#Reseña La Chaco: darles voz a las invisibles

La novela comienza con un prólogo escrito por la activista trans Susy Shock, en el cual asegura que se deben narrar sus historias «para contrarrestar la violenta ignorancia desde donde hablan y castigan nuestros cuerpos por no ser como ellos. Porque no somos peores ni mejores, somos otras, así, con A mayúscula de sentirnos travas».

La novela cuenta la historia de Ximena, Lucy, Galaxia, Hiedra y Carina, cuyas vidas el destino entrecruza. En este sentido, el libro está dividido en tres partes: Gusano, Crisálida y Mariposa. El autor hace una analogía entre esas tres facetas contando la niñez de las protagonistas, su llegada a Buenos Aires, el comienzo del ejercer la prostitución y el presente.

«A nosotras no nos hacen el amor, a nosotras nos violan, había dicho Galaxia ese viernes al mediodía que se apareció en casa con la nariz llena de sangre y los quinientos pesos que faltaban para pagar el alquiler».

La Chaco, Juan Solá.

La novela, publicada por primera vez en 2017, vuelve a las historias palpables, tangibles, cercanas. La Chaco es una mezcla entre la belleza de una prosa poética y el testimonio crudo y doloroso de quienes están en la sombra y padecen injusticias. Sin embargo, más allá de las denuncias y la crudeza del relato, en los capítulos finales el autor menciona el crecimiento del movimiento LGBTIQ+, la ocupación de la calle con las marchas del Orgullo y la adquisición de derechos.

«Los mismos que querían prohibirnos la calle por lo que éramos, ahora nos veían pasar, como sorprendidos, incapaces de entender que inevitablemente lo que hicieron con nosotros algún día estallaría, incontenible, como una estampida de todos los colores persiguiendo el sol que se alejaba por Avenida de Mayo».

La Chaco, Juan Solá.

En cada capítulo, el autor narra sin prejuicios historias difíciles de digerir, que duelen y escandalizan. Le da voz a las que están al margen, las que abandonan la escuela porque son discriminadas, las que no van al hospital porque no quieren que se burlen y las llamen por su nombre del DNI, las que los padres rechazan y las que no encuentran refugio más que en sus amigas de la calle.

En una entrevista con Infobae, Solá se refirió a la elección del tema: «Andrés Mego, de la editorial Hojas del Sur, me dijo que quería un libro mío para el sello que dirige y que podría escribir sobre lo que más quisiera y acepté. Hacía tiempo que quería hablar de la identidad y la vida trans, tan ignorada, que ocurre en las sombras. Sobre todo en las ciudades más pequeñas donde las nuevas leyes muchas veces no alcanzan para que los vecinos tomen conciencia de que lo trans existe y respira».

Quizás te interese leer: «Reina de corazones: dándole luz a la vida travesti trans», por Loló Fernández Bravo

Mostrar la realidad

La dureza del relato coincide con la realidad: distintos estudios concuerdan en que el promedio de vida del colectivo travesti-trans no supera los 40 años. A su vez, según la Fundación Huésped y ATTTA (2014) más del 70% no ha terminado el secundario, resultado de la exclusión sistemática y la estigmatización que pesa sobre las mujeres trans. A esto se suma la expulsión temprana de estas personas de su hogar y la violencia ejercida en este.

En la misma línea, el informe «La revolución de las mariposas» revela que casi el 90% de quienes tienen entre 18 y 29 años está en situación de prostitución o se considera trabajadore sexual. Además, la mayoría de las investigaciones coinciden en que el 80% de las mujeres travestis o trans trabajan en la informalidad, ya que manifestar la identidad autopercibida lleva a la imposibilidad de acceder a un trabajo formal.

Según el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT 2020, del total de personas de la comunidad víctimas de crímenes de odio, el 84% de los casos corresponden a mujeres travestis o trans. Estas cifras podrían ser incluso mayores ya que solo se cuentan casos relevados por los medios de comunicación o denunciados ante el Estado.

Si bien en los últimos años leyes como la de identidad de género y cupo laboral han intentado reparar la invisibilización histórica que la comunidad trans ha sufrido a lo largo de la historia, tanto la novela como la realidad denuncian que todas estas desigualdades se deben en gran medida a la ausencia del Estado.

«Mala suerte de ser travesti.

Mala suerte es tener que llevar una vida ficticia con un nombre ficticio.

Mala suerte es ser la presa favorita de la cana.

Mala suerte es que los presidentes no gobiernen para vos y que tu viejo no te quiera porque sos demasiado sensible».

La Chaco, Juan Solá.

Quizás te interese leer: «Memorias familiares en el Archivo Trans», por Ale Funes

Imagen: Sudestada

Sobre el autor

Juan Solá es escritor y guionista. Sus textos siempre tienen como denominador común una carga social y por sobre todo humana. Nació en La Paz, Entre Ríos pero se crió en Resistencia, Chaco, donde cursó sus estudios y publicó su primer libro a los diez años: Cuentos para compartir.

Además, es autor de Naranjo en fluo (2015), Microalmas (2016), Épica Urbana (2017), Ñeri (2018) y Galaxia (2020). Durante el año pasado la Editorial Sudestada editó Los Amores Urgentes, una trilogía que incluye La Chaco, Ñeri y Galaxia.

«En la escuela me lo hacían siempre: “¿Por qué no hacen como él?”, decían las maestras en voz alta, y mis compañeros me tomaban una bronca… “Miren cómo estudia, miren cómo sabe todo”, pero lo que no sabía esa maestra es que yo estudiaba para que no me cagara a palos mi papá y porque era la única promesa que tenía para salir de ese lugar. No estudiaba por amor a la tabla periódica, estudiaba porque mi papá me había dicho: “Si vos estudiás bien, idioma, computación, vas a tener un buen trabajo”».

