagen de dulzura ingenua. Muestra a la mujer como un torbellino de energía, audacia y voluntad imparable. Y sí, también con una sed de venganza implacable. Es un thriller, después de todo. 


#Reseña Correspondencia entre Victoria Ocampo y Virginia Woolf

Artículo colaboración escrito por Paula Abran


Victoria Ocampo, escritora argentina que nació en Buenos Aires en el año 1890 y murió en 1979, fue la creadora de Sur (revista y editorial), en donde se publicaron grandes obras de artistas del país y en su mayoría de escritores europeos, traducidos más de una vez por el mismísimo Jorge Luis Borges y por la propia Victoria. Promovió la publicación de las obras de Jean-Paul Sartre, Federico García Lorca, Vladimir Nabokov, Virginia Woolf, entre otres.

Virginia Woolf, nacida en Londres en 1882 y fallecida en 1941 en la ciudad de Sussex, fue también escritora y fundó, junto a su marido Leonard Woolf, la editorial Hogarth Press. Fue autora del famoso ensayo Un cuarto propio (1929), cuyas reflexiones sobre la realidad de las mujeres resuenan hasta el día de hoy y no parecen tan lejanas.

Dos mujeres, el mismo relato

Ambas escritoras se abrieron camino en un mundo intelectual masculino y, aunque no vivían en el mismo continente, su lucha fue la misma. La compilación de estas cartas fue realizada por Manuela Barral, quien también escribió el prólogo y es la fiel creadora de esta idea. Ella misma se contactó con la Virginia Woolf Society en donde le informaron acerca de los manuscritos de Ocampo a Woolf, que son conservados en el archivo The Keep, en Brighton, Inglaterra.

Por otro lado, las cartas escritas por Virginia a Victoria se encuentran en la biblioteca Houghton en la Universidad de Harvard, en Cambridge, Estados Unidos. En la Academia Argentina de Letras y en el Centro de Documentación de Villa Ocampo hay copias de los originales escritos a Woolf.  

El libro también incluye el ensayo que Victoria tituló Virginia Woolf en su diario, que fue escrito luego de la muerte de Woolf y publicado por Editorial Sur en 1954.

Algo muy interesante que contiene este libro es la recolección de los manuscritos inéditos en donde podemos leer a Victoria y Virginia en sus puños y letras. Permite que libremente une se las imagine sentadas en sus escritorios, escribiéndole a la otra con cariño y fuerte admiración.

Período durante el que se escribieron

Correspondencia deja al descubierto el vínculo que hubo entre las dos mujeres, la fascinación de Virginia por Sudamérica, los encuentros que tenían ambas con los personajes de la época, los regalos que le enviaba constantemente Victoria a Virginia, sus viajes por Europa, escritores, músicos, políticos y la vida cotidiana.   

Victoria Ocampo aclara que recibió de Woolf veinticinco cartas: la primera fechada de noviembre de 1934 y la última en mayo de 1940.

El primer encuentro entre ellas fue en Londres, a fines de 1934, en una muestra del fotógrafo Man Ray. Ambas dejaron por escrito la primera impresión que tuvieron de la otra. Virginia escribió sobre Victoria:

«Ella es muy madura y rica; con perlas hasta las orejas, como si una gran polilla hubiese puesto racimos de huevos; lleva el color de un durazno bajo el vidrio; ojos, creo iluminados con algo de cosmético; pero allí nos detuvimos y hablamos en francés e inglés, sobre la Estancia, los grandes cuartos blancos, los cactus, las gardenias y la riqueza y opulencia de América del Sur; de ahí a Roma y a Mussolini, a quién acaba de visitar».

– Virginia Woolf (1994) Diario Íntimo III (1932-1941), Edición a cargo de Anne Olivier Bell, trad. de Laura Freixas, Barcelona, Grijalbo-Mondadori, p.263.

