#Reseña Las cosas por limpiar: violencia de género y resiliencia

Alex (Margarte Qualley) abre los ojos y observa dormir a su pareja Sean (Nick Robonson). Tratando de no hacer ruido sale de la cama, se viste y busca a su hija que duerme en su cuna. Todo está oscuro porque es de madrugada y tras envolver a la niña y sentarla en la sillita del auto se alejan de la casa donde horas antes hubo gritos y vidrios rotos. Así comienza la serie Maid, traducida al español como Las cosas por limpiar.

Estrenada a principios de octubre, es una de las más vistas en la plataforma. En 10 capítulos de 55 minutos, narra una compleja trama de violencia y las dificultades que tiene salir de ella. Además, sin intención de spoilear, las trabas burocráticas, los vacíos legales y la explotación laboral se ven durante todos los capítulos.

La protagonista de esta historia es Alex, de 25 años, quien vive con Sean, su marido alcohólico y violento, y su hija Maddy de casi 3 años. Luego de huir de su casa, en el primer capítulo, cae en la cuenta de que por diversas razones no cuenta ni con su madre ni con su única amiga para pasar la noche. Entonces, es el primer momento en que descubre que las redes que podían sostenerla no lo hacen, por lo que madre e hija terminan durmiendo en el auto.

En la historia se muestra la importancia de los lazos de contención a la hora de transitar una situación de violencia de género. Para visibilizar dicho rol, la serie tienen una escena en la que Alex mantiene un diálogo con otra mujer víctima de violencia que vive también en el hogar para sobrevivientes: «¿Crees que en la primera cita me dijo “Pásame la sal, algún día te estrangularé”? No, la violencia va creciendo como el moho», le dice Danielle (Aimée Carrero). Y, además de aconsejarla, logra que la protagonista deje de llorar tirada en una alfombra para levantarse y dar pelea.

Por otra parte, la trama logra empatizar con quienes están del otro lado de la pantalla dado que visibiliza un problema recurrente de las madres solteras: las complicaciones de trabajar y cuidar de sus hijes. A lo largo de todos los capítulos se ven las dificultades que tienen las madres solteras, quienes deben hacer malabares para llegar a fin de mes, encontrar un trabajo (en los que mayormente son precarizadas) y, al mismo tiempo, un lugar seguro donde dejar a su hije durante su eterna jornada laboral.

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En la serie, Alex repasa todos los días —en su cabeza y en la pantalla para los espectadores— cuánto dinero tiene, para qué le alcanza lo que gana por día por limpiar una casa y cuánto le queda: siempre el crédito es negativo. Allí se puede observar otra arista de la violencia que es la dependencia económica y cómo, más allá de los temores y el dolor que afrontan al abandonar una casa donde reciben malos tratos, también deben lograr sobrevivir anímica y económicamente fuera de ese hogar abusivo.

No solo los golpes son violencia

Por otro lado, la historia busca resaltar la importancia de reconocer el abuso emocional como parte de la violencia de género. Cuando Alex llega a la oficina donde pide ayuda del Estado, la asesora le pregunta por qué no denunció en la Policía, a lo que ella responde: «¿Me van a creer? ¿Cómo les digo que me maltrató si no me ha golpeado?». Su exmarido no le daba libertad financiera, le decía qué hacer, le gritaba y la minimizaba. Hechos que gran parte de la sociedad y el sistema niegan como violencia, pero que sin embargo no dejan de serlo.

«Yo no sufro abuso real», manifiesta reiteradas veces la protagonista. En una de esas ocasiones se lo comenta a la asistente social de un centro al que va a pedir ayuda. «Sólo necesito trabajo y lugar donde vivir», agrega. «¿Y cómo es el abuso real? ¿Intimidación, control?», le pregunta la asistente y la recomienda en una empresa de limpieza, pero la deja reflexionando.