Juan Solá.

Según sus palabras, estudiar computación le sirvió para conseguir trabajo en un call center y aprender inglés «para que me putearan los gringos que atendía todos los días». «Cuando me di cuenta de que no era así como me lo habían pintado, me volví agresivo, resentido, y fue la militancia lo que me fue devolviendo la esperanza en mí mismo», aseguró.


Fuentes:

Anuncio publicitario

Reina de corazones: dándole luz a la vida travesti trans

Este trabajo no es un estreno pero lo traemos a colación porque creemos que es muy importante para conocer el mundo tal y como es, o por lo menos una parte de él que suele estar bastante escondida. Reina de Corazones muestra las distintas aristas del mundo travesti y trans, un mundo que para muches es desconocido, lo cual provoca falta de empatía, discriminación y juzgamiento injustificado.

Reina de Corazones fue premiado en festivales de Argentina, Estados Unidos, España y Colombia, como también fue declarado Proyecto de Interés por el Ministerio de Desarrollo Social y por el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social.

¿Cómo empezó todo? Guillermo Bergandi, su director, es actor, director de cine y profesor de teatro y cine. En 2014 comenzó a dar clases de actuación en la Cooperativa Arte Tv Trans, en el sótano de una florería. Con el correr del tiempo, conoció la historia de la Cooperativa y de quienes la conformaban y eso lo motivó a darle vida al documental Reina de corazones. Con el objetivo principal de mostrar al mundo lo que él veía en ellas, esa búsqueda de un sentido en la vida, puso quinta a fondo y fue a conquistar su propósito. Además, buscaba que a través de su difusión ellas pudieran conseguir trabajo y herramientas alternativas a la prostitución.

«Veía que las cosas se les hacían tan difíciles y eran personas tan hermosas en cuanto a la actitud que le ponían a los problemas que atravesaban».

Guillermo Bergandi

¿Qué cuentan sus historias?

Este relato cuenta la intimidad de la vida de sus protagonistas, dónde viven, a qué se dedican y quiénes son (una pregunta difícil de responder para muches). Cada testimonio es tan importante como invaluable porque deja ver una experiencia distinta, para algunes hasta inimaginable, que dista mucho de lo que es social y culturalmente conocido y lo que está (mal) establecido como «normal». Son historias únicas, con otros obstáculos y otros recorridos.

Una de las técnicas de Guillermo para mostrar lo más expresamente posible la singularidad de estas historias fue preguntarle a cada una qué es ser trans o travesti para ellas. «Para mí, la palabra trans es una palabra mágica, es como que vos trascendiste algo», afirma Emma.

En sus voces, el relato avanza contando el camino que transitaron hasta conseguir vivir a pleno su identidad autopercibida. Para algunas fue más difícil que para otras, pasaron por usar los vestidos de mamás y abuelas, por pintarse con rouge cuando nadie las veía y por enfrentarse a la difícil experiencia de ir al colegio en un marco de gran discriminación hacia el colectivo LGBTIQ+.

El director recapitula una a una cada historia. Nos cuenta, a través de ellas, cómo fue tomar la decisión de usar por primera vez ropa de mujer o cómo fue montarse con la ropa de una hermana y sentirse plenas. Cuándo y qué decidieron operarse y cuál es su visión sobre pasar por el bisturí o tomar pastillas anticonceptivas.

Quizás te interese leer: «»Julia»: un cortometraje para la visibilización trans», por Paulina Ríos

Ver este documental es adentrarse en la vida de 10 mujeres que tuvieron que ser fuertes e independientes desde el día en que se dieron cuenta de que eran mujeres, tuvieron que ponerse firmes en sus casas y enfrentarse a sus familias. Pasaron por el miedo de no ser aceptadas como también por el acogedor abrazo de un padre y una madre que lo entendieron todo. Sus vidas tuvieron idas y vueltas pero ellas siempre supieron cuál era el camino.

En cada palabra hay una enseñanza, como cuando Nicole dice que dentro de una persona existen muchos sexos y que a veces nos lleva toda una vida definir qué somos, porque lo externo puede demostrar algo físico mientras que lo interno puede demostrar algo totalmente opuesto.

Por su parte, Emma, que hoy es socia fundadora y presidenta de la Cooperativa, nos contó en conversación con Escritura Feminista cómo fue su experiencia sin dejar de dar cátedra con sus palabras, «Hacer el documental fue una experiencia reflexiva porque fue mirar para atrás y recorrer el comienzo. Lo más fundamental es transmitirle a las nuevas generaciones que hay que hacer. Nosotras somos un grupo que hizo y hace porque la vida de eso se trata, de no caerse en un pozo a llorar, hay que seguir, levantarse y volar. Creo que es lo que hicimos siempre en la Cooperativa».

Una experiencia reveladora

Hablando con Escritura Feminista, Guillermo nos contó cómo fue el proceso de llevar adelante el documental. Antes de conocer a la Cooperativa y a las chicas, él no tenía contacto con el feminismo y su lucha ni con la deconstrucción por la que hoy en día se trabaja tan arduamente. Todo ese mundo lo conoció a través de ellas.

«Mi relación con el colectivo fue por ellas, fueron muy generosas conmigo, me incorporaron en el grupo como si yo fuese una trans más, nunca hicieron diferencia».

Guillermo Bergandi.