Por otro lado, Victoria escribió sobre Virginia:

«Yo la miré con admiración. Ella me miró con curiosidad. Tanta admiración por una parte y curiosidad por la otra, que enseguida me invitó a su casa».

– Victoria Ocampo (1979) Testimonios. Novena Serie (1971-1974), Buenos Aires, Ed. Sur, p. 41.

Rara Avis, la editorial que hizo posible la publicación de esta colección, también ofrece títulos de autores como Friederich Nietzche, Cinzia Arruzzi e informa que dentro de sus publicaciones incluyen manuscritos perdidos, dramaturgia argentina contemporánea, filosofía contemporánea y calidad de edición, diseño e impresión.


#Reseña El cuidado infantil en el siglo XXI: mujeres malabaristas en una sociedad desigual

En este libro de Eleonor Faur se destaca la necesidad de analizar a nivel político y social de qué forma las madres plantean estrategias para llevar a cabo su vida productiva y reproductiva sin colapsar en el intento. Tareas de cuidado en general y de cuidado infantil en particular que, mal que nos pese, sabemos que son las mujeres y feminidades quienes las llevan a cabo.

La autora lleva adelante una investigación sociológica complementando un análisis de las normativas laborales vigentes con una exploración cualitativa que incluye muestreos y entrevistas realizadas en diferentes barrios vulnerables de nuestro país a madres con diferentes recursos. A lo largo de cuatro capítulos, Faur se pregunta cuál es la incidencia de lo social en sus prácticas y cómo las instituciones tanto públicas como privadas complejizan el entramado perjudicando al supuesto «género débil».

El lugar de lo privado – público

Desde sus inicios, la definición de derechos laborales fue influenciada por la cuestión de género, superpuesta a la siempre presente cuestión de clase. Citando diferentes investigaciones, Eleonor Faur demuestra con números que siendo mujer hay menos posibilidades de conseguir un trabajo formal; que el trabajo precario es más común entre aquellas que no pudieron completar sus estudios; y que las mujeres pobres con hijes son las menos beneficiadas, siendo el servicio doméstico la salida laboral más recurrente en estos casos. 

¿Qué entendemos por cuidado?

Un enfoque reciente realizado por Mary Daly y Jane Lewis (2000) define «cuidado social» como «las actividades y relaciones orientadas a alcanzar los requerimientos físicos y emocionales de niños y adultos dependientes, así como los marcos normativos, económicos y sociales dentro de los cuales estas son asignadas y llevadas a cabo». Lo innovador de esta mirada es que incluye no solo a las familias sino también al Estado como participante de forma directa o indirecta del cuidado

Desde allí se vuelve crucial analizar el cuidado como una categoría más del entramado social, en la que se ponen en juego no solo la incidencia de las políticas sociales sino también la dinámica de los hogares y las relaciones de género.

El rol del Estado

Según la autora, para las instituciones de políticas sociales hay un sujeto que tiene el deber de conciliar las esferas productivas y reproductivas, la familia y el trabajo, lo público y lo privado: las madres. Es a ellas a quienes en el ámbito laboral se les da la titularidad de un derecho relativo al cuidado infantil y no a los padres. De madres a abuelas o niñeras, la matriz societal en la que vivimos impone y traslada las responsabilidades de cuidado de unas mujeres a otras.  

Cuadro de licencias por maternidad. «El cuidado infantil en el Siglo XXI», ed. Siglo XXI.

«Incluso en los sectores que ofrecen más facilidad a los varones para acompañar el nacimiento de sus hijos, queda claro que estas licencias no alcanzan a erigirse como un incentivo a la corresponsabilidad de los varones en el cuidado de sus hijos ya que, en el mejor de los casos, representan una décima parte del período asignado a las madres del mismo sector».

Eleonor Faur en «El cuidado infantil en el siglo XX».