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En este sentido, los personajes secundarios de la historia intentan mostrarle a la protagonista que la violencia por cuestiones de género es mucho más amplia que recibir un golpe, y que sus manifestaciones se van dando de modos sutiles hasta llegar a sus máximas expresiones como golpes y hasta femicidios. Por ello es importante remarcar que la violencia dirigida hacia las mujeres puede tener distintas formas, entre ellas:

  • Violencia física.
  • Violencia simbólica: conocida como «madre» de todas las violencias, porque contiene en sí misma otras violencias y porque está tan naturalizada que muchas veces no es percibida ni por las mismas víctimas. Por ejemplo, creer que por ser hombre se es mejor, que lavar los platos es cosa de mujeres o que existen razones que justifican ejercer violencia física sobre una mujer solo por su condición de género.
  • Violencia psicológica: cualquier acción que tenga el objetivo de degradar a la mujer como persona o tratar de controlar sus acciones o decisiones. Por ejemplo, cuando se le dice «No servís para nada», «Si te vas, me mato», o «Si me denunciás, no ves más a tus hijes».
  • Violencia económica o patrimonial: se da cuando el hombre maneja los recursos comunes; cuando siendo el único sostén del hogar regatea los recursos necesarios para llevar una vida digna o cuando no aporta las cuotas alimentarias de hijes.
  • Violencia sexual: ¿Cuántas veces tuvieron sexo pero no querían, no tenían ganas o no estaban preparadas pero les insistieron tanto que accedieron? ¿Cuántas veces las «apoyaron» en un espacio público? ¿Cuántas veces las tocaron sin su consentimiento? Hay muchas pequeñas acciones que no concebimos como violencia sexual pero lo son.

Resulta fundamental visibilizar estas historias que, como en este caso, suelen basarse en hechos reales, porque puede servir de ejemplo y motivación para las mujeres que se encuentran en situación de violencia. Esta serie está inspirada en las memorias de Stephanie Land, una joven mujer estadounidense que en 2019 publicó Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive («Trabajadora doméstica: trabajo duro, salario bajo y la voluntad de una madre por sobrevivir») y que se convirtió en un best seller.


Caza de brujas en el siglo XXI

Cada vez son más les acusades de realizar brujerías en la Republica Democrática del Congo. Solo durante el mes de septiembre, 8 mujeres fueron asesinadas con una justificación propia de los siglos XV a XVIII: la caza de brujas. Una práctica violenta cargada de creencias erróneas que, en algunos territorios, nunca llegó a su fin.

En 1998, la escritora feminista Silvia Federici se encarga de develar en su libro Calibán y la Bruja uno de los genocidios más atroces ejercidos sobre las mujeres europeas durante la transición al sistema capitalista. 23 años más tarde, en otro contexto y con un trasfondo diferente, lo que la autora italoestadounidense creyó haber dejado atrás vuelve a resurgir violentamente en el continente africano.

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Kahele, Walungu y Fizi son algunas de las regiones congolesas en las que se vio arder el fuego con el objetivo de amedrentar a un grupo seleccionado de personas indefensas, denunciadas por ejercitar la hechicería que, encarnada en las antiguas creencias de los pueblos, es una perfecta excusa para iniciar un ola de femicidios atroz.

La «justicia popular» funciona como juez, jurado y verdugo. Luego de considerar y aseverar que una persona (en especial mujeres) participa de estos actos «mágicos», claramente falsos, engañando al resto de la población, no hay vuelta atrás. Una vez marcadas, su destino esta sellado: es casi imposible convencer a la muchedumbre ingenua de su error. Las consecuencias de este tipo de acusaciones van desde ser secuestradas por milicias o ser linchadas hasta, incluso, ser quemadas vivas.

Según Infobae, este tipo de práctica es fomentada por las «bajakazi», supuestas clarividentes y pseudopredicadoras que afirman poseer la capacidad de detectar magos y brujas, aunque simplemente se trate de un plan macabro para ganar adeptos y fieles. Se han contabilizado algunos casos de hombres enviados a la hoguera, pero la gran mayoría han sido mujeres: se registraron 324 acusaciones de brujería entre junio y septiembre.

«Hay un resurgimiento de este fenómeno porque el Estado ha fallado en sus misiones soberanas: la policía y el poder judicial no están haciendo su trabajo. [Las habilidades de las bajakazi] no son reales. No tienen esos poderes pero se aprovechan de la ingenuidad de la gente a la que manipulan para tener más seguidores, para inflar su propia reputación y tener más peso en el pueblo».

Bosco Muchukiwa, director y profesor de sociología del Instituto Superior de Desarrollo Rural de Bukavu.

El principal problema no solo recae en estas «charlatanas», sino en el poder de manipulación que ejercen sobre la sociedad. Al final, termina por ser una actividad colectiva frente a la que no hay un único culpable porque gran parte de los pueblos participan, transformándose en una multitud histérica que fervientemente apoya el asesinato de aquellas a quienes consideran una «amenaza».