Entre que empezaron y terminaron el filme, los movimientos feministas y LGBTIQ+ y todo su trabajo se hicieron cada vez más visibles. Esto se reflejó en la repercusión de la película: la pedían por todos lados, se presentaron en más de 30 festivales y ganaron cinco premios en distintas partes del mundo. Estaba sucediendo lo que el director había planeado, se estaba conociendo el mundo travesti trans.

«Dejar algo así, por más chiquito que fuera, me hizo muy feliz. Sé que generó cosas en muchas personas porque me lo hicieron notar, se les abrió la cabeza. ¿Qué más puedo pedir?», reflexiona Bergandi.

(De izq. a der.) Guillermo, Estefi y Emma. Imagen del Facebook de Cooperativa Arte Trans.

La experiencia fue un antes y un después en la vida de Bergandi. A partir del primer trabajo juntes, pudo dirigirlas en otras obras de teatro, siguieron el vínculo y como no podía ser de otra manera, se hicieron amigues. Luly nos transmitió el mismo sentir, Reina de Corazones marcó un antes y un después en su vida personal: «Fue mi primer trabajo artístico, me pone muy contenta ver cuando lo pasan en Canal Encuentro y también recordar ese momento histórico en mi vida».

Quizás te interese leer: «Las desventajas de ser invisible», por Waylla Elia

Cuando empezó a gestarse el documental, Luly era docente en el Bachillerato Popular Travesti Trans Mocha Celis. Trabajó cinco años en el mismo lugar y después de la pandemia comenzó a hacerlo en el Ministerio de Salud, en un programa de diversidad. Este cambio nos da la pauta de cómo fueron cambiando las cosas, de los derechos que fue ganando el colectivo y la libertad que obtuvo.

Otro punto a destacar de este trabajo según Luly es que Guillermo se centró en no catalogar a todas las actrices en la prostitución, sobre todo con la intención de romper ese estereotipo que encasilla a mujeres trans y travestis como prostitutas, que venden drogas y están en cárceles de varones. Lu, por ejemplo, en ese momento era trabajadora sexual pero el director decidió omitir ese dato y, en cambio, contar que estaba cursando la carrera de enfermería en la Universidad de Buenos Aires y que daba clases en el bachillerato. Un intento por abrir perspectivas.

«Le tengo mucho cariño al documental porque mostró el mensaje: sí se puede salir adelante, se puede salir del estereotipo de la marginalidad, de la miseria, de la expulsión y de la exclusión y en cambio mostrar que hay otras realidades travestis y trans».

Luly Arias.

Estefi también nos relató lo importante que fue para ella el paso por este documental: «Fue importante por ser mi primer documental, por no mostrar algo clásico y porque ayuda a visibilizar mucho la vida de las personas trans».

Cooperativa Arte Trans

La Cooperativa Arte Trans, antes llamada Arte Tv Trans, funciona desde 2010. Comenzó agrupando a mujeres trans y travestis de Latinoamérica y luego se expandió a personas LGBTIQ+ que quieren dedicarse a la actuación y que encuentran en el arte una profesión que les enorgullece. De ahí surgieron las protagonistas de este documental. Ellas estudian teatro y dejan todo para realizar obras. La primera fue «Hotel Golondrina» de Daniela Ruiz, fundadora de la cooperativa. ttambién dieron vida a «Los monólogos de las Tetas con Pene» y «La casa de Bernarda Alba».

Imagen de la Cooperativa Arte Trans

Luly destaca la importancia de la Cooperativa en su vida: «Me abrió un abanico de posibilidades y me ayudó a pensar que no estamos solo predestinadas a la prostitución, sino que podemos hacer otras cosas, como actuar. Entonces me impulsó a llegar a un sueño que ya tenía pero venía dejando de lado por muchas cuestiones que nos atraviesan a las mujeres trans, como hacernos sentir vergüenza de nuestras voces o de nuestros cuerpos o el prejuicio de que no se nos iban a abrir las puertas».

Quizás te interese leer: «Ley de cupo travesti y trans: reparando derechos», por Loló Fernández Bravo.

Con respecto a la importancia del documental para la Cooperativa, Emma nos expresó que «fue una experiencia consagratoria, porque con todo lo que estaba logrando merecía un reconocimiento de su recorrido».

Sus sueños son grandes, mira al futuro con esperanza y espera poder llegar a ser una gran productora de contenidos: ya lo es, con contenidos audiovisuales, teatrales y artísticos presenciales. De hecho, el proyecto ya comenzó a ver la luz a través de lo que llamaron «DiverSIcuentos», cuentos infantiles sobre diversidad para ayudar a pensar en crianzas libres y diversas.

El arte fue su motor para seguir adelante, para cancelar estereotipos, levantar la cabeza y cumplir sus sueños. La vida tiene mucho para darles y van a buscar todo eso y más. Sentir el apoyo del resto de la comunidad es una pilar fundamental para continuar en el camino. Es importante, de nuestra parte, cumplir con el papel que nos toca: estar con ellas y elles a capa y espada, para seguir conquistando derechos, para poder vivir la vida que eligieron lo más plenamente posible.

Las desventajas de ser invisible

Hoy, 31 de marzo, se conmemora desde el año 2009 el Día Internacional de la Visibilidad Travesti/Trans con el motivo de otorgarles voz a quienes jamás la tuvimos e instar a la reflexión sobre la realidad que nos atañe como colectivo. Si bien podemos decir que en los últimos años hemos adquirido mayor resonancia y llegamos, incluso, a estar en la agenda pública con la ley de identidad de género o el cupo laboral trans, ¿qué es lo que efectivamente se conoce sobre nosotres? ¿Qué se sabe sobre nuestras identidades, corporalidades y vivencias más allá de la falta de oportunidades a la que nos enfrentamos día a día?