Políticas y planes sociales maternalistas

Resulta interesante destacar el cuarto capítulo de este libro, donde se analizan diferentes «programas de alivios de la pobreza» que se han brindado en los últimos 20 años en nuestro país. Entre ellos: el Plan Jefes y Jefas, el programa Familias por la Inclusión Social y la Asignación Universal por Hijo. Lo que se busca es trazar una línea transversal que demuestre qué lugar ocupa el cuidado en las estrategias estatales de alivio de la pobreza. ¿Quién es el sujeto de la protección social en la Argentina? La respuesta no les sorprenderá… 

Según una encuesta realizada en CABA por la autora, las mujeres dedican más del doble de tiempo que los hombres a las tareas de cuidado, mientras que ellos dedican la mayor parte de sus horas al trabajo remunerado. Es aquí donde cabe preguntarnos: ¿sigue vigente en el imaginario social el modelo de hombres proveedores y mujeres amas de casa? Faur intentará responder esa pregunta a través de una profunda exploración cualitativa.

Como horizonte, Eleonor propone la desfamiliarización del cuidado infantil tanto como fuera posible. Esto podría convertirse en un cambio de paradigma sobre todo si se ve impulsado desde políticas públicas que faciliten la oferta de servicios que permitan a madres y padres continuar con su vida productiva en igualdad de condiciones.

La autora y la editorial

Eleonor Faur es socióloga (UBA) y Doctora en Ciencias Sociales (FLACSO). Ella se dedica a la investigación de relaciones sociales, públicas y de género. Fue asesora en diferentes servicios públicos en Argentina y Colombia, siempre bregando por promover programas que integren la perspectiva de derechos humanos en su desarrollo. Hoy en día investiga, escribe para Revista Anfibia y publicó, entre otros, libros como Masculinidades y desarrollo social (2004) y Mitomanías de los sexos (2016) donde, junto a Alejandro Grimson, investigan las ideas contemporáneas asociadas a «los hombres y las mujeres» y cómo fueron evolucionando. 

Por su parte, Siglo XXI es un proyecto editorial que busca difundir el pensamiento crítico y la circulación de ideas del campo de las Ciencias Sociales, Humanidades y la divulgación científica. Sus obras abordan autores clásiques, como Foucault, Barthes, Luxemburgo y Marx, autoras y autores con trayectorias consolidadas y también «a quienes están dando forma a su primer libro y expresan tonos, estilos y temas de una nueva generación».


#Reseña Dicen que tuve un bebé

Hagamos un ejercicio: volvamos por un instante a la madrugada de ese 9 de agosto de 2018. Intentemos llevar la memoria hacia la frustración, la ira y el llanto que nos provocó escuchar que el proyecto de ley de interrupción legal del embarazo había sido rechazado por la Cámara de Senadores. Si cerramos los ojos, quizás hasta podamos visualizarnos a nosotres mismes: qué estábamos haciendo, con quién estábamos hablando, qué reacción nos generó saber que, una vez más, nos estaban negando un derecho.

Recordemos la hipocresía en los argumentos comunes de quienes proclamaban defender la vida. Repitamos en nuestras cabezas todas las veces que escuchamos decir que ninguna mujer iba presa por un aborto y pensemos en las personas que habrán apagado la tele pensando que, tal vez, tenían razón.

Dicen que tuve un bebé intenta saldar la deuda que el sistema judicial tiene con la legislación sobre los cuerpos con capacidad de gestar. La única herramienta que tiene es la información y la exhaustiva investigación sobre los hechos para responder a todas esas veces que se negó la existencia de mujeres presas por la interrupción de un embarazo.

Además del famoso caso Belén, quien sufrió un aborto espontáneo y pasó tres años en la cárcel luego de ser acusada por homicidio, hubo otras denuncias en las que se actuó tendenciosamente y se condenó cayendo en la mirada reduccionista que afirma que la mujer debe responder, ante todo, a su función reproductiva. 