Shasha Rubenga, joven maestro y activista de los derechos humanos, relató a la agencia francesa AFP:

«Eran alrededor de las 5:00 a. m. de un lunes. Por el pueblo circulaban jóvenes en posesión de una lista en la que aparecían los nombres de 19 mujeres mayores de 65 años, designadas como brujas por una profetisa. Vi a esos jóvenes agarrar a una vecina llamada Nyabadeux. La golpearon, la rociaron con gasolina y la prendieron fuego viva con un fósforo».

Así como en la época que retrata Federici la caza de brujas era una excusa para expropiar los conocimientos médicos y la independencia de los cuerpos a las mujeres, en la actualidad, la brujería es la excusa perfecta para ejercer violencia sobre las mujeres mayores, ya que la mayoría de las victimas son ancianas. Los cuerpos de las mujeres han constituido desde siempre los principales objetivos para el despliegue de las técnicas de poder y de las relaciones de poder.

Aunque, en 2014, legisladores provinciales aprobaron la prohibición del uso de la «justicia» popular en Kivu del Sur, la ley nunca se aplicó y tampoco se lograron campañas de concientización adecuadas entre la gente. El tipo de creencias que acompañan los linchamientos populares son habituales en regiones de África Oriental, en donde determinados grupos, como las personas albinas, son considerados mágicos y sobre estos también se ejerce una cacería.


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Cuando nos duele el corazón

Sin dudas, las series nos enseñan muchas cosas. A veces nos representan, nos juzgan y nos cuentan más que una historia. Grey’s Anatomy es una de las mejores series. ¿Por qué? No hay por qué. O sí. Quizás esta nota nos acerque ese por qué.

Desde Escritura Feminista, pensamos en la integridad de todos los cuerpos que existen. En este artículo nos referiremos a las diferencias meramente biológicas hormonales que aparecen en la diversidad corporal. entendemos que el sexo (características físicas) no tiene correlación directa con el género (vivencia social) y en consecuencia solo mencionaremos género cuando citemos información externa (como estudios y porcentajes) publicada en esos términos.

¿Es diferente el infarto dependiendo el sexo?

Lo que plantea el episodio 11 de la temporada 14 es que sí. Voy a hacer una sinopsis sin spoilear, se los prometo. Una de las doctoras, llamémosla Carla (cambiamos el nombre así no spoileamos, me estoy esforzando), ingresa a un hospital que no es el Grey Sloan para que le hagan una revisión, ya que afirma tener síntomas de un posible infarto. Los doctores no le creen y le sugieren que vuelva a su casa, ya que lo que ella suponía era solo un problema de ansiedad. Al final, termina siendo cierto que ella estaba teniendo un infarto: los síntomas eran distintos. En el episodio, se explica que en los cuerpos gestantes el infarto no actúa igual que en los cuerpos fecundantes. 

Ante todo, hablemos de la diferencia entre un paro cardíaco y un infarto. El infarto, dicho con el vocabulario correcto, es infarto de miocardio: cuando una arteria se obstruye, un coágulo lo tapa e impide que la sangre irrigue adecuadamente al corazón, provocando la muerte de células musculares cardíacas. Un paro cardíaco implica que el corazón deje de latir y, por lo tanto, no se produzca el flujo de sangre correspondiente en el cuerpo.

Las enfermedades cardiovasculares (ECV) son la principal causa de muerte en personas vulvoportantes. En la Argentina, cada 11 minutos muere una mujer por enfermedad cardiovascular. Es decir que, de tres mujeres, una tiene la probabilidad de sufrir un infarto. Argentina es uno de los países de Latinoamérica con mayor tasa de mortalidad prematura por ECV en esta población.

Los síntomas comprobados que dichas personas pueden sentir son:

  • Insomnio, debilidad, malestar en general y síntomas de gripe en los días previos.
  • Dolor de garganta, mandíbula, cuello, hombros y espalda. 
  • Dificultad para respirar (en muchos casos es el único síntoma).
  • Cansancio o debilidad muscular.
  • Náuseas o vómitos. 
  • Dolor abdominal. 
  • Presión en el pecho y dolor u hormigueo en uno o en los dos brazos. La sensación puede ir y venir. Este sigue siendo uno de los síntomas clave.
  • A veces puede haber mareos, pérdida del conocimiento, fatiga, sudoración o pérdida del conocimiento. 