Es muy posible que quienes circunden por ámbitos reflexivos y feministas, ya sean marchas, centros culturales, espacios de militancia o a través de simples publicaciones en redes sociales, encuentren familiares los números 35 y 40 cuando hablamos de las personas trans y travesti, especialmente las femineidades: estos reflejan nuestra expectativa de vida como colectivo (entre 35 y 40 años), apenas la mitad en promedio que el resto de la población (cis).

Quienes sean un poco menos osades en su búsqueda de conocimiento, vociferarán las mismas frases cliché que se leen en Internet, aunque quizá con las mejores intenciones: «Vivimos en un cuerpo equivocado», «Soy una niña atrapada en el cuerpo de un niño», «Antes era mujer y ahora es hombre», «Desde pequeña yo jugaba con muñecas y me vestía con la ropa de mi madre».

Por otro lado, nunca faltan quienes también repiten frases hechas pero con la intención de invalidarnos, del tipo: «Se cree mujer por ponerse tetas». A menudo surgen también ciertas presuposiciones sobre nuestras vivencias: la terapia hormonal como único propósito en la vida; la imperiosa necesidad de la operación (en general, en referencia a la vaginoplastia o faloplastia); la ropa, los juegos, los deportes, las actitudes, los rasgos físicos y las preferencias sexuales estereotípicamente femeninas en caso de las mujeres o las masculinas en caso de los varones (no binaries, abstenerse).

Se habla mucho sobre nosotres pero muy poco es lo que de verdad se sabe. Frente a la escasez de ESI se abre lugar al prejuicio y a la desinformación, incluso entre nosotres mismes, lo cual se refleja en una vulneración del acceso a nuestros derechos. ¿Acaso a alguien le explicaron en una clase de ciencias naturales cómo funciona la terapia de reemplazo hormonal o los centros de salud que la propician? Por mi parte, jamás. Como tampoco tuve la oportunidad de encontrar en algún libro de estudio la anatomía de mi vulva. No me explicaron en qué consistía esa operación, ni cómo se vería luego, ni dónde hacerla. La mera experiencia y algún que otro video en YouTube de otra chica trans fueron mi única educación sexual. Y, al parecer, no soy la única, porque a nuestras dudas se le añaden las dudas externas.

InESIstente

Dado que el derecho a la información es universal y más aun cuando se trata de nuestra propia salud, conocer nuestros cuerpos y los de les otres es fundamental para poder vincularnos de manera saludable. Habitar la sexualidad de forma plena y responsable requiere de tener una mínima noción de quiénes somos, qué nos gusta y de qué manera nos relacionamos con ella. De esto, ni siquiera las personas cisgénero pueden jactarse por completo. ¿O acaso todos los hombres cis pueden decir dónde se ubica el clítoris? ¿Sabrán siquiera que vagina y vulva no son sinónimos?

Está claro que si es muy poco lo que se educa sobre sexualidad cis, no se puede pretender que el común de la población entienda algo de la genitalidad travesti/trans. Menos aun cuando se rompen los esquemas de la binariedad. «Existen mujeres con pene y hombres con vulva», solemos decir con rigor desde la diversidad sexual. A esto habría que agregarle que no todas las mujeres trans tienen pene ni todos los hombres trans tienen vagina. Asimismo, no todas las mujeres trans reniegan de su pene ni los hombres de su vagina. El deseo y el goce son indistintos a la identidad de género. Las identidades de género por fuera de la cisnorma no necesariamente implican disforia de género. Y así, cientos de afirmaciones más.

Si no se tiene una amiga trans operada, es factible que se desconozca por completo que la vulva de una mujer trans se constituye íntegramente con restos de piel del mismo pene –por lo que carecemos de órganos internos como el útero u ovarios–, o cuál es el régimen estricto de dilataciones que hay que realizarse para que el canal vaginal no ceda. Es muy posible que nadie sepa que las mujeres trans con vagina también utilizamos toallitas o protectores diarios. No menstruamos –como me han preguntado para mi asombro en más de una oportunidad– pero si secretamos un poco de sangre al comienzo y fluidos de un tono amarillento que ni yo sé bien de qué se tratan. Y ahí se encuentra el punto.

Cuerpes… ¿visibles?

Nadie nunca nos enseñó nada. Ni de nuestra anatomía corporal ni de nuestra identidad. Crecimos en este mundo a escondidas hasta que, por alguna casualidad del destino, nos topamos con la palabra trans –o travesti, dependiendo la generación–. Aquella palabra tan poco nombrada pero que, en caso de utilizarse, enarbola un prototipo hegemonizado de la vivencia disidente.

Las únicas mujeres trans visibles (los hombres trans o y les no binaries parecen no existir) son aquellas que de niñas jugaban con muñecas, vestían la ropa de su madre o hermana y que desde los 3 años son conscientes de su verdadera identidad. Mujeres que desde tan temprana edad detestaban su propio cuerpo –cualquier semejanza con los mandatos de la femineidad es pura coincidencia–, enajenando de su vida hasta el más mínimo atisbo de lo socialmente aceptado como masculino.

