Artículo colaboración escrito por Valentina De Rito
El pasado viernes 23 de julio, desde la capital de Japón, el mundo fue testigo del comienzo de los Juegos Olímpicos (JJ. OO.). Originalmente pensado para el año 2020 y pospuesto debido a la pandemia por COVID-19, el evento constituye un fenómeno altamente esperado por muches. Día a día, es posible encontrar en las redes sociales grandes cantidades de comentarios y opiniones acerca de las competencias del día y los deportes a jugarse, así como también de les deportistas estrella de cada rubro.
Los Juegos Olímpicos son un evento histórico. Seamos entendides en el tema, deportistas adeptes o televidentes que se entretienen viendo las diferentes disciplinas que se incluyen dentro de los Juegos, nadie puede decir que es del todo ajene al fenómeno. Es precisamente la cualidad histórica de los JJ. OO. lo que hace preciso pensarlos a la luz de los avances que se han realizado en materia de sexo-género durante los últimos años, no solo en nuestro país sino en el mundo. Y es que cabría preguntarse: ¿es equivalente el porcentaje de hombres y mujeres participantes en el evento? ¿Cuál es la representación de la mujer deportista? ¿Hay deportistas LGBTIQA+? ¿Cómo se manifiesta el sexismo en los Juegos Olímpicos?
¿Una cuestión del pasado?
En sus orígenes, los JJ. OO. surgieron como un evento con raíces misóginas muy arraigadas. No es menor destacar que su fundador, el barón Pierre de Coubertin, prohibió la participación de las mujeres en la primera edición de la competencia, señalando que la raíz de esta era de naturaleza masculina y que a las mujeres solo les correspondía aplaudir a los hombres.
Una de las primeras mujeres en hacer frente a dicha injusticia fue Alice Milliat, quien encabezó múltiples luchas denunciando la evidente desigualdad de la competencia. Así, progresivamente, comenzó a incorporarse a las mujeres en competencias de golf y de tenis, aunque tuvieron que pasar varias décadas hasta que se aceptase incluirlas en deportes de fuerza o resistencia como, por ejemplo, el atletismo.
El correr de los años y los numerosos reclamos realizados por las mujeres no solo ampliaron su participación en los Juegos Olímpicos, sino que también lograron equiparar el porcentaje entre hombres y mujeres participantes: este 2021, la paridad de género ha alcanzado su número más alto en la historia de la competencia: el 48,8% de les competidores son mujeres.
Además, en esta edición, se registra la primera competidora trans: Laurel Hubbard, quien fue seleccionada para la prueba de halterofilia o levantamiento con pesas. Estos datos permitirían indicar que, en materia de género, los Juegos Olímpicos han sabido organizarse contemplando la fuerte e incansable lucha que las mujeres y las diversidades han llevado de forma internacional en pos de obtener mayor participación y acortar las brechas de género comprobables en prácticamente todas las áreas de la vida social.
Contradicciones del presente
Sin embargo, no todas son victorias. Por el contrario, las concepciones machistas existentes en las estructuras sociales que nos rodean y que también se encuentran en el mundo del deporte no han tardado en salir a la luz. Demostración de ello fueron los dichos efectuados por el presidente del Comité Organizador Tokio 2020, Yoshiro Mori, con un fuerte contenido misógino.
Mori señaló, de manera despectiva, que las mujeres hablaban mucho, eran competitivas entre sí y demoraban demasiado en las exposiciones en las reuniones. Esto hizo que tuviese que renunciar a su puesto y fuera reemplazado por Seiko Hashimoto, una deportista japonesa de antaño. A su vez, se determinó que la antorcha olímpica con la que se da inicio a la ceremonia fuese encendida por una mujer: la tenista Naomi Osaka.
La pregunta sería si el conflicto se salda solo a partir de estas decisiones y la respuesta, a priori, parece ser que no. El ejemplo de ello es la multa que se le aplicó al equipo de handball femenino de Noruega debido a la negativa de las jóvenes a participar en bikini, señalando que se trataba de una medida sexista. La Federación Europea de Balonmano respondió señalando que, de acuerdo a lo estipulado en el reglamento, las mujeres deben participar vistiendo bragas que no excedan los 10 centímetros. Claro que esta medida solo rige para las mujeres, ya que los hombres pueden competir vistiendo shorts.
Lo que esto pone en evidencia es que en las estructuras y en las normativas hay una inequidad de género que aún hoy funciona y actúa sobre quienes participan. Y que el conflicto y las soluciones van mucho más allá de permitir que una mujer encienda la antorcha olímpica. La representatividad y la participación de las mujeres en el deporte debe ser integral: desde anular las brechas de género entre les competidores hasta actualizar las reglamentaciones cuyas bases sean sexistas.
A su vez, la equidad debe extenderse a todas las disciplinas por igual, sin discriminar entre ellas. Este punto es de clave importancia ya que, en la medida en que nos encontramos atravesades por las normas de género, existen deportes más «feminizados» que otros, tales como las gimnasias rítmica y artística.
Estas también fueron objeto de debate en los Juegos Olímpicos actuales, debido a la decisión de las gimnastas alemanas de participar utilizando uniformes de cuerpo entero como forma de enfrentar el sexismo. Lo que resulta llamativo, en este caso, es que el cambio de vestimenta elegido por el equipo alemán no fue objeto de multas ni penalizaciones, mientras que las jugadoras de balonmano de Noruega fueron obligadas a pagar 150 euros cada una por la decisión de no competir en bragas.
¿Hasta que punto esta diferencia se da por considerar que deportes como el handball son más «masculinos» que las gimnasias? Y, siguiendo esa línea, ¿podría pensarse que la única forma de permitirles a las mujeres participar en estos es sexualizándolas y forzándolas a exhibir sus cuerpos? ¿Qué clase de inclusión es esta? ¿Puede siquiera hablarse de inclusión?
Es preciso no dejar de realizarnos estas preguntas, especialmente en la esfera del deporte, en donde aún existen muchos estereotipos de género que pesan fuertemente sobre las mujeres y sus cuerpos. Es preciso ver más allá de las formalidades y no perder de vista los pequeños intersticios por donde se cuelan, aún implacables, las injusticias misóginas y machistas. Visibilizarlas, señalarlas, denunciarlas, no dejarlas pasar. Es posible que esta sea, quizás, una de las mejores maneras de combatirlas.
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