Por lo general, las personas con capacidad fecundante sienten dolor o presión en el pecho que se irradia al cuello y al brazo izquierdo, aunque esto no quita que puedan tener otros síntomas. En las personas vulvoportantes, son más comunes las otras señales mencionadas y, por lo tanto, es más difícil diagnosticar, ya que se lo puede relacionar con otra cosa.

Cuanto más se tarde en detectar el infarto, más áreas del corazón estarán sin irrigación sanguínea. Así, el músculo se deteriora: a la larga, es peor el pronóstico, mayor la insuficiencia cardíaca y más probable el riesgo de muerte.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren más personas en el mundo por enfermedades cardiovasculares que por cualquier otra causa. La Sociedad Española de Cardiología (SEC) indica que la mortalidad, tras un primer infarto agudo de miocardio, es un 20% mayor en mujeres. También el índice de mortalidad es más alto: es de un 53%, mientras que en los hombres es de un 46%. Una vez superado el infarto, el 25% de los hombres tienen probabilidades de morir durante el año. En las mujeres, el número es del 38%.

También está demostrado que las mujeres tardan más en acudir a los hospitales. Tenemos más tolerancia al dolor. Hay que agregar que solo el 39% de las mujeres consultadas reconoce los síntomas, mientras que el 57% de los hombres consultados tienen más percepción del riesgo. La Fundación Española del Corazón (FEC) comunicó en 2018 que fallecen más mujeres que hombres de enfermedades cardiovasculares. En concreto, 9.000 más.

En 2018, la Federación Argentina de Cardiología adhirió a la iniciativa internacional «Mujeres en Rojo» que tiene el objetivo de que la sociedad tome conciencia de la gravedad del asunto y se formen más lugares para la prevención y los cuidados, con charlas a la comunidad y otras actividades públicas, difusión de información útil y comunicación interactiva a través de Internet y redes sociales.

El Doctor Claudio Higa, jefe de Cardiología en el Hospital Alemán, afirma que la mayoría confunde los síntomas con problemas digestivos, respiratorios e incluso trastornos de ansiedad o depresión. Es aquí cuando se pierden minutos para tratar la urgencia. Un retraso en el diagnóstico eleva la mortalidad y gravedad de la patología. 

Las personas menopáusicas tienen más tendencia a sufrir infartos. Esto es porque cuando dejamos de ovular, nuestros sistema deja de producir o se reduce considerablemente el estrógeno de tipo estradiol, que nos protege en la edad fértil de sufrir un infarto. El estrógeno es la hormona que ayuda a que llevemos un embarazo en las mejores condiciones posibles.

Los factores de riesgo incluyen:

  • Estrés.
  • Diabetes.
  • Hipertensión.
  • Colesterol alto y triglicéridos.
  • Tabaquismo.
  • Obesidad.
  • Sedentarismo. 
  • Depresión.
  • Historial familiar por enfermedades coronarias. 
  • Menopausia.
  • Embarazo pretérmino.

El episodio del que hablamos al comenzar este artículo fue inspirado en la escritora de The Vampire Diaries, Elisabeth R. Finch, que fue mal diagnosticada de cáncer. Lo que quiso abordar Shonda Rhimes, la creadora de Grey’s Anatomy, es el problema que sufren las mujeres y las personas vulvoportantes cuando reciben diagnósticos equivocados o son cruelmente subestimadas por ser «exageradas». (Les dije que Grey’s Anatomy era lo mejor).


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Ricardo Barreda, el santo de los femicidas

Los hechos serán conocidos por la mayoría de los lectores. Transcurrieron en La Plata, en el año 1992. Ricardo Barreda, que en ese entonces tenía 56 años de edad, asesinó de una sucesión de escopetazos a su esposa, su suegra y sus dos hijas en la casa donde convivía con ellas. Antes, una supuesta discusión entre él y su esposa. Después, un poco de desorden en la escena, una huida, una visita al zoológico, al cementerio, a la pizzería y finalmente al telo con una amante.

Barreda regresó a la medianoche a la vivienda y activó el sistema de emergencias. Los restos de Adriana, Cecilia, Gladys y Elena seguían allí. Dijo que había sido un robo, por eso el desorden. No le creyeron. Lo hicieron confesar en la sede policial. Tres años más tarde, relató los hechos en un juicio, con elegante vocabulario y notoria tranquilidad. Lo condenaron a prisión perpetua y pasó 18 años en la cárcel de Gorina.