No hay lugar para otro tipo de manifestaciones de la identidad y la vivencia personal del género. Apenas sí lo hay en la periferia para aquellas mujeres «que no parecen trans». ¿Qué es parecer trans? No tenemos metas, aspiraciones, sueños, emociones, sensaciones, amoríos. Nuestra condición humana pareciera no existir o estar supeditada meramente a la «transición». ¿Transición de qué? Nuestra identidad es siempre una. Lo otro, nada más que la socialización impuesta bajo los cánones de lo masculino y femenino dependiendo del genital con el que nacimos.

En este día tan paradigmático, sería de gran importancia que nos comencemos a preguntar: ¿somos visibles? Varones y mujeres cis: ¿a cuántas personas trans pueden nombrar? ¿Cuántes familiares, amigues, conocides trans tienen? ¿Cuántas artistas, científicas, políticas, deportistas, empresarias, médicas, periodistas, docentes travas conocen? ¿Qué imagen se les viene a la mente cuando hablamos de travestis y trans? Estoy segura de que no les demandará más de dos minutos pensarlo, pero a nosotres nos demanda la oportunidad de vivir una vida mejor. Visibilizar a quienes sí llegan, que les hay pero en un número muy reducido, y expandir el abanico de posibilidades hacia el conjunto nos resultará más conveniente que añadir nuevas efemérides al calendario.


Imagen de portada: Asociación Civil Infancias Libres


«Julia»: un cortometraje para la visibilización trans

La actriz Daniela Santiago, conocida mundialmente por interpretar a La Veneno en la serie de los Javis (Javier Ambrossi y Javier Calvo), protagoniza un nuevo corto, escrito y dirigido por Miguel Ángel Olivares.

El cortometraje se estrenó el 29 de enero en España, Estados Unidos y Reino Unido entre otros países, por plataformas como FlixOlé, Filmin y Amazon Prime Video. Según un comunicado la distribuidora #ConUnPack, la entrada de este cortometraje en el catálogo de estas plataformas es un paso más en la visibilidad trans. Julia está producido por Gadol Producciones y el proyecto fue apoyado por el Ayuntamiento de Iznajar (Córdoba, España), además de la ONG Apoyo Positivo para la distribución y colaboración social y educativa.

La cinta recibió un galardón en los Premios LGTB de Andalucía 2020 (España), los cuales reconocen la trayectoria de asociaciones, personas e instituciones que luchan por la normalización del colectivo LGTBI+. Asimismo, a menos de un mes desde su estreno, Julia es el contenido más visto en el top 10 de la semana en FlixOlé, la mayor plataforma de cine español con un amplio catálogo de producciones LGBTIQ+.

Imagen Archivo

Julia está encarnada por tres actores: Eros Herrero, en el papel de un todavía Julián durante la infancia; Mario Boraita, como Julián en su adolescencia; y Daniela Santiago, Julia en la actualidad.

La actriz comentó para la Revista Shangay: «Julia transmite básicamente la trayectoria de una persona trans, desde que de niño ya sabe que es una niña hasta todo lo que tiene que luchar por conseguir su propia identidad y al final lo consigue y se transforma en una hermosa mujer. (…) Este proyecto es el segundo que hago dando visibilidad al colectivo trans. Un colectivo castigado y que poco se sabía de él. Gracias a estos proyectos y a directores que apuestan por ellos, la gente está más cerca de comprender lo que antes no entendían», explica la actriz, quien se dio a conocer por dar vida a la icónica Cristina La Veneno y que ahora se pone en la piel de Julia.

Su productor, Miguel Ángel Olivares, debuta como director con esta nueva producción, la cual nació como «una voz para el colectivo» y un arma para «sensibilizar a la gente» tras ver el incremento de ataques transfóbicos, según señaló en una entrevista a Europa Press. «Hablé con Daniela por teléfono y me emocionaron mucho sus palabras y su agradecimiento por acordarme de ellas, las mujeres trans», expresó Olivares, quien se inspiró en la propia historia de la actriz para la trama de Julia.

Si bien nos narra la historia de una chica trans de una forma única y muy íntima, también se puede apreciar que el director nos está exponiendo la travesía, desde una mirada de tolerancia y normalización que las personas trans pasan para tener su propia identidad, pues está inspirada en hechos reales.

Al empezar el corto se puede observar a Julia que, al ver su reflejo en el espejo, se traslada años atrás para revivir en imágenes el camino que ha seguido hasta llegar a ser quien es. Ella, en silencio, se mira ante el espejo y abre una pequeña caja que guarda desde su infancia. Es entonces cuando se ve como un niño que ya sabe que es una niña y desde ahí se narra todo el proceso doloroso que ha tenido que pasar para llegar a la actualidad y verse como es ahora.

Julia escena
Imagen Archivo

Sin duda alguna, una recomendación imperdible que no lleva más de 3 minutos para mirar y que nos permite acompañar a su protagonista en silencio, invitándonos a su recorrido para llegar a ser quien es.


Fuentes:


Grey Anahí Ríos: la violencia transodiante viralizada

El Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+ presentó su informe semestral, del 1 de enero al 30 de junio, que da cuenta de 69 crímenes de odio, de los cuales el 78% corresponden a víctimas mujeres trans (travestis, transexuales y transgénero). Dentro del 16% se encuentran los varones gay cis y con el 4% de los casos les siguen las lesbianas. Por último, el 2% corresponde a los varones trans.

El 6 de septiembre, Grey Anahí Ríos, una mujer trans hondureña de 34 años, estaba en un bar de su pueblo en San José de Comayagua, una zona central de Honduras, cuando la atacaron a machetazos. Grey, quien se dedica al trabajo doméstico, le contó a la agencia de noticias Presentes que ese día acababa de salir de una de las casas en las que trabajaba y sintió sed. «Fui a buscar un refresco en un local donde también venden bebidas alcohólicas», comentó.