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El libro expone siete casos en los que distintas mujeres de diferentes partes del país fueron juzgadas por la justicia patriarcal que las consideró, antes que humanas, madres. «Madres que mataron intencionalmente a sus bebés», haciendo la vista gorda a cuestiones como el contexto, la educación y el mismo testimonio de las víctimas. Como si pudiéramos pensarnos por fuera de ese prisma.

Con una narración más apegada a la crónica, Dicen que tuve un bebé nos sumerge en los casos de Yamila, Paloma, Gimena, Eliana, Inés, Rosalía y Patricia. Aunque cada historia es muy particular, todas tienen en común haber parido en situaciones de extrema vulnerabilidad: la mayoría de ellas no sabía siquiera que estaba gestando y no habían podido tener control médico en ninguna instancia del embarazo. 

Yamila parió sola en su casa y su bebé falleció por accidente. Paloma fue violada y dio a luz un bebé que no lloraba y aparentaba haber nacido muerto. Algo parecido le pasó a Gimena. A Eliana también la violaron a los 17 años de edad y quedó embarazada sin contárselo a nadie. Inés tenía 19 años cuando rompió bolsa en su casa, tras haberse enterado de que estaba embarazada tarde por ciclos menstruales irregulares. Hizo lo que pudo y, como la bebé no se movía, la creyó muerta.

Rosalía no pudo realizarse ningún control médico porque las condiciones de precarización de su trabajo no le permitían tomarse ni un solo día. Al parir, se desangró y, cuando recuperó la consciencia, vio a la bebé muerta. Patricia falleció estando presa por haber tenido un aborto espontáneo de un feto de cinco meses de gestación en su casilla.

«El cuerpo de Paloma, por ser una mujer pobre, no fue parte del cuerpo principal. Paloma declaró que la bebé estaba muerta, pero nadie la escuchó. Declaró que había sido violada, pero los tribunales se enfocaron en otra parte de la historia».

Dicen que tuve un bebé, ed. Siglo XXI.

Aunque el libro se lee con fluidez, sus páginas son un golpe al ánimo. La bronca se acumula en nuestro sistema y resulta difícil de creer que algunos de estos casos hayan tenido tan poca repercusión por fuera de los ámbitos feministas. La justicia no se puso del lado de las víctimas, sino que eligió construirlas como seres incapaces de vivir en sociedad por su «mala manera de maternar».

¿Y si se hace lo que se puede cuando los recursos escasean? ¿Y si pensamos que las situaciones de emergencia, la falta de educación sexual y la imposibilidad de acceder a un centro médico influyen a la hora de actuar? ¿Y si insistimos con una reforma en la justicia para que un cuerpo con capacidad de gestar sea, ante todo, concebido como un cuerpo humano? 

La lectura de Dicen que tuve un bebé entristece, enfurece y termina de quitarle el velo que recubre a un sistema que se escuda con carátulas erróneas, jueces tendenciosos y fiscales moralistas. Es una excelente lectura para quien quiera enojarse, tal vez entendiendo que la ira es una fase inevitable en el despertar feminista.

Sobre las autoras y la editorial

El libro es un trabajo en conjunto de las abogadas María Lina Carrera, Natalia Saralegui Ferrante y Gloria Orrego-Hoyos. En el prólogo se detalla que el deseo de reconstruir estos casos surgió luego de que Saralegui supiera sobre la condena de Patricia, a quien consiguió entrevistar en prisión. Su posterior fallecimiento la impulsó a continuar investigando casos similares junto a Carrera y Orrego-Hoyos, cuyo resultado es este estudio.

Por otro lado, Siglo XXI es un proyecto editorial que busca difundir el pensamiento crítico y la circulación de ideas del campo de las Ciencias Sociales, Humanidades y la divulgación científica. Sus obras abordan autores clásiques, como Barthes, Luxemburgo y Marx, autoras y autores con trayectorias consolidadas y también «a quienes están dando forma a su primer libro y expresan tonos, estilos y temas de una nueva generación».