Barreda en el supuesto de sabiduría popular

Durante los años 2000 y en los primeros 15 años posteriores al crimen, era frecuente escuchar la historia de «Conchita». Un hombre que vivía rodeado de mujeres, que lo habían bautizado así y que «lo explotaban a diario» para el cumplimiento de las tareas domésticas. «Conchita» era una especie de tumor, de fracaso humillante e insoportable que le ocurría a diario a Ricardo Barreda hasta que un día, sencillamente, no aguantó más. Escopeta en mano, hizo «justicia y honor» a todos los chistes de suegras que en ese entonces eran moneda corriente.

La «sabiduría popular» rápidamente lo convirtió en «héroe». Exponentes de la cumbia y el rock nacional le compusieron canciones reivindicándolo. Entre los comentarios de sobremesa, llegó a construirse incluso la figura de «San Barreda», el santo de los hombres agobiados y unidos en matrimonio a mujeres excesivamente demandantes. «San Barreda» aparece en su estampita con una aureola sobre la cabeza, una escopeta en una mano y una tijera en la otra. Algunos de los rezos dirigidos a su figura aún se encuentran en Internet.

«Como todos sabemos, la principal causa de muerte entre los hombres casados es la hinchazón testicular. Por eso, cuando un domingo por la tarde intentamos ver el partido y nuestra mujer nos ronda cual mosca veraniega, lanzando frases como “la lamparita del pasillo no se cambia sola”, podemos salvar nuestra vida si, frotando la estampa del Santo en la zona del bajo vientre, invocamos: ¡San Barreda, yo te froto, que me resista el escroto!».

Mediante una lectura rápida de los rezos se advierte fácilmente en dónde radica el conflicto: el absoluto —y exagerado— rechazo a compartir las tareas de cuidado del hogar. Según el imaginario discursivo de Barreda, este no solo es asunto de quienes no tienen pene desde una lógica patriarcal y cissexista, sino que además es asunto de quienes poseen una genitalidad a pequeña escala, degradada, impotente. Desde esta lógica, lo pequeño muy pocas veces es bueno y mucho menos si tiene que ver con lo genital.

«Conchita» era entonces la genitalidad en decadencia de Ricardo Barreda, eclosionada en un aparente pase de magia al momento de tomar un plumero y barrer las telarañas de la puerta de entrada. La «sabiduría popular» supo captar al detalle y terminó de otorgarle carácter de agravio. Maltratadoras eran las cuatro mujeres asesinadas por nombrar «Conchita» al otrora macho. Dicha idea se mantuvo intacta durante años, sin que demasiadas voces se animaran a señalar lo que hoy parece una obviedad: nunca escuchamos la versión de estas mujeres. No podemos, no les pudimos preguntar.

Barreda en los medios de comunicación: Su vida, después 

«Barreda era más que un picaflor», dice un periodista de policiales de un reconocido multimedio argentino: «A Barreda se le iban las manos. Tocaba a las mujeres, quería ir a la cama todo el tiempo, pasaba por atrás de una mujer y le tocaba la cola». El fragmento se emite un sábado de agosto del año 2019. El periodista continúa diciendo que como la mujer era «bien y normal» (sic), se dedicaba a explicarle que no daba, que tenía que moderarse, que no era posible «ir a la cama» todo el tiempo.

El periodista manifiesta que este asunto erosionó rápidamente los vínculos intrafamiliares. Que las mujeres hacían su vida y Barreda la de él. Que en esa vida, Barreda imaginaba mundos en los que era violentado, destratado por ellas. Que al mismo tiempo (vaya paradoja temporo espacial) ninguno de esos mundos se cruzaba jamás con el mundo real de ellas. Hasta este punto, el relato inquieta.

Cuatro años después de la primera marcha de Ni Una Menos, hay un periodista sentado ante una cámara naturalizando los esquemas de conducta de un acosador sexual. Lo que es peor: construyendo imágenes de una irrealidad absoluta en torno a los esquemas de conducta de las cuatro mujeres.

Difícil es imaginar a Gladys Mcdonald, quien era su mujer, explicando con paciencia y amor (y un cierto maternaje) aquello que para Barreda tendría que ser claro y evidente. Difícil es imaginarla aconsejándole moderación. Infantilizar a un acosador, considerarlo alguien que debe ser reeducado e instruido sobre cómo comportarse, es sembrar terreno fértil para la continuidad de sus acosos. Depositar, además, la responsabilidad de instruirlo en una de sus víctimas es llevar la violencia a su enésima potencia.