Según su relato, al verla dentro del negocio, Jesús Tábora Muñoz (hijo de la propietaria del bar) le dijo «Te voy a matar». Grey no salió del bar, por lo cual el agresor procedió a cumplir su amenaza tomando un machete –instrumento de labranza usado por los campesinos hondureños–: se acercó a Grey y le dio un machetazo en la muñeca izquierda, causándole una profunda herida que requirió la aplicación de diez puntos de sutura.

«Salí sin decir nada para ver si alguien me ayudaba. Fui a sentarme en una banca de un punto de buses. La gente que estaba ahí me ayudó».

Grey Anahí Ríos, mujer trans atacada.

Una de las personas que estaban en la estación de autobuses tomó la foto que se ha vuelto viral en las redes sociales. La foto de Grey ensangrentada sentada en una banca de madera tras el ataque de Tábora se viralizó en las redes sociales con el mensaje: «¡Los derechos trans también son derechos humanos!».

Imagen Archivo

En la imagen se ve a Grey sentada mientras se aprieta la muñeca izquierda con la otra mano en un intento de detener el flujo de sangre que le cubre la ropa y las piernas así como forma un charco en el suelo. «Unas mujeres me apretaron el brazo para parar la sangre», relató Grey. Luego la llevaron a un centro médico cercano para atenderla.

Lamentablemente, el odio y la discriminación hacia Gray no terminaron con el ataque: siguieron cuando radicó la denuncia en el juzgado de paz de San José de Comayagua, donde dice nadie le hizo caso. «Me sentí discriminada porque muchos de los que tomaron la denuncia no me tomaron en cuenta. Sentí que yo no era una persona, que no había derechos humanos para mí», se lamentó. 

El 16 de septiembre, Grey y su abogada llegaron a los juzgados comayagüenses para tener una audiencia con el agresor Jesús Tábora, donde ambas exigieron una orden de alejamiento contra al atacante, así como el pago de los costos médicos derivados de la herida. «También pedimos que no siga el hostigamiento físico y psicológico que él ha tenido contra mí», comentó Grey.

Además de la angustia y el dolor físico, Grey tiene que enfrentarse al desempleo, ya que la convalecencia por la herida le impide trabajar. «Tengo derecho a un empleo y no sé si después de esto estaré incapacitada durante varios meses», sentenció.

Para Grey, no es la primera vez que sufre el desprecio de la pequeña comunidad rural en la que vive. Inició su transición a los 11 años y casi toda su vida, contó, ha sufrido humillaciones y abusos. «Pero soy lo que soy y me siento orgullosa de ser quien soy», agregó. 

El ataque contra Grey es uno entre muchos en Honduras. En 2020, el Observatorio de Muertes Violentas de LGTBI+ de Cattrachas (Honduras) ha registrado 16 muertes violentas de personas de la diversidad sexual. Siete de ellas, personas trans.


Fuentes:


¿Te gustó la nota?

Invitame un café en cafecito.app

Luz Aimé Díaz, viñetas de justicia patriarcal

En mayo de 2018, Luz Aimé Díaz es muchas cosas.

Estudiante del Bachillerato Popular Trans Mocha Cellis, a donde llegó para completar su escolaridad y seguir estudiando. Inquilina del Gondolín, conocido hotel del barrio de Villa Crespo en donde viven 47 mujeres travestis y trans, que se autogestionan organizadas bajo la modalidad de Asociación Civil.

Trabajadora sexual, migrante y sobreviviente de varios ataques transodiantes, uno de ellos sufrido a sus trece años a manos de un cliente que la molió a golpes. Como consecuencia de ese ataque, Luz perdió el 100% de la visión de su ojo izquierdo y conserva apenas un 25% de la visión del derecho. Dice que aprendió a manejarse sin bastón y que los clientes que vinieron después, en los años, nunca se dieron cuenta.

Es preciso detener el devenir de la escritura en este punto y pedirle al lector que repase el párrafo anterior. Que intente pensar en una niña de trece años en situación de prostitución. En el cliente, varón y adulto, que pide sus servicios y luego de usufructuarlos los paga con golpes y ceguera. En los clientes del después, varones también, que no registran que están ante una persona ciega, creando una especie de paradoja de lo visual y de la propia acción y efecto de percibirlo.

En mayo de 2018, Luz, de por entonces 21 años de edad, es contratada por dos hombres en el barrio de Palermo. La llevan a su departamento y los atiende, de a uno, en una habitación. En la habitación de al lado, se encuentra un hombre secuestrado, atado y amordazado. Luz no se da cuenta de nada. Concluye su servicio y se va. La vida —y ella— siguen siendo muchas cosas por los siguientes dos meses.

Y entonces llega julio, el frío, un hotel y algunas copas, también en Palermo. Dos hombres se acercan, igual que en aquella noche del mes de mayo. Le preguntan cuánto cobra por un servicio. Cuando los saca cagando, se identifican como policías y le develan la verdad: la buscan por aquel secuestro del cual nunca se había enterado.

La llevan detenida y al cabo de unos días la trasladan al penal de Ezeiza. Allí pasa ocho meses con prisión preventiva, hasta que vuelve al Gondolín con arresto domiciliario. Desde entonces, la sostienen sus compañeras y les docentes del Bachillerato. Su familia también, desde su Salta natal, como puede. Aguarda fecha de juicio, que ya fue pospuesto en dos ocasiones.

En la opinión pública se ha expresado un generalizado repudio y el pedido de absolución. Se ha dicho que la justicia tuvo un accionar patriarcal y sesgado, que no contempló perspectiva de género ni el historial previo de vida de Luz.

