Alex (Margarte Qualley) abre los ojos y observa dormir a su pareja Sean (Nick Robonson). Tratando de no hacer ruido sale de la cama, se viste y busca a su hija que duerme en su cuna. Todo está oscuro porque es de madrugada y tras envolver a la niña y sentarla en la sillita del auto se alejan de la casa donde horas antes hubo gritos y vidrios rotos. Así comienza la serie Maid, traducida al español como Las cosas por limpiar.
Estrenada a principios de octubre, es una de las más vistas en la plataforma. En 10 capítulos de 55 minutos, narra una compleja trama de violencia y las dificultades que tiene salir de ella. Además, sin intención de spoilear, las trabas burocráticas, los vacíos legales y la explotación laboral se ven durante todos los capítulos.

La protagonista de esta historia es Alex, de 25 años, quien vive con Sean, su marido alcohólico y violento, y su hija Maddy de casi 3 años. Luego de huir de su casa, en el primer capítulo, cae en la cuenta de que por diversas razones no cuenta ni con su madre ni con su única amiga para pasar la noche. Entonces, es el primer momento en que descubre que las redes que podían sostenerla no lo hacen, por lo que madre e hija terminan durmiendo en el auto.
En la historia se muestra la importancia de los lazos de contención a la hora de transitar una situación de violencia de género. Para visibilizar dicho rol, la serie tienen una escena en la que Alex mantiene un diálogo con otra mujer víctima de violencia que vive también en el hogar para sobrevivientes: «¿Crees que en la primera cita me dijo “Pásame la sal, algún día te estrangularé”? No, la violencia va creciendo como el moho», le dice Danielle (Aimée Carrero). Y, además de aconsejarla, logra que la protagonista deje de llorar tirada en una alfombra para levantarse y dar pelea.
Por otra parte, la trama logra empatizar con quienes están del otro lado de la pantalla dado que visibiliza un problema recurrente de las madres solteras: las complicaciones de trabajar y cuidar de sus hijes. A lo largo de todos los capítulos se ven las dificultades que tienen las madres solteras, quienes deben hacer malabares para llegar a fin de mes, encontrar un trabajo (en los que mayormente son precarizadas) y, al mismo tiempo, un lugar seguro donde dejar a su hije durante su eterna jornada laboral.
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En la serie, Alex repasa todos los días —en su cabeza y en la pantalla para los espectadores— cuánto dinero tiene, para qué le alcanza lo que gana por día por limpiar una casa y cuánto le queda: siempre el crédito es negativo. Allí se puede observar otra arista de la violencia que es la dependencia económica y cómo, más allá de los temores y el dolor que afrontan al abandonar una casa donde reciben malos tratos, también deben lograr sobrevivir anímica y económicamente fuera de ese hogar abusivo.
No solo los golpes son violencia
Por otro lado, la historia busca resaltar la importancia de reconocer el abuso emocional como parte de la violencia de género. Cuando Alex llega a la oficina donde pide ayuda del Estado, la asesora le pregunta por qué no denunció en la Policía, a lo que ella responde: «¿Me van a creer? ¿Cómo les digo que me maltrató si no me ha golpeado?». Su exmarido no le daba libertad financiera, le decía qué hacer, le gritaba y la minimizaba. Hechos que gran parte de la sociedad y el sistema niegan como violencia, pero que sin embargo no dejan de serlo.
«Yo no sufro abuso real», manifiesta reiteradas veces la protagonista. En una de esas ocasiones se lo comenta a la asistente social de un centro al que va a pedir ayuda. «Sólo necesito trabajo y lugar donde vivir», agrega. «¿Y cómo es el abuso real? ¿Intimidación, control?», le pregunta la asistente y la recomienda en una empresa de limpieza, pero la deja reflexionando.
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En este sentido, los personajes secundarios de la historia intentan mostrarle a la protagonista que la violencia por cuestiones de género es mucho más amplia que recibir un golpe, y que sus manifestaciones se van dando de modos sutiles hasta llegar a sus máximas expresiones como golpes y hasta femicidios. Por ello es importante remarcar que la violencia dirigida hacia las mujeres puede tener distintas formas, entre ellas:
- Violencia física.
- Violencia simbólica: conocida como «madre» de todas las violencias, porque contiene en sí misma otras violencias y porque está tan naturalizada que muchas veces no es percibida ni por las mismas víctimas. Por ejemplo, creer que por ser hombre se es mejor, que lavar los platos es cosa de mujeres o que existen razones que justifican ejercer violencia física sobre una mujer solo por su condición de género.
- Violencia psicológica: cualquier acción que tenga el objetivo de degradar a la mujer como persona o tratar de controlar sus acciones o decisiones. Por ejemplo, cuando se le dice «No servís para nada», «Si te vas, me mato», o «Si me denunciás, no ves más a tus hijes».
- Violencia económica o patrimonial: se da cuando el hombre maneja los recursos comunes; cuando siendo el único sostén del hogar regatea los recursos necesarios para llevar una vida digna o cuando no aporta las cuotas alimentarias de hijes.
- Violencia sexual: ¿Cuántas veces tuvieron sexo pero no querían, no tenían ganas o no estaban preparadas pero les insistieron tanto que accedieron? ¿Cuántas veces las «apoyaron» en un espacio público? ¿Cuántas veces las tocaron sin su consentimiento? Hay muchas pequeñas acciones que no concebimos como violencia sexual pero lo son.

Resulta fundamental visibilizar estas historias que, como en este caso, suelen basarse en hechos reales, porque puede servir de ejemplo y motivación para las mujeres que se encuentran en situación de violencia. Esta serie está inspirada en las memorias de Stephanie Land, una joven mujer estadounidense que en 2019 publicó Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive («Trabajadora doméstica: trabajo duro, salario bajo y la voluntad de una madre por sobrevivir») y que se convirtió en un best seller.
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