Es altamente improbable que los vínculos intrafamiliares se hayan visto erosionados producto de que Barreda fuera un «picaflor». El picaflor es un pájaro generalmente admirado por su belleza y su pericia milimétrica para mantenerse en vuelo y sorber el néctar. Barreda no sorbía el néctar de ninguna flor. Era un acosador y un femicida.

Los vínculos al interior de una familia pueden afectarse por diversos motivos pero el acoso sexual no es uno de ellos. En torno a un acosador no hay una familia hastiada o desunida. En torno a un acosador hay víctimas. Los que imaginamos mundos somos los escritores y los teatristas. Barreda no era teatrista, ni escribía. Sus mundos se cruzaban todo el tiempo con el mundo de sus víctimas.

En 2008, Barreda conoció a Berta, una mujer que solía visitar a los presos del penal donde él se alojaba. Iniciaron una relación y, años más tarde, ella se convirtió en su garante de arresto domiciliario. Se fueron a vivir juntos a la casa de ella, en Belgrano.

La prensa tomó registro del modo en que Barreda la violentaba psicológica, simbólica y verbalmente. En archivo, hay diálogos completos en que él la llama «chochán» y dice que es mejor que no coma, porque «si come, fenece»; en donde tiene por costumbre interrumpirla cuando habla, para restarle valor a sus dichos, para informarle que le gustan «las pibas de veinticuatro» y para burlarse de la cicatriz en el cuello de una de sus amigas.

En 2014, la Justicia argentina a través de la figura del juez platense Rubén Dalto despertó finalmente a la idea de que Berta estaba en peligro. Retiró a Barreda de la casa y lo devolvió a la cárcel. Quien escribe recuerda que el momento preciso fue transmitido en vivo por radio y televisión y hubo periodistas acercándole el micrófono a una Berta abrumada, dolida, asustada, que apenas podía hablar. Berta falleció al año siguiente. Barreda se enteró por la tele.

En 2016, se dio por cumplida su condena y retornó al afuera. Considerado heredero indigno de la casa donde cometió el cuádruple femicidio, no tenía a donde ir. Paró un tiempo en lo de un amigo y, después, apareció en un hospital en la zona norte del conurbano bonaerense. Allí vivió casi un año, hasta que fue expulsado en medio de acusaciones de maltrato y amenazas a dos enfermeras.

Después, alquiló una pieza en una pensión en San Martín. Vivió allí hasta que nuevas complicaciones con su estado de salud lo hicieron volver a internarse, esta vez en el Hospital Eva Perón. Luego, pasó a un geriátrico de PAMI en José León Suárez. Murió allí, el pasado lunes 25 de mayo, de causas naturales. Él sí, a diferencia de sus víctimas, tuvo esa posibilidad.

Que Ricardo Barreda sea un nombre recordado como el de un femicida, militante del desprecio a las mujeres. Como el nombre de un ocupa que, a exclusiva fuerza de desprecio, tomaba el espacio que le correspondía a las mujeres de su entorno. No sabemos qué pensaban, ni qué sentían Gladys, Elena, Adriana y Cecilia. Muy poco sabemos sobre qué pensaba y qué sentía Berta. Apenas sabemos aquello que pudimos inferir o reconstruir en la medida que Barreda hizo silencio y nos permitió hacerlo.

Sobre todo y de forma urgente, deje su nombre un interrogante abierto sobre aquellos que lo hicieron estampita, canción, y le rezaron en la intentona de eludir responsabilidades de cuidado y socioafectivas, y de configurarse como víctimas en un orden social donde conservan intacto, la mayoría de las veces, la mayor parte del poder.


Sudán: un paso histórico hacia los derechos de la mujer

Años de sufrimiento, represión y tradición buscan llegar a su fin. La República del Sudán avanza en materia de igualdad de género y derechos humanos y se dispone a aprobar la penalización de la mutilación o  ablación  genital (MGF) femenina.

Según el medio El Tiempo, estos avances forman parte de la transición hacia la democracia y el respeto de los derechos básicos tras el derrocamiento del dictador Omar Al Bashir.