El accionar judicial fue esencial y fundamentalmente transodiante. Lo suficiente como para establecer que una filmación de Luz entrando al edificio es prueba suficiente para adjudicarle la autoría de un secuestro. Para creer que ella, aun en condiciones generalizadamente desfavorables y con una discapacidad visual, sería capaz de doblegar físicamente a la víctima. Para creer, además, que tendría motivaciones para hacerlo, destacando que se trataba de un varón homosexual.

Al creer eso, la justicia reprodujo el mito que dibuja a la mujer travesti-trans como necesariamente vinculada al crimen y creó otro peor: la idea de que las personas LGBT se matan y secuestran entre ellas, sin otro motivo aparente más que lo intrínseco de sus identidades de género o sus orientaciones.

¿Y por qué omitiría considerar la discapacidad visual de Luz como limitante objetivo para cometer un secuestro, cuando fue comprobada por sus propios peritajes? ¿Por qué resolver todos los interrogantes del caso en su presencia en el edificio, sin investigar a los hombres que aquella noche la llevaron?

Lo cierto es que hoy es junio de 2020 y Luz no está sola. Tiene a su lado un ejército de amor y aguante. Una comisión formada para defenderla y ayudarla en lo que haga falta. Sus compañeras del Gondolín confeccionan barbijos y los venden para cubrir los gastos en una cuarentena que a la mayoría de ellas les impide trabajar. También reciben donaciones de artículos de higiene y alimentos en la sede del hotel, respetando los recaudos que impone la contingencia.

Luz no está sola. Pero su caso deja abierto un interrogante final, imposible de evitar: ¿cómo sondear la aparentemente insondable soledad que produce descubrirnos a nosotras, las mujeres en toda nuestra diversidad, unidas, pero a merced de un aparato judicial que con vía libre y total impunidad nos odia?


Imagen de portada: noralezano

#Reseña Canela

Canela es un documental acerca de una arquitecta, docente, hija, madre, abuela y amiga. Por sobre todo, es la historia de la construcción de una identidad. El estreno fue online y al alquilarlo donás dinero a la Liga LGBTIQ+ de las Provincias.

En este film, Canela Grandi se representa a sí misma: una mujer trans exitosa laboralmente que se plantea si el camino comenzado hace unos años debe terminar allí o avanzar hacia una operación de cambio de sexo. Con 58 años de edad sus miedos no solo se corresponden a la peligrosidad que conlleva tal intervención a su edad, sino también al acompañamiento que podría (o no) tener en el proceso.

Arquitectura de una identidad

Áyax Grandi se recibió de arquitecto en la Universidad de Rosario, donde hoy da clases como Canela. A los 48 años de edad y con tres hijes decidió reconocerse como mujer en un ámbito laboral mayormente masculino. Escenas de obras que ella dirige se intercalan con sesiones de terapia y entrevistas con profesionales de la salud. El filme presenta una analogía entre el trabajo de construcción que ella realiza y su propia construcción como mujer.

Toda la determinación característica de Canela en su ámbito de trabajo se opone a la indecisión que la abruma en el ámbito personal. En sus charlas con amigues y familia se sincera por completo: no está segura de necesitar el cambio de sexo, aunque lo piensa como una tarea pendiente para sentirse «completa». La película transita por su intimidad y sus mayores anhelos, mientras le espectadore se vuelve testigo de la construcción de su identidad.

«A mí me dejaron solo, cuando era hombre. Me dejaron solo en la calle con el menemismo, con un hijo y nadie me dio una mano. Nadie. Esto que yo pasé mis hijos no lo van a pasar».

Entre paseos en camioneta por las calles de Rosario y conversaciones con otras mujeres trans, Canela intenta dilucidar qué debe hacer. Aun habiendo vivido la infancia de sus hijes como padre, Canela como madre reconoce todas las responsabilidades de cuidado que se le asignan. De allí se corresponden muchos de los impedimentos para operarse. Ella no quiere, sin embargo, en pos de proteger a sus hijes, postergar su momento de vivir. La charla con elles se muestra siempre verosímil, en un ir y venir constante entre comprensión y distanciamiento.

El sexo no tiene género

El tema que se debate en esta película es controversial. Desde la teoría, Nelly Richards (2002) aporta que la desvinculación significante entre género y sexo es un logro del feminismo. La teorización ha demostrado cómo esa vinculación se vuelve una taxonomía identitaria. Mediante el concepto «género» se demuestra que las identificaciones sexuales no pueden reducirse a las propiedades anatómicas. Deben entenderse como producto de complejas tramas de representación y poder. Por eso se vuelve importante recordar que el sexo no define el género, ni mucho menos.

El mayor mérito del largometraje es sentirse por un momento en los zapatos de alguien que no nace con la identidad que se reconoce y los avatares que debe enfrentar en una sociedad tan transfóbica como en la que vivimos. Su importancia también radica en que un porcentaje de su recaudación será destinado al sector más necesitado de la comunidad LGBTIQ.

La rosarina Cecilia del Valle guionó, dirigió y produjo su ópera prima Canela (2020) en la que documentó la vida de su amiga. Debido a la cuarentena obligatoria el estreno del film fue mediante la plataforma de cine independiente de la Asociación de Directores «Puentes de cine». En el marco de su reproducción lanzaron un ciclo gratuito sobre «lo trans» que incluye películas como Marilyn (2018), Mía (2011), y Tangerine (2015).