#Reseña Mamá desobediente: una mirada feminista de la maternidad

Mamá desobediente es un libro para aquellas personas que son madres, que no lo son, que buscan serlo y que no quieren. En poco más de 300 páginas, Esther Vivas apunta a contribuir al debate sobre la maternidad desde una perspectiva feminista, con foco en la emancipación y en el respeto. La autora escribe desde su propia experiencia como madre y en el camino alza la voz de distintas mujeres. La obra reúne estas experiencias y se funde en un gran abordaje histórico que repasa los cambios en las percepciones sobre la maternidad.

Contextualizar la obra

Esther Vivas nació en el año 1975. Es periodista, socióloga y autora de libros y publicaciones vinculadas a los movimientos sociales, el consumo responsable y las maternidades. En su abordaje teórico de la maternidad, la autora expone la contradicción de que la sociedad se emocione ante la idea de la infancia y la juventud pero ponga trabas económicas para la crianza, como las dificultades para criar niñes en medio del trabajo y la lógica capitalista. Los espacios para lactancia y las guarderías son reclamos provenientes de las sufragistas y aún hoy están presentes en las discusiones sobre crianza y maternidad. Asimismo, nos habla de la diferencia entre las licencias por ma-paternidades y la rigidez laboral que no concibe a la niñez en la lógica mercantil. Ser madre no es fácil.

En este sentido, la conciliación de la maternidad con el feminismo es el hilo conductor del relato. Al respecto, en una entrevista a Télam, la autora explica:

«Una mamá desobediente es aquella que se rebela contra el ideal de maternidad que nos han impuesto, a caballo entre el ideal patriarcal de madre abnegada y su versión moderna neoliberal, siempre disponible para el mercado de trabajo. Se trata de una madre que reivindica su derecho a decidir sobre el embarazo, el parto, la lactancia y la crianza, al mismo tiempo que defiende la necesidad de transformar la sociedad para que esto sea posible. Una mujer que se reconcilia con su cuerpo y reconoce su capacidad para gestar, parir y dar de mamar».

El libro está dividido en tres partes principales: primero, Maternidad en disputa; luego, Mi parto es mío; por último, La teta es la leche. En cada capítulo, Vivas combina las experiencias en primera persona con una investigación teórica al respecto. «Necesitamos un feminismo que incorpore la maternidad a su agenda. La maternidad entendida como el derecho de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo, derecho al aborto, derecho a quedar embarazadas cuando deseamos, derecho a decidir sobre nuestro embarazo, parto y lactancia, derecho a poder criar y a tener vida propia más allá de la crianza», postula en su prólogo para la edición argentina y este es, a grandes rasgos, el gran reclamo de Mamá desobediente.

La politización de la maternidad, la medicalización y la intervención de las industrias lácteas en la lactancia son algunos de los temas que la autora pone en jaque a lo largo de sus páginas. Vivas hace hincapié en la violencia obstétrica: las cesáreas e inducciones a parto que podrían evitarse, el negocio de la medicina, el alquiler de vientres (con un gran paralelismo a El cuento de la criada) y también en aquelles profesionales que no cuentan con una preparación con perspectiva de género.

Mención especial a los capítulos:

  • De Eva a la virgen María
  • La maternidad en la Edad Media
  • Caza de Brujas
  • Sufragistas y socialistas

Este libro permite comprender que los cuidados y la crianza son una responsabilidad cívica, no un asunto de mujeres (aunque, en la historia, ellas siempre estuvieron relegadas a ese rol, al instinto materno).

Esperamos ansioses una continuación que aborde la crianza a lo largo de los años e incorpore una mirada con perspectiva de diversidad al relato, que en esta primera entrega está abocado a las mujeres cisgénero. Mamá desobediente debería ser leído por cualquier persona que quiera comprender la maternidad y sus complejidades contadas por una de sus protagonistas.

La maternidad será deseada o no será.