Este tipo de procedimientos todavía existen en países de África, Oriente Medio, Asia y en algunas comunidades de Latinoamérica, donde la cultura los aprueba y son moneda corriente. Se trata de la extirpación parcial o total del clítoris y, en algunos casos, de los labios menores de la vulva.  Según Unicef, todos los años cerca de 4 millones de niñas corren el riesgo de ser víctimas de esta práctica y la mayoría son sometidas antes de los 15 años de edad.

La mutilación se lleva a cabo sin razones médicas que lo justifiquen y tampoco está asociada a una religión en particular. Sí está vinculada a mandatos de castidad, virginidad, pureza y limpieza de la mujer, y se la considera un paso necesario para llegar al matrimonio. En países en donde se permite la realización de estos procedimientos, la violencia hacia mujeres es algo normalizado y socialmente aceptado, por lo que esta práctica constituye otra forma de reproducir la desigualdad de género.

La ablación puede ser entendida, según Unicef, como un rito de transición a la madurez o como una forma de controlar la sexualidad de la mujer, ya que se elimina el clítoris, órgano de placer. Otras comunidades la practican por la creencia de que, de esta forma, el matrimonio de las niñas queda garantizado y el honor de las familias establecido.

Si son realizadas en clínicas u hospitales pueden llegar a usarse anestesia y antisépticos, pero si no las mujeres padecen el crudo procedimiento, muchas veces realizado con cuchillos, tijeras, escalpelos, piezas de vidrio o cuchillas de afeitar.

¿Las consecuencias? Son muchas: hemorragias, infecciones urinarias y uterinas, dificultad para orinar, dificultades durante el embarazo y el parto, relaciones sexuales dolorosas, infertilidad y hasta la muerte. Además, no solo conlleva efectos físicos sino que también afecta a las mujeres a nivel psicológico.

Con intención de fomentar cambios y avances, Sudán, que ya se mostraba en contra de este tipo de prácticas, presentó un proyecto de ley que criminaliza a quienes practiquen la MGF, teniendo como castigo tres años de prisión y una multa. En caso de que sea realizada en un hospital o clínica (aunque muchas veces es de forma clandestina), se les retiraría la licencia a estos establecimientos.

Si bien es un avance histórico en la región y un gran paso en cuanto a los derechos de la mujer, las preocupaciones no cesan. Debido a que, como tradición, se trata de una práctica social fuertemente arraigada en estas regiones y sumada la nueva posibilidad de un castigo, se cree que muches no denunciarán a quienes todavía lleven a cabo este procedimiento, entre otros comportamientos que violentan a las mujeres.

En cuanto a la ley, aunque un gran número de las ONG sudanesas se encuentran a favor de los documentos presentados, algunas tienen discrepancias. La secretaria general de la ONG Slimyia, Siham Omar, asegura que es insuficiente y que el castigo también debería caer sobre los padres, que son quienes permiten que sus hijas sufran este tipo de prácticas.

Unicef sostiene que, en base a todas estas cuestiones, es necesario trabajar con las comunidades para ayudar a implementar la nueva ley, porque incluso en otros países en donde fue criminalizada, la ablación todavía sucede. También afirma que no busca sancionar a los padres y las madres, sino generar conciencia dentro de los diferentes grupos, incluyendo a trabajadores de la salud, familias y jóvenes, para promover la aceptación de estos cambios.

Se espera que el proyecto se apruebe en los próximos días, cuando se lleve a cabo la reunión del Consejo de Ministros y el Consejo Soberano, los dos principales órganos gubernamentales de Sudán.


Fuentes:

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En épocas de pandemia mundial causadas por el SARS-CoV2, mucho hemos escuchado y aprendido sobre el tema. La información de los diversos medios de comunicación es constante, reiterativa y hasta abusiva a cualquier hora y en cualquier lugar de nuestro territorio. Sigue leyendo Científicas en la trinchera

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Mariana tiene una forma de narrar y de decir que sorprende. Compone los escenarios, relata la oscuridad y la tensión pero a la vez es totalmente accesible en sus palabras. Construye como escritora un sentido para el mundo y no lo plantea desde el idilio ni los finales felices. Eso la constituye. Establece con todes nosotres una lectura dura, en la que vamos a sentir todos los bordes que no quisiéramos ver nunca pero que, indefectiblemente, hemos de tocar o, al menos, imaginar alguna vez. Sigue leyendo #Reseña: Las cosas que perdimos en el fuego

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Un fin de semana inolvidable, relato de la expresión política más inmensa y ninguneada de la historia. Sigue leyendo Crónica de un Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No Binaries