Podés ver Canela en Puentes de cine


El tamaño de tu amor

Ficción colaboración por Candela Fumale


Este escrito no es para gente disidente. Es para que la gente disidente se los mande a sus padres por mail, se los deje impreso en la mesita de luz o nada más se sienten adelante y se lo lean.

Voy a empezar diciendo que el día que agarré a mis papás y les conté que era lesbiana, mi situación fue privilegiada. ¿Mis papás lloraron? Sí. ¿Me entendieron? No. ¿Se lo esperaban? Tampoco. Muchos meses después llegaron a contarme que incluso habían rezado para que cambie de parecer. Vi todo el dolor y la desazón que los atravesó. Pesaba mucho que la misma situación que a mí me estaba liberando tanto a ellos los angustiara en la misma medida. Ningún hijo quiere hacer sufrir a los padres pero ¿cuál hubiera sido la otra opción?

La mentira. Mentir constantemente sobre con quién estaba o a dónde salía. Mentir cuando mamá me preguntara si me gustaba un chico. Mentir cuando papá quisiera saber con quién me reía tanto por teléfono. Mentir cuando subiera una foto para que la vieran todos menos ellos. Mentir significaría ocultar la parte más trascendental de mí, esconderles la alegría de saber quién soy e ir dejándolos de a poco fuera de mi vida.

¿Por qué dije privilegiada? Porque nuestra primera charla terminó con la frase más cariñosa y sincera que podrían haberme dicho: «No te entendemos, pero te queremos y no nos importa lo que elijas». Por supuesto que necesité muchas más charlas y paciencia hasta que el tema se naturalizó. Papá se enojaba si yo usaba el término «torta» y mamá no se animaba a preguntarme con quién estaba saliendo cuando me veía irme toda arreglada. Con mi hermano fue más fácil: ya se había dado cuenta de todo y en una tarde dimos el tema por resuelto.

Un año después, llevé a una chica a casa por primera vez y todos se portaron igual que cuando había llevado a un chico. Ya hacía tiempo que mamá había empezado a querer indagar en las mismas cuestiones amorosas de antes y papá había dejado de hacerse mala sangre por cómo me expresara.

Yo sé que hay cosas que les siguen costando mucho, cosas que en su época no pasaban (es decir, pasaban pero no se decían) y para las que no están preparados. Pero ellos no tienen idea de que su esfuerzo es lo que más vale. Porque la calle es dura. Es denigrante que te griten insultos desde los autos si te ven de la mano con otra mujer; es cansador ocultarlo en el trabajo porque tu jefe es homofóbico y de él depende tu sueldo; y qué decir de que te agarren a trompadas en un boliche por vestirte con corbata siendo mujer.

Sin embargo, mucho más terrible es que tus propios padres te den la espalda, que te miren con desprecio y digan que mejor sería que estuvieras muerto, como les dijeron a algunos amigos. Que te echen de tu casa sin más. O ese «hacé lo que quieras, pero acá no» y, otra vez, te obligan al silencio y a la mentira como si fuera la dictadura y tuvieras que acallar las verdades.

Esos padres pseudodictadores viven bajo la lógica de que no existe lo que no se ve. Si no ves a tu hijo pintándose los labios es porque ya se encaminó. Pero en el fondo sabés que se traga el odio cuando le decís que no sea puto y se corte el pelo como los hombres, sabés que las pinturas de labios que le desaparecen a tu mujer se las lleva él, sabés que sigue siendo puto, solo que fuera del reinado de tu mirada. Y tu hija te habló de frente y bien clarito: «Papá, Micaela es mi novia», pero a vos esa palabra se te queda atravesada y solo te sale decirle «amiga». Te encerrás tanto en tu dolor que no ves la lágrima que tu hija se saca con la mano cada vez que te escucha decir así. Algún día esas lágrimas terminan colmando el vaso…

Es necesario que reconozcamos que el miedo es real. Los límites de nuestra compresión existen. Todos nos enmarcamos en alguna especie de concepto moral o religioso. Y tiemblo cuando pienso en qué me llevarán la contra mis hijos, porque dentro de treinta años quizás se sientan y piensen cosas que a mí me enseñaron que estaban mal y de repente se ve que ya no. A pesar de todo esto, el límite más grande que nos coarta el accionar no es el miedo, nuestro límite es el amor.

Cuando tu hijo tenía cinco, le agarró pulmonía y pensaste que se moría. No dejaste avanzar al miedo porque no tenías otra opción que cuidarlo. Cuando tenía doce y los compañeros de la escuela le pegaban a la salida, lo acompañaste caminando todo el año para que se sintiera seguro, aunque los otros padres te decían que eras un boludo porque son cosas de chicos. Ahora tu hijo tiene veintitrés, trabajo o estudia, es un adulto. Aunque creas que no, seguís siendo una figura protectora ante la mierda que es el mundo. La agresión y la discriminación te lastiman cuando vienen de la sociedad, por supuesto, pero te destrozan cuando vienen desde adentro; es ir caminando y pisar un clavo parado que no viste; es el aborto sentimental de quienes te protegieron y quisieron pero ya no creen que lo merezcas, como si dejaras de ser una persona digna de amor, como si dejaras de ser una persona.

Entonces, date cuenta de una vez: no está mal que la idea de una sexualidad diferente te incomode, que no sepas del tema o te cueste acostumbrarte. Lo que está mal es que pongas la incomodidad por encima de la relación con tu hijo. Lo que está mal es que prefieras que tu hijo te mienta. Lo único que está mal, acordate, es que tu miedo sea más grande que tu amor.


Imagen de portada: Georgina Rivolta