El 21 de agosto de 1946 se sancionó por primera vez el voto femenino en Argentina y se aplicó en las elecciones de 1951. El proyecto de ley fue promovido por Eva Perón y fue el resultado de las múltiples luchas colectivas que se fueron dando durante años por el movimiento feminista.
Aquel debate que se inició a finales del siglo XIX fue impulsado en sus orígenes por un grupo de mujeres como Julieta Lanteri, Carolina Muzzilli, Alfonsina Storni y Salvadora Medina Onrubia. La mayoría de estas luchadoras por la igualdad de los derechos civiles y políticos no fue nombrada en la historia, como tantas otras mujeres, razón por la cual todavía hoy se desconoce este camino hacia la lucha por los derechos de las mujeres.
Ese recorrido contaba con algunos antecedentes, como la creación del Comité Pro-Sufragio Femenino en 1907 por parte de Alicia Moreau, integrante del partido socialista. La primera mujer que votó en el país y en América latina fue la primera médica argentina, Julieta Lanteri, después de lograr, a través de un amparo judicial, que se la incorporara al padrón electoral en 1911.
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Se convirtió en la primera mujer de toda Sudamérica en ejercer el derecho al voto en las elecciones de 1951, pero previamente había lanzado su candidatura a diputada por la Unión Feminista Nacional. Pudo hacerlo porque, antes de que se sancionara la ley, las mujeres estaban inhabilitadas para votar pero no para postularse a las elecciones. Es decir, las mujeres podían ser elegidas pero no elegir.
En 1911, el diputado socialista Alfredo Palacios había presentado el primer proyecto de ley de voto femenino en el Parlamento, un año antes que se sancionara la ley electoral Sáenz Peña de voto secreto, universal y obligatorio. «Universal» significaba, claro está, hombres mayores de 18 años: una vez más se excluía a las mujeres.
En 1926, el nuevo Código Civil establecía que las mujeres no tenían prácticamente ningún derecho, ni político, ni económico; para trabajar necesitaban el permiso de su marido y era él quien administraba el dinero ganado. Ni siquiera existía la patria potestad.

Algunos de los argumentos que se esbozaban en contra del voto femenino apuntaban a que las mujeres no eran capaces de tomar decisiones. También se creía que la mujer no tenía una preparación para elegir un representante y que el hombre era el sostén de la sociedad y por eso debía tener el derecho de votar. En la misma línea, algunos legisladores (como Uriburu) consideraban que una mujer parada sobre una mesa en manifestaciones perdía todo su encanto porque su lugar era la cocina, la familia y las tareas del hogar.
El razonamiento era que si las mujeres votaban, iban a ir en contra de lo que históricamente se esperaba de ellas. De ahí surgen también las representaciones estigmatizantes que se hacían en esa época, muchas de las cuales todavía hoy se repiten, de las mujeres militantes. La mujer estaba reservada al espacio privado y una mujer pública tenía significados únicamente negativos.
Una mujer que salía del espacio doméstico hacia el espacio público ya era mal vista pero si encima reclamaba derechos y gozaba, era peor vista. Ahí aparece la figura de «la loca» y «la mujer fea», que no servía para el único papel destinado a las mujeres: complacer a los hombres y servir a la familia. Se la consideraba descentrada y se la trataba de «masculina, desalineada, desaforada, mal vestida». Abundaba un descrédito moral y estético.
Las mujeres del voto

Julieta Lanteri representa un ejemplo de estigmatización hacia las mujeres que, como ella —que había dedicado su vida a la medicina y no a la familia—, eran independientes, contaban con una carrera universitaria, eran feministas y además militantes. La posición que asumieron muchos políticos al encontrarse con ella fue la burla y la concibieron como aquella mujer que no tiene marido y sale a reclamar cosas que no le corresponden.

A pesar de esas trabas que le impusieron, Julieta, como tantas otras, encaró la difícil tarea de convencer a otras mujeres y de demandar a los hombres que estaban en posiciones políticas claves, es decir, a los hombres del Estado.

Carolina Muzzilli fue otra de las mujeres que presionó por el derecho al voto femenino. Ella denunciaba las malas condiciones de trabajo, buscaba que la mujer no fuera sometida por sus patrones y tuviera derechos para así poder tener también libertades. Recorrió miles de fábricas y talleres con el objetivo de registrar las condiciones de esos trabajos, para lo cual incluso llegó a emplearse ella misma para vivirlo en carne propia.

Salvadora Medina Onrubia fue también muy importante en la lucha: era maestra y escribió la primera obra de teatro escrita por una mujer de temática anarquista.
Alfonsina Storni escribió poesía y críticas feministas, fundamentalmente contra el modelo de mujer de clase media, es decir, el estereotipo de la niña protegida en un hogar y educada solo para llegar al matrimonio. Mientras escribió en la Revista «La nota», dedicó varias crónica a cuestiones que tenían que ver con el feminismo y en especial el sufragio femenino.

En apoyo a la ley, muchas mujeres de todo el país enviaron al parlamento boletas firmadas con la siguiente consigna: «Creo en la conveniencia del voto consciente de la mujer, mayor de edad y argentina. Me comprometo a propender a su mayor cultura».
El 23 de septiembre, Evita emitió un discurso en la Casa Rosada celebrando la obtención del voto femenino. La ley 13.010, conocida como ley Evita, establecía este último día como «Día Nacional de los Derechos Políticos de la Mujer». Fecha en la que se reconoció la igualdad de derechos políticos entre mujeres y hombres, entre ellos, el derecho de las mujeres a elegir y ser elegidas para todos los cargos políticos nacionales, estableciéndose así en nuestro país el sufragio universal.
Si bien fue Evita quien impulsó la sanción de ley, esta es el resultado de una enorme lucha colectiva de la que muchas mujeres formaron parte, algunas de ellas incluso dejando la vida.
Fuentes:
Imagen destacada: Ushuia Noticias
Imágenes: Ministerio de Cultura, La Tinta
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